Eutanasia

El don de la vida, que Dios Creador ha confiado al hombre, exige que éste tome conciencia de su inestimable valor y lo acoja responsablemente

Jesucristo vino a destruir la muerte y a traer vida y a traerla en abundancia, nos dice san Juan en su evangelio en el capítulo 10. Y la vida que nos trajo Jesús es la vida eterna. Y Él lucha y luchará para que nadie nos arrebate esta vida eterna. Y esta vida eterna traída por Jesús abarca salvar nuestro cuerpo y nuestra alma, es decir, nuestra persona.

¿Quién eres tú para quitar la vida a alguien que está llamado a la vida eterna con Dios?, entonces comprenderás que la vida humana es una chispa que salta de Dios. Nadie tiene derecho a extinguirla. La vida humana aquí en la tierra es la posibilidad que Dios nos concede de alcanzar la vida eterna en el cielo. Nadie tiene derecho de despojarnos de ella.

Eutanasia  

El hecho de nacer y el de morir no son más que hechos y sólo hechos, adornados naturalmente de toda la relevancia que se quiera. Precisamente por ello no pueden ser tenidos como dignos o indignos según las circunstancias en que acontezcan, por la sencilla y elemental evidencia de que el ser humano siempre, en todo caso y situación es excepcionalmente digno, esté naciendo, viviendo o muriendo. Decir lo contrario es ir directamente en contra de lo que nos singulariza y cohesiona como sociedad. Ninguna vida carece de valor.

1.- No hay enfermos "incuidables"

No hay enfermos «incuidables»

La eutanasia, o el suicido asistido, no es un derecho universal. Partiendo de esa premisa, insistir en “el derecho de la eutanasia” es propio de una visión individualista y reduccionista del ser humano y de una libertad desvinculada de la responsabilidad.  Se afirma una radical autonomía individual y, al mismo tiempo, se reclama una intervención “compasiva” de la sociedad a través de la medicina. Por un lado, se niega la dimensión social del ser humano, “diciendo mi vida es mía y sólo mía y me la puedo quitar” y, por otro lado, se pide que sea otro –la sociedad organizada– quien legitime la decisión o la sustituya y elimine el sufrimiento o el sinsentido, eliminando la vida.

Las distintas epidemias y conflictos que seguimos padeciendo nos ha hecho caer en la cuenta de que somos responsables unos de otros y ha relativizado las propuestas de autonomía individualista. La muerte en soledad de tantos enfermos durante la pandemia y la situación actual de muchas de nuestras personas mayores nos hacen pensar. Todos hemos elogiado a la profesión médica que, desde el juramento hipocrático hasta hoy, se compromete en el cuidado y defensa de la vida humana. La sociedad española ha aplaudido su dedicación y ha pedido un apoyo mayor a nuestro sistema de salud para intensificar los cuidados y “no dejar a nadie atrás”.

El suicidio, lamentablemente creciente entre nosotros, también reclama una reflexión y prácticas sociales y sanitarias de prevención y cuidado oportuno. La legalización de formas de suicidio asistido no ayudará a la hora de insistir a quienes están tentados por el suicidio que la muerte no es la salida adecuada. La ley, que tiene una función de propuesta general de criterios éticos, no puede proponer la muerte como solución a los problemas.

Lo propio de la medicina es curar, pero también cuidar, aliviar y consolar sobre todo al final de esta vida. La medicina paliativa se propone humanizar el proceso de la muerte y acompañar hasta el final. No hay enfermos “incuidables”, aunque sean incurables. Debemos abogar, pues, por una adecuada legislación de los cuidados paliativos que responda a las necesidades actuales que no están plenamente atendidas. La fragilidad que estamos experimentando durante este tiempo constituye una oportunidad para reflexionar sobre el significado de la vida, el cuidado fraterno y el sentido del sufrimiento y de la muerte.

Una sociedad no puede pensar en la eliminación total del sufrimiento y, cuando no lo consigue, proponer salir del escenario de la vida; por el contrario, ha de acompañar, paliar y ayudar a vivir ese sufrimiento. No se entiende la propuesta de una ley para poner en manos de otros, especialmente de los médicos, el poder quitar la vida de los enfermos.

El sí a la dignidad de la persona, más aún en sus momentos de mayor indefensión y fragilidad, nos obliga a enfrentarnos a una medida que, en nombre de una presunta muerte digna, niega en su raíz la dignidad de toda vida humana.

Dr. Pietro C. Alvero, Médico de Urgencias Hospitalarias y Especialista en Oncología Radioterápica.

Fuente: Conferencia Episcopal Española

 

2.- El don de la Vida

El don de la Vida

¿Dónde está el valor de la vida humana?

En que eres imagen y semejanza de Dios. Al ser creado, recibiste una chispa divina, que nadie puede darnos sino Dios. Y por tanto, nadie puede quitarnos la vida, sino sólo Dios, que es el Dueño de nuestra vida. Por eso, el que levanta la mano contra la vida humana ataca la propiedad de Dios.

Además nuestra vida humana y terrena es grande en vistas a nuestra vida eterna en el cielo. La vida humana es condición de la vida eterna, a donde estás llamado por Dios para gozar de Él eternamente. Por eso es tan valiosa a los ojos de Dios tu vida terrena, y por esto es también de un precio inestimable para ti que eres cristiano, porque es el tiempo de atesorar méritos para la vida eterna, que te ganó Cristo con su sangre, muerte y resurrección. San Jerónimo dijo en cierta ocasión que esta vida es un estadio para los mortales: aquí competimos para ser coronados en otro lugar.

Si se ha entendido esto, entonces se entenderá que la vida humana es una chispa que salta de Dios. Nadie tiene derecho a extinguirla. La vida humana aquí en la tierra es la posibilidad que Dios nos concede de alcanzar la vida eterna en el cielo. Nadie tiene derecho de despojarnos de ella.

Es Dios quien da la vida. Sólo Él puede quitarla.

Tu vida es bien noble. No puedes reducir la vida a lo que decía el filósofo ateo francés Jean Paul Sartre en su obra “La Náusea”: Comer, dormir; dormir, comer. Existir lentamente, dulcemente, como aquellos árboles, como una botella de agua, como el andén rojo del tranvía.

La vida nace en el seno del amor: un hombre y una mujer que se aman colaboran con Dios para dar a un hombre el mayor regalo: la vida, el paso de la nada al ser. ¡Qué noble ha de ser la vida humana si Dios nos da este don, en colaboración con tus papás!

Dios te ha dado la vida para poder entrar en comunión contigo. Por eso con la vida te ha dado una inteligencia para que le puedas conocer, y una voluntad para que le puedas elegir y amar. ¿Cómo vas a quitar la vida a un ser humano, cuando está llamado a encontrarse con Dios y entablar con Él un diálogo en la fe y en el amor, a través de la oración y los sacramentos, aquí en la tierra; y después en la otra vida, mediante la visión cara a cara con Dios? No tienes ningún derecho a privar a una persona de lo más noble que hay: conocer y amar a Dios aquí en la tierra, y gozar de Él después en la eternidad.

El problema nace a la hora de considerar la vida de los demás frente a los propios intereses. Así, por ejemplo, se prefiere recurrir al aborto antes que a la promoción de un recto uso de la sexualidad; se prefiere recurrir a la eutanasia antes que a un interés eficaz por los ancianos y los enfermos; se prefiere recurrir a grandes campañas contra la natalidad en el tercer mundo antes que a planes eficaces de desarrollo y colaboración económica; se prefiere el uso de la guerra y el terrorismo al diálogo y la confrontación democrática, y en general, la vida humana viene supeditada a otros intereses que tienen mucho menos valor.

Ante todo esto, se debe proclamar y defender la dignidad de la vida humana. La dignidad del ser humano es un valor absoluto, y la vida, un valor en sí misma que siempre ha de ser defendida, protegida y potenciada, independientemente de lo que diga la mayoría o los medios de comunicación o tu propia sensibilidad.

Por eso, no se debe medir el valor de la persona desde un punto de vista industrial o comercial, como se hace hoy día. Así la persona humana es cotizada por su eficacia, y se considera al individuo más por el tener que por el ser. Ahí se obtiene la concepción materialista de la vida: se vale por lo que se produce y se tiene, y no por lo que se es. Nunca debemos aceptar esta concepción del ser humano.

Llegados a un extremo, fijémonos a dónde nos llevaría esta postura: porque eres discapacitado, no sirves… ¿se te puede matar?; porque tuviste un accidente y quedaste hemipléjico, no sirves… ¿se te puede matar?; nacerás con una discapacidad mental o corporal, no servirás… ¿se te puede descartar ya desde el seno de tu madre?; ya estás anciano y sufres mucho, no sirves…¿se te puede aplicar la eutanasia?

El mandamiento de Dios es bien claro: “No matarás”.

La vida humana es un don, es algo precioso que te es dado, que recibes gratuitamente de Dios a través de tus padres. En el camino de la vida adquieres la conciencia de ser una persona y también un sujeto individualizado e irrepetible. Desde el punto de vista cristiano, estás hecho a imagen y semejanza de Dios; tu vida procede del Ser Supremo y, por la creación, eres verdaderamente su hijo. Esta filiación es elevada sobrenaturalmente por el sacramento del bautismo, que te asocia a Jesucristo con una nueva creación y un nuevo amor.

De aquí procede la sacralidad de la vida humana. Este valor persiste durante toda la existencia desde el inicio de la concepción en el seno de la madre, hasta su término natural en el momento de la muerte. Dios es el señor y el dueño de la vida de cualquier persona.

Dr. Pietro C. Alvero, Médico de Urgencias Hospitalarias y Especialista en Oncología Radioterápica.

Fuente: Catholic.net

 

 

 

3.- La eutanasia y el valor intrínseco de la vida humana.

La eutanasia y el valor intrínseco de la vida humana.

La eutanasia, entendida como la intervención médica o farmacológica para provocar intencionalmente la muerte de un paciente, ha generado un intenso debate en el ámbito ético, jurídico y social. Aunque algunas corrientes defienden la práctica basándose en la autonomía y el derecho a “morir con dignidad”, existe una fuerte postura que rechaza la eutanasia por considerarla contraria al valor intrínseco de la vida humana. Este artículo analizará por qué la eutanasia es percibida como un acto moralmente cuestionable y qué implicaciones conlleva.

En primer lugar, la vida humana posee un valor que no depende de las condiciones físicas o psicológicas de la persona. Se trata de un derecho fundamental, por lo cual ninguna situación de sufrimiento o enfermedad justifica la supresión deliberada de la existencia. La eutanasia, al terminar activamente con la vida de un individuo, niega este valor y sitúa el derecho a la vida por debajo de otras consideraciones. La idea de que el sufrimiento justifica la muerte puede llevar a que, progresivamente, se normalice la eliminación de personas con condiciones crónicas o con discapacidades severas, abriendo la puerta a un trato desigual y discriminatorio hacia quienes sufren enfermedades complejas.

En segundo lugar, es importante señalar que la eutanasia podría erosionar la relación entre médico y paciente. El acto de sanar y aliviar el dolor es un principio ético esencial en la medicina, fundamentado en la confianza y la empatía. Introducir la práctica de la eutanasia implica modificar radicalmente esta relación, puesto que el médico dejaría de ser un proveedor de cuidados para convertirse, en última instancia, en el verdugo de sus pacientes.

Además, la eutanasia puede desincentivar el desarrollo de cuidados paliativos de calidad. Si se considera la muerte como una “solución rápida” al sufrimiento, existe el riesgo de que los sistemas de salud reduzcan la inversión en alternativas que buscan mejorar la calidad de vida de los enfermos. El progreso en el manejo del dolor y en la atención integral resulta fundamental para que los pacientes tengan una vida digna, aún en medio de enfermedades avanzadas o terminales. Fomentar la eutanasia en lugar de fortalecer cuidados paliativos implica una pérdida de oportunidades para humanizar el final de la vida.

En conclusión, la eutanasia plantea problemas éticos profundos, principalmente porque atenta contra la concepción de la vida como un bien inviolable. Además, su legalización podría generar consecuencias negativas en la práctica médica y en la percepción social sobre la dignidad y la igualdad de todos los individuos. Por estas razones, es fundamental replantear la forma en que acompañamos a los enfermos en situaciones críticas, garantizando cuidados integrales en lugar de optar por la muerte como una respuesta al sufrimiento.

Dr. Jesús Enrique Guevara Osorio. Médico especialista en microbiología y parasitología.

Fuentes:

  • Beauchamp, T. L., & Childress, J. F. (2013). Principles of Biomedical Ethics (7.a ed.). Oxford University Press.
  • Discusión de los principios de no maleficencia y beneficencia aplicados al final de la vida.
  • Congregación para la Doctrina de la Fe. (1980). Declaración sobre la eutanasia. Vaticano.
  • Fundamenta la defensa de la vida humana como un valor inviolable desde una perspectiva religiosa y bioética.
  • American Medical Association (AMA). (2002). Opinion 2.21 – Euthanasia. AMA Code of Medical Ethics.
  • Plantea la posición de la AMA sobre por qué la eutanasia choca con la ética profesional y el compromiso de “no hacer daño”.
  • Sgreccia, E. (2012). Manual de Bioética. Vol. I: Fundamentos y Ética Biomédica. BAC.

 

4.- Consecuencias sociales y culturales de la eutanasia.

Consecuencias sociales y culturales de la eutanasia. 

La eutanasia conlleva profundas implicaciones sociales y culturales que afectan la manera en que concebimos la dignidad humana. A lo largo de la historia, la mayoría de las culturas y religiones han abogado por la protección de la vida como un valor supremo. Sin embargo, en los últimos años, ha ido ganando terreno la idea de que el individuo tiene el “derecho” a elegir cuándo y cómo morir. Aunque la libertad personal es de gran relevancia, cuestionar la eutanasia desde una perspectiva social permite vislumbrar los riesgos de normalizar esta práctica.

En primer lugar, si se asume que la eutanasia es una opción válida ante el sufrimiento, se podría promover una visión de la vida donde, más que reducir el dolor y acompañar a la persona en sus últimos momentos, se opta por acelerar su muerte como una forma de “liberación”. Esta visión, a largo plazo, podría disminuir nuestra sensibilidad colectiva hacia quienes enfrentan enfermedades graves, discapacidades o situaciones de vulnerabilidad extrema. En vez de verlos como personas necesitadas de cuidado, afecto y solidaridad, se corre el riesgo de percibir su vida como un “problema” que puede resolverse eliminando la fuente del sufrimiento.

En segundo lugar, la cultura del descarte se fortalecería si la eutanasia se normaliza. Este concepto hace referencia a la tendencia a desechar todo aquello que la sociedad considera “improductivo” o que representa una carga económica y emocional. De esta manera, los pacientes terminales o con dolencias crónicas podrían verse presionados, de manera sutil o directa, a aceptar la eutanasia para no suponer una “carga” para sus familias o el sistema de salud. La supuesta “libre elección” se vería influida por factores externos, como la presión económica, la fatiga del cuidador o la falta de una red de apoyo.

Además, la legalización de la eutanasia genera un terreno fértil para conflictos éticos tanto en el ámbito médico como en el personal. La diversidad de creencias y valores culturales – que varían ampliamente en función de contextos religiosos, filosóficos y éticos – puede desembocar en enfrentamientos entre el deber profesional de respetar la autonomía del paciente y la obligación de los médicos de preservar sus convicciones personales. Esta tensión puede extenderse a nivel social, creando divisiones profundas entre quienes defienden el derecho a una muerte digna y aquellos que ven en la eutanasia una amenaza a la ética del cuidado y la protección de la vida

Por último, el diálogo en torno a la eutanasia suele dejar en segundo plano la importancia de los cuidados paliativos y el acompañamiento integral de enfermos y ancianos. Se debe mantener el foco en el respeto y la solidaridad hacia las personas más vulnerables para impulsar el desarrollo de programas de asistencia y a formar profesionales especializados en la atención de pacientes terminales. También es necesario fortalecer las redes de apoyo, la investigación en control del dolor y los recursos para una atención digna hasta el final de la vida.

Por ello, es crucial que reflexionemos como sociedad sobre las alternativas que brindan protección y cuidado a las personas en el último tramo de su vida, reafirmando la dignidad inherente a la vida humana.

Dr. Jesús Enrique Guevara Osorio. Médico especialista en microbiología y parasitología..

Fuentes:

  • UNESCO. (2005). Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos.
  • Aunque no se refiere directamente a la eutanasia, establece principios sobre dignidad y derechos humanos que se contraponen a la idea de terminar deliberadamente con la vida.
  • Gómez, J. (2014). “Los cuidados paliativos como alternativa a la eutanasia”. Revista de Bioética y Derecho, 32, 45-59.
  • Enfatiza la importancia de los cuidados paliativos y cómo estos constituyen una opción humanizada frente al sufrimiento terminal.
  • López Barreda, J. (2017). “Eutanasia, autonomía y vulnerabilidad”. Cuadernos de Bioética, 28(2), 151-161.
  • Aborda la tensión entre autonomía y la necesidad de proteger a las personas en condiciones de debilidad, alertando sobre presiones externas.
  • Congregación para la Doctrina de la Fe. (1980). Declaración sobre la eutanasia. Vaticano.

 

 

 

 

5.- Acompañamiento integral del paciente: el medico como guardián de la vida

Acompañamiento integral del paciente: el medico como guardián de la vida.

La eutanasia es un tema controvertido que ha generado intensos debates éticos, jurídicos y médicos a lo largo de la historia. Desde el punto de vista de un médico que se compromete a acompañar a su paciente hasta el final de sus días, la práctica de la eutanasia puede considerarse una contradicción respecto a la esencia misma de la profesión médica, que se basa en preservar la vida, aliviar el sufrimiento y brindar cuidados compasivos. En lugar de la intervención activa para causar la muerte, se propone la atención integral que promueve una muerte natural y digna.

En primer lugar, el juramento hipocrático y los principios deontológicos que rigen la profesión médica subrayan la obligación de no dañar y de actuar en beneficio del paciente. La eutanasia, entendida como la acción directa de poner fin a la vida de un paciente, puede interpretarse como una violación de este principio fundamental, pues el médico está interviniendo activamente para causar la muerte en vez de mitigar el sufrimiento con el fin de prolongar la vida o acompañar hasta que llegue el desenlace natural.

En segundo lugar, la relación médico-paciente es un vínculo de confianza mutua y empatía. El acompañamiento hasta el final de la vida se basa en el respeto, la cercanía y la compasión hacia la persona enferma. Aunque el paciente se encuentre ante un diagnóstico terminal o un sufrimiento extremo, brindar un cuidado integral y humano permite que ese último tramo de la vida sea vivido con dignidad y sin acelerar la muerte. Esta relación de confianza puede verse afectada si el médico adopta un rol que implique acortar la vida del paciente, puesto que introduce la idea de que el profesional de la salud puede decidir cuándo la vida de una persona carece de valor.

Además, la búsqueda de una muerte natural forma parte de un proceso de aceptación y trascendencia. Muchas tradiciones culturales y religiosas consideran la vida como algo sagrado, y su fin está rodeado de rituales y significados profundos. El médico, al respetar este ciclo vital, puede contribuir al proceso de cierre, no solo del paciente, sino también de la familia que atraviesa el duelo. Esta visión evita tratar la muerte como una mera disolución física y la enmarca dentro de un contexto más amplio, lleno de valor existencial.

Por último, el progreso de la medicina paliativa ha ofrecido alternativas efectivas para disminuir el dolor y el sufrimiento. Estos avances permiten aliviar síntomas físicos y psicológicos sin necesidad de interrumpir la vida de manera prematura. El uso adecuado de los tratamientos paliativos, combinado con la atención psicosocial y espiritual, facilita que el paciente viva su proceso de enfermedad con la mayor comodidad posible.

En conclusión, desde la perspectiva del médico que acompaña al enfermo, la eutanasia entra en conflicto con los principios profesionales y humanos que caracterizan el ejercicio de la medicina. El compromiso ético de proteger la vida, el establecimiento de una relación de confianza con el paciente y la consideración de la muerte como parte de un proceso natural refuerzan la idea de que el médico debe cuidar hasta el final, procurando una muerte digna, pero natural.

Dr. Jesús Enrique Guevara Osorio. Médico especialista en microbiología y parasitología.

Fuentes bibliográficas:

  • American Medical Association. (2016). Code of Medical Ethics Opinion 5.7 – Euthanasia.
  • Comité de Bioética de España. (2019). Informe sobre la Sedación Paliativa en la Agonía.
  • World Health Organization. (2020). Palliative Care. Recuperado de: https://www.who.int/health-topics/palliative-care
  • Zimmermann, C. & Rodin, G. (2004). The denial of death thesis: Sociological critique and implications for palliative care. Palliative Medicine, 18(2), 121-128.

 

 

6.- Cuidados paliativos: la verdadera dignidad.

Cuidados paliativos: la verdadera dignidad.

La eutanasia genera un intenso debate sobre los límites y las responsabilidades de la práctica médica. Sin embargo, los cuidados paliativos surgen como una alternativa ética y efectiva para atender el dolor y el sufrimiento de pacientes con enfermedades terminales o incurables, ofreciendo una opción diferente a la muerte provocada.

En primer lugar, los cuidados paliativos abarcan el control de los síntomas, la atención emocional y el apoyo espiritual de los pacientes con el fin de mejorar su calidad de vida hasta el último momento. A través de un equipo multidisciplinario, que puede incluir médicos, enfermeros, psicólogos, trabajadores sociales y capellanes, se diseña un plan de tratamiento integral adaptado a las necesidades específicas de cada paciente. Esta aproximación busca no solo aliviar el dolor físico, sino también acompañar y sostener a la persona en aspectos psicológicos y espirituales que influyen en su experiencia de la enfermedad.

Por otro lado, el respeto a la dignidad humana es un pilar de los cuidados paliativos. Mientras que la eutanasia implica poner fin a la vida de manera activa, los cuidados paliativos defienden la idea de que cada etapa de la vida, incluida la agonía, tiene valor y sentido. Esta visión promueve la aceptación del ciclo natural de la muerte, en vez de acelerar su llegada. Asimismo, esta filosofía de atención resalta la importancia de brindar un entorno confortable y acompañado que permita al paciente transitar este periodo de manera serena y libre de dolor insoportable.

Otro factor relevante es el papel que desempeña la familia y el círculo cercano del paciente. Los cuidados paliativos no solo se centran en la persona enferma, sino también en el bienestar de los seres queridos. Se incluyen espacios de escucha, contención emocional y asesoramiento para que la familia participe activamente en la toma de decisiones y en la prestación de cuidados. Este enfoque contribuye a que la familia pueda procesar el duelo de una forma más saludable y comprensiva, al tiempo que se fomenta la unidad y la solidaridad en un momento delicado.

Además, existe evidencia de que la adecuada implementación de cuidados paliativos puede reducir significativamente la demanda de eutanasia. Muchas solicitudes de eutanasia surgen de un temor al sufrimiento incontrolable o a la pérdida de la dignidad. Sin embargo, cuando los pacientes acceden a medicamentos, terapias y apoyo emocional que alivian sus síntomas y sus temores, la necesidad de optar por la eutanasia disminuye. De este modo, los cuidados paliativos se convierten en una respuesta que atiende tanto el dolor físico como las ansiedades existenciales que pueden llevar al paciente a desear la muerte anticipada.

Los cuidados paliativos ofrecen un camino alternativo a la eutanasia al brindar una atención integral y compasiva, capaz de mejorar la calidad de vida de los pacientes hasta el final. En lugar de interrumpir la existencia de manera activa, esta perspectiva refuerza el valor de la vida humana en todas sus etapas, promoviendo un cuidado digno y humanizado que prioriza el alivio del sufrimiento y el apoyo al paciente y su familia.

Dr. Jesús Enrique Guevara Osorio. Médico especialista en microbiología y parasitología.

Fuentes bibliográficas:

  • Cassel, E. J., & Foley, K. M. (1999). Principles for Care of Patients at the End of Life in a New Health Care System. Milbank Quarterly, 77(4), 499–504.
  • Sepúlveda, C., Marlin, A., Yoshida, T., & Ullrich, A. (2002). Palliative care: The World Health Organization’s global perspective. Journal of Pain and Symptom Management, 24(2), 91-96.
  • Wilson, D. M., Alcock, D., Ertel, N., & Netzer, C. (2005). The nature of respite in palliative care: A concept analysis. Journal of Palliative Care, 21(1), 21-27.
  • World Health Organization. (2020). Palliative Care. Recuperado de: https://www.who.int/health-topics/palliative-care

 

 

 

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