Cultura de la vida
¿Somos seres humanos desde la concepción? Negar esta naturaleza implicaría introducir el caos en todo lo que existe. La justificación del aborto, negaría ese orden lógico.
En la sociedad actual, no dudamos en calificar como logros evidentes los dirigidos a velar por la dignidad amenazada de la persona: la esclavitud en todas sus formas, el trabajo infantil, la abolición de la pena de muerte, la supresión de la tortura y de los trabajos forzados, y muchos otros, pero observamos con alarma y honda preocupación que, a pesar de estos logros, crecen en nuestra sociedad otras agresiones a la persona y a sus derechos fundamentales: En particular, no se defiende el derecho a la vida, y aun es objeto de agresiones inequívocas, argumentando por ejemplo que el aborto es un derecho. Aqui te proporcionamos contenidos utiles para la reflxión.
Defendiendo la vida desde la concepción
1.- Cien respuestas sobre la defensa de la vida humana
EL ABORTO. 100 cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos
Las sociedades modernas han experimentado en el último siglo cambios espectaculares, producidos por el desarrollo de la ciencia y de la técnica en todos los aspectos de la vida. Se ha dicho certeramente que la Humanidad ha vivido cambios más profundos en los últimos cien años que en todo el resto de la historia del hombre sobre la Tierra. Así es, en efecto, en todo lo concerniente al progreso científico y tecnológico, que nos hace vivir una era de mutaciones aceleradas, en la cual hechos que nos parecían imposible o fruto de una imaginación desatada se convierten en realidades cotidianas que no asombran ni a un niño.
Lamentablemente, todos estos progresos no siempre han ido unidos al correspondiente crecimiento moral de la persona, de tal manera que sean puestos al servicio del hombre, destinatario de los esfuerzos y los trabajos de científicos, técnicos y políticos, y de todos cuantos tienen alguna responsabilidad en la vida colectiva. Este hecho refleja lo que constituye tal vez el drama más profundo de nuestro tiempo: la pérdida del sentido de la persona humana, el olvido de su dignidad, la esclavitud de los hombres con respecto a sus propias obras y proyectos. La vida humana resulta así amenazada de múltiples maneras. Esta situación no puede responder al designio de Dios, Creador y fin del hombre, quien lo ha puesto todo a su servicio, es decir, al servicio de su vocación trascendente. Es verdad que nuestra sociedad no piensa mucho en Dios. Pero entre el olvido de Dios y la pérdida de respeto al hombre hay una vinculación estrechísima, que no podemos menos que señalar.
Así, por ejemplo, vemos con desolación cómo persisten los hirientes desequilibrios entre unos pueblos y otros, cómo las guerras y toda suerte de conflictos surgen por doquier en el planeta, y cómo los derechos de la persona humana son vulnerados y pisoteados en todas las latitudes, sin excepción, aunque en unos lugares estas agresiones se produzcan de forma más violenta, y en otros revistan características aparentemente civilizadas, con lo que añaden la hipocresía a la barbarie.
La sociedad española no es una excepción de este fenómeno universal Mientras el nivel de vida medio ha mejorado ostensiblemente en los decenios recientes, y en los últimos años nuestra nación se ha adherido a organizaciones supranacionales y ha suscrito tratados y convenios internacionales que buscan la mejor defensa y protección de los derechos humanos fundamentales, la realidad nos muestra que, por un lado, subsisten irritantes bolsas de pobreza y marginación entre nosotros, y, por otro, que esos derechos esenciales a la dignidad de la persona humana no se respetan como debieran, tanto en la práctica diaria como incluso en nuestra propia legislación.
Junto a lo que no dudamos en calificar como logros e videntes dirigimos a velar por la dignidad amenazada de la persona (la abolición de la pena de muerte, la supresión de la tortura y de los trabajos forzados, la preocupación por el deterioro del entorno o el mandato constitucional de proteger la intimidad individual y familiar de las intromisiones de la informática, por ejemplo), observamos con alarma y honda preocupación que, a pesar de estos logros, crecen en nuestra sociedad otras agresiones a la persona y a sus derechos fundamentales. En particular, no se defiende el derecho a la vida, y aun es objeto de agresiones inequívocas, tanto por la actitud de sectores amplios de nuestra sociedad como por la propia legislación vigente en España. Este hecho sería incomprensible si no tuviéramos en cuenta la enorme fuerza del hedonismo en la sociedad actual, que cifra en el puro bienestar material todas sus aspiraciones, con olvido de la realidad trascendente del ser humano e incluso con dejación de la misma lógica de los principios de convivencia que decimos profesar.
El Comité Episcopal para la Defensa de la Vida, consciente de que todavía es tiempo de rectificar los errores y enderezar el peligroso rumbo que han emprendido algunos sectores, incluidos sectores dirigentes de nuestra sociedad, quiere iniciar con esta publicación una serie de textos asequibles, didácticos y claros acerca del valor de la vida humana (aborto, fecundación asistida, eutanasia, ecología, etc.), que puedan ser de utilidad no sólo a los fieles cristianos y a sus formadores, sino también al conjunto de los ciudadanos, a los legisladores y a los gobernantes, sean cuales fueren sus creencias o sus convicciones. Persuadido de que la legislación en materia de aborto provocado viene a consentir una injustísima muerte de inocentes cuyas motivaciones principales son la comodidad, la ignorancia, la soledad y la desinformación, el Comité llama a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a la reflexión, basada en una mejor información sobre lo que está ocurriendo delante de nuestros ojos. Los católicos estamos en condiciones inmejorables para poder comprender la naturaleza del problema del aborto. Nuestra fe nos permite percibir de una manera más plena y nos urge a proclamar ante todos la grandeza y dignidad del hombre, cuya vida es un don de Dios, tal y como nos ha mostrado Jesucristo, que es Camino, Verdad y también Vida
El aborto y el origen de la vida
- ¿Qué es el aborto?
La Medicina entiende por aborto toda expulsión del feto, natural o provocada, en el período no viable de su vida intrauterino, es decir, cuando no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir. Si esa expulsión del feto se realiza en período viable pero antes del término del embarazo, se denomina parto prematuro, tanto si el feto sobrevive como si muere.
El Derecho español, al igual que el Derecho Canónico, considera aborto la muerte del feto mediante su destrucción mientras depende del claustro materno o por su expulsión prematuramente provocada para que muera, tanto si no es viable como si lo es.
En el lenguaje corriente, aborto es la muerte del feto por su expulsión, natural o provocada, en cualquier momento de su vida intrauterino.
- ¿Cuántas clases hay de aborto?
El aborto puede ser espontáneo o provocado. El espontáneo se produce o bien porque surge la muerte intrauterinamente, o bien porque causas diversas motivan la expulsión del nuevo ser al exterior, donde fallece dada su falta de capacidad para vivir fuera del vientre de su madre. Si el aborto es provocado, se realiza o bien matando al hijo en el seno materno o bien forzando artificialmente su expulsión para que muera en el exterior.
En ocasiones se actúa sobre embarazos de hijos viables, matándolos en el interior de la madre o procurando su muerte después de nacer vivos. Esto no es, médicamente hablando, un aborto, y de hecho muchas legislaciones que se consideran permisivas en la tolerancia del aborto lo prohíben expresamente, porque lo incluyen en la figura del infanticidio. Pero no ocurre así en otros casos, como por ejemplo en España, donde el Código Penal no tiene en cuenta la viabilidad del feto para que se dé el delito de aborto, y, en contrapartida, se puede matar en algunos casos a fetos viables sin recibir ningún castigo penal, al amparo de la legislación vigente precisamente en materia de aborto. Por eso utilizaremos en estas páginas la definición de aborto según el lenguaje corriente, de modo que la muerte provocada de un feto viable también será considerada como aborto.
- ¿Es un ser humano el fruto de la concepción en sus primeras fases de desarrollo?
Desde que se produce la fecundación mediante la unión del espermatozoide con el óvulo, surge un nuevo ser humano distinto de todos los que han existido, existen y existirán. En ese momento se inicia un proceso vital esencialmente nuevo y diferente a los del espermatozoide y del óvulo, que tiene ya esperanza de vida en plenitud. Desde ese primer instante, la vida del nuevo ser merece respeto y protección, porque el desarrollo humano es un continuo en el que no hay saltos cualitativos, sino la progresiva realización de ese destino personal. Todo intento de distinguir entre el no nacido y el nacido en relación con su condición humana carece de fundamento.
- ¿Así que no es verdad que al principio existe una cierta realidad biológica, pero que sólo llegará a ser un ser humano más tarde?
No. Desde que se forma el nuevo patrimonio genético con la fecundación existe un ser humano al que sólo le hace falta desarrollarse y crecer para convertirse en adulto. A partir de la fecundación se produce un desarrollo continuo en el nuevo individuo de la especie humana, pero en este desarrollo nunca se da un cambio cualitativo que permita afirmar que primero no existía un ser humano y después, sí. Este cambio cualitativo únicamente ocurre en la fecundación, y a partir de entonces el nuevo ser, en interacción con la madre, sólo precisa de factores externos para llegar a adulto: oxígeno, alimentación y paso del tiempo. El resto está ya en él desde el principio.
- ¿Cómo puede existir un ser humano mientras es algo tan pequeño que no tiene el más mínimo aspecto externo de tal?
La realidad no es sólo la que captan nuestros sentidos. Los microscopios electrónicos y los telescopios más modernos nos ofrecen, sin lugar a dudas, aspectos de la realidad que jamás habríamos podido captar con nuestros ojos. De manera semejante, la ciencia demuestra rotundamente que el ser humano recién concebido es el mismo, y no otro, que el que después se convertirá en bebé, en niño, en joven, en adulto y en anciano. El aspecto que presenta varía según su fase de desarrollo. Y así, en la vida intrauterina primero es un embrión pre-implantado (hasta la llamada anidación, unos 12-14 días después de la fecundación, en que cabe la posibilidad de que de un mismo óvulo fecundado surjan gemelos); después es un embrión hasta que se forman todos sus órganos; luego, mientras éstos van madurando, un feto, hasta formarse el bebé tal como nace. Y después continúa el mismo proceso de crecimiento y maduración, y más tarde se produce el inverso de decadencia hasta la muerte.
Por eso no tiene sentido decir que un niño proviene de un feto, sino que él mismo fue antes un feto, del mismo modo que un adulto no proviene de un niño, sino que antes fue niño, y siempre es el mismo ser humano, desde el principio. Y tan absurdo sería defender que el hijo recién concebido no es un ser humano porque no tiene aspecto de niño, como suponer que el niño no es un ser humano porque no tiene el aspecto externo del adulto.
- Admitiendo que existe una nueva vida desde el momento de la fecundación, ¿no podría ser una vida vegetal o animal, para llegar a ser humana en una fase posterior?
No. Con los actuales conocimientos genéticos, es indudable que cada ser es lo que es desde el momento de la fecundación. De la unión de gametos vegetales sólo sale un vegetal; de gametos animales no racionales, por ejemplo un chimpancé, sólo sale otro chimpancé, y de la unión de gametos humanos se crea un nuevo ser de la especie humana, que es tal desde el principio, pues así lo determina su patrimonio genético específicamente humano.
- ¿Ha habido épocas en que se haya creído que el fruto de la concepción de la mujer podía ser un individuo no humano?
Sí. Hubo épocas en que, por ignorancia de los mecanismos genéticos, se creyó que una mujer fecundada por un hombre podía concebir un ser no humano o medio-humano. Esta idea es una manifestación de superstición y de ignorancia científica que hoy debe tenerse por superada. Otra cosa es que, por enfermedades o alteraciones diversas, puedan producirse trastornos en el momento de la fecundación que desemboquen en la formación de productos anómalos, como la llamada “mola vesicular” o los “huevos abortivos”, que carecerán de capacidad de desarrollo. O que, en ocasiones, conduzcan a hijos con malformaciones congénitas, cuya vida, sin embargo, es merecedora del mismo respeto y la misma protección que la de los seres normalmente constituidos.
- ¿Y no puede suceder que, aunque el fruto de la fecundación sea una vida humana, ésta no llegue a constituir un ser humano individual hasta un momento posterior?
En la realidad no existen más que seres humanos individuales. El concepto de vida humana es una abstracción que no existe más que encarnada en seres individuales de la especie humana. La vida humana, en general, es una idea abstracta; una vida humana concreta no es, no puede ser en la realidad, otra cosa que un ser humano.
- Pero dado que hasta el decimocuarto día posterior a la fecundación existe la posibilidad de que de un óvulo fecundado salgan no uno, sino dos seres humanos (gemelos monocigóticos), ¿no habría que afirmar que mientras sea posible tal división no existe un ser humano individualizado?
El que puedan llegar a existir dos seres humanos a partir de un mismo óvulo fecundado no significa que antes de la división no hayaninguno, sino más bien que donde había uno -por un proceso todavía no bien conocido- llega a haber más de uno.
Hay que tener en cuenta que no es lo mismo individualidad que indivisibilidad. Un ser vivo puede ser individual, pero divisible; es el caso de las bacterias y otros microorganismos. El que en una determinada época de su evolución biológica un ser vivo pueda ser divisible no invalida su carácter de individuo único en los momentos anteriores. El ser humano, como se ha dicho antes, hasta aproximadamente el día 12-14 de su evolución es individual, pero divisible, y a partir de la anidación es ya único e indivisible.
- Si existe un ser humano desde la fecundación, ¿por qué los científicos se refieren a él con términos varios según su fase de desarrollo: cigoto, mórula, blastocisto, embrión, feto?
Porque la vida de un ser humano es un largo proceso que se inicia cuando de dos gametos, uno masculino y otro femenino, surge una realidad claramente distinta: el nuevo ser humano, fruto de la fecundación, quien en las distintas etapas de su desarrollo recibe nombres distintos: el cigoto es la primera célula que resulta de la fusión de las células masculina y femenina. Tras unas primeras divisiones celulares, este ser humano recibe el nombre de mórula, en la que pronto aparecerá una diferenciación entre las células que formarán el embrión (lo que hemos llamado embrión preimplantado, y que algunos llaman preembrión) y las destinadas a formar la placenta. En esta nueva fase, el ser humano se llama blastocisto, y anidará en la pared del útero de su madre. Después se irán diferenciando sus órganos, unos antes que otros, durante todo el período embrionario, al tiempo que la placenta se desarrolla por completo. El embrión se llamará entonces feto, y continuará su crecimiento mientras se produce la maduración funcional de sus órganos hasta que, en un momento dado, nacerá y se llamará neonato, recién nacido. Y este proceso único, que se ha desarrollado suavemente, sin cambios bruscos, continúa después del nacimiento, y el neonato se hace niño; el niño, adolescente; el adolescente, joven; el joven, adulto y el adulto, anciano. Todos éstos son los nombres que distinguen las etapas de la vida de un solo ser que surgió con la fecundación y que será el mismo hasta que muera, aunque su apariencia externa sea muy diferente en una u otra fase.
- ¿No podría entenderse que hasta que sea viable, es decir, hasta que sea capaz de subsistir fuera del vientre materno, el hijo no nacido no es un ser humano, puesto que depende de su madre para existir?
No. El hecho de que en una determinada fase de su vida el hijo necesite el ambiente del vientre materno para subsistir no implica que sea una parte de la madre. Desde la fecundación tiene ya su propio patrimonio genético distinto del de la madre, y su propio sistema inmunológico diferente también del de la madre, con quien mantiene una relación similar a la del astronauta con su nave: si saliese de ella moriría, pero no por estar dentro forma parte de la nave.
Por otra parte, lo que se llama la viabilidad (es decir, la probabilidad de que el hijo siga viviendo en el exterior tras un embarazo cesado prematuramente) es mayor a medida que la gravidez está más avanzada, pero es muy difícil determinarla en el tiempo, pues el que el hijo pueda seguir viviendo depende en gran parte de factores externos: . tipo de parto, atenciones médicas que reciba el niño, abundancia o escasez de medios y estado de la técnica en el lugar en que ocurre el nacimiento, etc. Además, a medida que avanzan los conocimientos de la ciencia va disminuyendo la edad del embarazo en que se puede considerar viable un feto. Por eso la adquisición de la viabilidad, como el aprender a andar o a hablar, o el llegar al uso de razón, son cosas que le pasan a un ser humano, pero en modo alguno momentos en que éste se convierte en humano. No tiene sentido hacer depender la condición humana del desarrollo tecnológico.
Por lo demás, la capacidad de subsistir fuera del seno materno ha de ser forzosamente ajena a la determinación del inicio de la vida humana, porque un recién nacido es también absolutamente incapaz de subsistir por sí mismo sin recibir los oportunos cuidados. El nacimiento determina un cambio en el modo de recibir el oxígeno y un cambio en el modo de alimentarse, pero el resto del desarrollo continúa el curso que ya se inició en el comienzo de la vida intrauterino.
- A pesar de todo, si alguien tuviese dudas de en qué momento exacto surge un nuevo ser humano, ¿qué actitud ha de adoptar?
En el supuesto de que alguien tenga dudas acerca de si en un instante concreto ya comienza a existir un nuevo ser humano o todavía no existe, debe abstenerse de interrumpir su normal desarrollo o de darle tratos indignos del hombre, pues ante esta duda debe prevalecer la posibilidad de que sí estemos ante un ser humano; al igual que, en caso de duda sobre si un hombre está ya muerto o todavía no, se exige que se le respete como ser humano vivo hasta que haya certeza de su muerte. Hasta tal punto la sociedad valora la protección de la vida humana, que para extirpar un órgano con destino a un trasplante no basta con la probabilidad de que el donante haya fallecido, sino que se exigen rigurosos criterios científicos para diagnosticar su muerte.
Que esto es así se puede apreciar muy vivamente en los casos dramáticos de hundimiento de edificios o de mineros atrapados en un derrumbamiento: los trabajos de desescombro y de rescate prosiguen mientras no haya completa certeza de que no queda nadie vivo, y jamás se suspenden sólo porque se suponga meramente probable que hayan muerto todos.
- ¿En qué momentos de su vida intrauterina va desarrollando el hijo no nacido sus distintos órganos y funciones?
A las dos semanas se inicia el desarrollo del sistema nervioso.
A las tres semanas de vida empieza a diferenciarse el cerebro, aparecen esbozos de lo que serán las piernas y los brazos y el corazón inicia sus latidos.
A las cuatro semanas ya empiezan a formarse los ojos.
A las seis semanas la cabeza tiene su forma casi definitiva, el cerebro está muy desarrollado, comienzan a formarse manos y pies, y
muy pronto aparecerán las huellas dactilares, las que tendrá toda su vida.
A las ocho semanas el estómago comienza la secreción gástrica; aparecen las uñas.
A las nueve semanas se perfecciona el funcionamiento del sistema nervioso: reacciona a los estímulos y detecta sabores, pues se ha comprobado que si se endulza el líquido amniótico -en el que vive nadando dentro del vientre materno- ingiere más, mientras que si se sala o se acidula, lo rechaza.
A las once semanas ya se chupa el dedo, lo que puede verse perfectamente en una ecografía.
La mayor parte de los órganos están completamente formados al final de la duodécima semana, y casi todos ellos funcionarán ya en la segunda mitad de la vida intrauterina. Pero hay cambios que no se producirán más que después de nacer: la primera dentición sólo aparece seis meses después del nacimiento, los dientes definitivos lo hacen hacia los siete años y algunas veces las últimas muelas no salen hasta bien avanzada la edad adulta. La pubertad, con todos sus cambios anatómicos y fisiológicos, acaece en la segunda década de la vida, y la capacidad reproductora en la mujer se inicia poco después de la pubertad y cesa en el climaterio. Es decir, la vida es un proceso único, que empieza en la fecundación y no se detiene hasta la muerte, con sus etapas evolutivas e involutivas.
- Entonces, ¿con qué fundamento defienden algunos que el hijo aún no nacido forma parte del cuerpo de la madre, y que es ella la única que puede decidir sobre el destino del hijo?
Quienes así argumentan no tienen ningún fundamento en absoluto. La realidad demuestra categóricamente que el hijo es un ser por completo distinto de su madre, que se desarrolla y reacciona por su cuenta, aunque la dependencia de su madre sea muy intensa, dependencia que, por cierto, continúa mucho tiempo después del nacimiento. Ni siquiera forman parte del cuerpo de la madre la placenta, el cordón umbilical o el líquido amniótico, sino que estos órganos los ha generado el hijo desde su etapa de cigoto porque le son necesarios para sus primeras fases de desarrollo, y los abandona al nacer, de modo semejante a como, varios años después del nacimiento, abandona los dientes de leche cuando ya no le son útiles para seguir creciendo. Por tanto, pretender que el hijo forma parte del cuerpo de la madre no es, en el mejor de los casos, más que una muestra de absoluta ignorancia
Como se practica el aborto
15. ¿Cuáles son los métodos habituales en la práctica del aborto?
El aborto provocado tiene por objeto la destrucción del hijo en desarrollo en el seno materno o su expulsión prematura para que muera. Para conseguir este resultado se suelen usar diversos métodos que en otras circunstancias se emplean normalmente también en ginecología y obstetricia, y que se eligen atendiendo a los medios de que se disponga y a la edad del feto que hay que suprimir. Los métodos más utilizados son: aspiración, legrado, histerotomía (“mini cesárea”), inducción de contracciones e inyección intraamniótica.
- ¿No existen también unas píldoras abortivas?
Aunque se ha intentado muchas veces el uso de medios con apariencia de medicamentos para producir abortos, hasta ahora sólo lo ha conseguido con alguna efectividad la llamada “píldora abortiva” (RU-486). Mediante su administración en época muy temprana del embarazo, antes de la sexta semana de vida del hijo, es decir, antes de que se produzca la segunda falta de la regia en la madre, se intenta que este preparado hormonal anule la función de la placenta en formación, con lo que se produce la muerte del hijo, que es en ese momento un embrión necesitado absolutamente de la función nutritiva de la placenta, y entonces ocurre su consiguiente expulsión con todas sus envolturas. Si no se consiguen completamente los resultados perseguidos hay que recurrir a un legrado para consumar el aborto.
- ¿Cómo se practica un aborto por aspiración?
Se dilata primero el cuello uterino con un instrumental adecuado a esta función, para que por él pueda caber un tubo que va conectado a un potente aspirador. La fuerza de la succión arrastra al embrión y al resto del contenido uterino, todo deshecho en pequeños trozos. Una vez terminada la operación de succión se suele realizar un legrado para obtener la certeza de que el útero ha quedado bien vacío. Este método se suele usar cuando el embarazo es de menos de diez o doce semanas.
- ¿En qué consiste el método de legrado?
El legrado o raspado, también llamado “curetaje”, es el método que se usa más frecuentemente. Se comienza por dilatar convenientemente el cuello del útero, lo que sólo se puede hacer bajo anestesia. Luego se introduce en el útero una especie de cucharilla de bordes cortantes llamada legra o “cureta”, que trocea bien a la placenta y al hijo al ser paseada de arriba abajo por toda la cavidad del útero. Los trozos así obtenidos se extraen con la misma legra.
Este método suele practicarse sobre todo en los tres o cuatro primeros meses de la vida del hijo. Si el embarazo ha superado las doce semanas, las dificultades aumentan y hay que triturar muy bien el cuerpo del feto para sacarlo al exterior. A veces pueden quedar grandes restos en el interior del útero, por ejemplo la cabeza, y por eso el abortador debe identificar cuidadosamente todos los restos extraídos para asegurarse de que no ha quedado nada dentro de la madre.
- ¿Por qué se usan estos métodos sólo en los primeros meses del embarazo?
Porque el hijo crece y se desarrolla muy rápidamente, y pasado este tiempo su trituración y su expulsión por vía vaginal se hace muy difícil para quien realiza el aborto y muy peligrosa para la madre.
- ¿En qué consiste el método de abortar conocido por “mini cesárea”?
La cesárea es una intervención que se realiza al final del embarazo, y que consiste en extraer al hijo a través de una incisión en el abdomen de su madre, cuando por las causas que fuere no es posible su nacimiento por el conducto normal. Esta operación ha salvado muchas vidas tanto de madres como de hijos. Una cesárea practicada cuando han transcurrido todavía pocas semanas de embarazo se llama “mini cesárea”, y consiste en practicar una incisión en el útero a través del abdomen materno para extraer por ella al hijo y a la placenta. Este método se suele realizar a partir de la decimoquinta o decimosexta semana del embarazo. Habitualmente se extraen niños vivos, que se mueren poco después por ser inviables. Pero a veces por este procedimiento se han obtenido niños vivos que eran viables, y entonces se les ha dejado morir sin prestarles los cuidados que posiblemente habrían permitido salvarlos, o bien se les ha provocado la muerte, habitualmente por asfixia.
- ¿En qué consiste el aborto por inducción de contracciones?
Consiste en la provocación de la expulsión del feto y la placenta mediante la administración a la madre, por diversas vías, de sustancias (prostaglandinas, oxitocina) que producen contracciones semejantes a las de un parto, las cuales provocan a su vez la dilatación del cuello uterino, y la bolsa en que está el hijo se desprende de las paredes del útero. El niño puede nacer muerto, porque se asfixia en el interior de su madre, o vivo.
También se emplean en ocasiones, y previamente al uso de oxitócidos, unos tallos o dilatadores hidrófilos que, colocados en el cuello uterino, se hinchan progresivamente y lo dilatan.
- ¿En qué consiste el método de la inyección intraamniótica?
Se inyecta en el líquido amniótico en que vive el hijo, a través del abdomen de la madre, una solución salina hipertónica o una solución de urea. Estas soluciones irritantes hiperosmóticas provocan contracciones parecidas a las del parto, y con un intervalo de uno o dos días tras la inyección, el hijo y la placenta suelen ser expulsados al exterior. En un cierto número de casos hay que efectuar después un legrado para asegurarse de la expulsión de la placenta.
Este método se utiliza en ocasiones para evacuar un feto muerto espontáneamente y retenido en el útero, y sólo puede usarse en un embarazo ya avanzado. Si se trata de provocar un aborto, es decir, si el hijo está vivo dentro de su madre y hay que suprimirlo, también el embarazo tiene que ser de cierto tiempo, de más de cuatro meses.
La solución irritante introducida previamente suele envenenar al feto, produciéndole además extensas quemaduras. Alguna vez, en lugar de soluciones cáusticas, se han introducido en el líquido amniótico prostaglandinas; pero los que provocan abortos prefieren las otras soluciones, porque se obtienen fetos muertos con más seguridad, y es desagradable que el hijo nazca vivo y haya que matarlo o dejarlo morir a la vista de todos.
- ¿Puede decirse que estos métodos sean seguros para la vida o la salud de la madre?
No. La palabra “seguridad” es completamente inadecuada para estas situaciones. En los abortos por aspiración existe el riesgo de infecciones e incluso de perforación del útero, y que a la hemorragia se una la lesión de órganos abdominales de la madre. Este riesgo se incrementa en los abortos por legrado. En los abortos por inducción de contracciones las complicaciones más graves son las hemorragias y las embolias, y en las “mini cesáreas” se corre el riesgo de desgarros de la cicatriz y de infecciones sobreañadidas. En las inyecciones intraamnióticas puede producirse el paso de las sustancias tóxicas al sistema circulatorio de la madre.
Es cierto que estas complicaciones no son muy frecuentes y que la mortalidad materna no es alta (aunque hay complicaciones y hay muertes), pero existen secuelas importantes derivadas de estas manipulaciones, que pueden influir seriamente en el desarrollo de embarazos posteriores.
Hay que mencionar también aquí el alto riesgo de alteraciones psíquicas que pueden aparecer muchas veces de forma tardía. El aborto supone frecuentemente para la madre, aunque se someta a él voluntariamente, un fuerte trauma psíquico.
En suma, ningún aborto es “seguro” para la mujer que aborta. Se trata tan sólo de una manera de hablar, por contraposición a otros métodos que implican aún más riesgo.
- ¿Existen, pues, otros métodos, más burdos y peligrosos para la madre, que se usan en el aborto clandestino?
Sí. Desde hace miles de años existen testimonios históricos de abortos provocados, con gran riesgo para la vida de la madre. Hoy día siguen usándose métodos caseros en los abortos clandestinos.
- ¿No sería mejor entonces, legalizar el aborto para evitar los riesgos de esos abortos clandestinos, o para que las mujeres más pobres no estén en inferioridad de condiciones respecto de las más ricas, que pueden ir a abortar al extranjero?
En primer lugar, debe saberse que incluso en los países con legislación muy permisivo sobre el aborto, el aborto clandestino sigue existiendo, por mil razones muy fáciles de comprender (adulterios con consecuencias no deseadas, necesidad de ocultar un embarazo para mantener cierta posición social, o tantas otras). En cualquier caso, las circunstancias exteriores que rodean al aborto pueden hacerlo más sórdido e inhumano por poner en peligro la vida de la madre además de la del hijo. Pero el aborto, sea de mujeres ricas o pobres, se haga clandestinamente o bajo la protección del Estado, se practique sin medios o con la más sofisticado tecnología, es siempre el mismo crimen contra la vida de un inocente indefenso, y esta acción nunca se puede justificar.
III. Las leyes sobre el aborto
- ¿Cómo se ha venido regulando el aborto en los ordenamientos jurídicos de las naciones?
En la Grecia y la Roma antiguas el aborto, así como el infanticidio, estaban generalmente permitidos y socialmente aceptados. Desde que el Derecho se humanizó por influencia del cristianismo, el aborto se ha castigado siempre como un crimen.
En el siglo XX se han producido varias modificaciones en esa situación: la Unión Soviética permitió el aborto en 1920, y en la década de los 30 se añadieron varios países escandinavos y posteriormente otros del Este de Europa entonces bajo la dominación soviética, así como Japón.
A partir de finales de los años 60 se va permitiendo el aborto provocado -con más o menos restricciones, según los países- en el mundo occidental, aunque en muchas naciones sigue respetándose y protegiéndose el derecho a la vida del no nacido.
- ¿Cuál es la situación en España?
En España el aborto ha sido un delito castigado en el Código Penal sin excepciones hasta 1985, en que una reforma del Código, conocida popularmente como “ley del aborto”, estableció unos supuestos en que, por concurrir determinadas circunstancias, el aborto no será punible.
- ¿Significa esto que el aborto ya no es delito en España?
No. El aborto en España es un delito regulado en el Código Penal, en el Título VlIl (“delitos contra las personas”), Capítulo III, artículos 411 a 417 bis, ambos inclusive. En esos preceptos se establecen unas penas para quienes aborten, como se establecen en otros lugares del Código para quienes asesinen, violen o roben.
- ¿Cuál es, entonces, la novedad que supuso la “ley del aborto”?
La nueva legislación, si se realiza en las circunstancias y condiciones que prevé esa legislación, no se castiga a quien lo practique ni a quien consienta que se le practique.
- ¿Cuáles son esas circunstancias?
Son de tres clases: unas, relativas a la madre: que preste su consentimiento al aborto; que del embarazo se derive un grave peligro para su vida o su salud física o psíquica, o que el embarazo sea el resultado de un delito de violación. Otras, relativas al hijo: que se presuma que habrá de nacer con graves taras físicas o psíquicas. Otras, en fin, relativas a la misma práctica del aborto: que cuando se realice en virtud de uno de los casos anteriores, se haga en un centro autorizado para ello; que se practique por un médico o bajo su dirección; que, en algunos casos, haya uno o más dictámenes médicos que aconsejen el aborto, y que éste se realice no más tarde de determinados plazos en los casos de violación o de presuntas malformaciones del hijo.
- ¿Cuál es la justificación que se ha dado para que el aborto no se castigue en algunos casos?
En algunas legislaciones se parte de la base de que el hijo concebido y no nacido no merece ninguna protección legal más que a partir de determinado tiempo de vida intrauterino, que es cuando se le empieza a considerar merecedor de protección. Según este criterio, el aborto es legal en determinado plazo del embarazo. Este sistema se conoce como el “sistema de plazos”.
En otros ordenamientos, como ocurre en el caso español, se considera que el hijo merece protección legal desde el inicio de su vida, pero se establecen las circunstancias en las cuales abortar deliberadamente no debe ser castigado. Este es el sistema conocido como “sistema de indicaciones”, que suele ser mixto, es decir, que a cada indicación suele corresponder un plazo de embarazo en que el aborto provocado no es punible.
32 ¿Es más restrictivo el sistema de indicaciones que el sistema de plazos?
Sí, porque en el sistema de indicaciones la Ley considera la vida del no nacido como un bien digno de protección, aunque se piense que no debe castigarse penalmente a quien aborta si existe un conflicto de bienes que el Estado no quiere prejuzgar cómo se resuelve. En cambio, en el sistema de plazos la vida del no nacido se convierte en una cosa disponible y destruible por la libre voluntad privada de la madre, pues el Estado se desentiende de ese no nacido y no le dispensa absolutamente ninguna protección.
- ¿Explica de alguna manera nuestra legislación las razones por las cuales se establecen ciertas indicaciones para que el aborto no sea punible?
Normalmente, los promotores y quienes consienten las leyes que facilitan el aborto provocado intenta justificar la legislación permisiva argumentando que, en casos límite, no puede exigirse de las madres angustiadas una conducta heroica, ya que ésa no es función de la norma penal.
- ¿Y no es, efectivamente, así?
No. Cualquier legislación penal establece con carácter general que los “casos límite”, en los cuales una persona se ve obligada, física o psíquicamente, a cometer un delito (cualquier delito, no sólo el aborto), implican la exención de responsabilidad penal del autor. También en España se da esta eximente de responsabilidad, llamada “estado de necesidad”, que, apreciada por el juez, conlleva la absolución del autor del delito. Esto quiere decir que no era necesaria una legislación específica para los “casos límite” en materia de aborto provocado, pues jamás se ha condenado a nadie por este delito, en la historia judicial española, si concurría la circunstancia de estado de necesidad.
Si lo que se pretendía era resolver los casos límite, la reforma del Código Penal no sólo no ha venido a llenar una laguna, que no existía, sino que ha transmitido a la sociedad la errónea impresión de que abortar en determinadas condiciones no es delito, tanto si se trata de casos límite como si no.
- ¿Y no es lo mismo, a fin de cuentas, aplicar una eximente que declarar ciertos abortos no punibles?
No, porque en el primer caso la ley sigue transmitiendo a la sociedad el mensaje de que abortar es un delito, aunque los jueces apliquen la máxima comprensión hacia el delincuente en estado de necesidad, y en el segundo se transmite la idea de que basta con cumplir determinados requisitos formales para que abortar no sea delito, e incluso pueda llegar a ser una conducta socialmente respetable.
- Entonces, ¿por qué se hizo esta modificación del Código Penal, si también antes se absolvía en casos de estado de necesidad?
Algunos de los promotores de la actual legislación sobre el aborto nunca han ocultado que éste tiene que ser el primer paso para que la sociedad considere el aborto provocado, en cualesquiera circunstancias, no sólo como algo legítimo, sino como un derecho de las madres de suprimir a sus hijos. Más adelante veremos que en la ley española, aparte de verdaderos estados de necesidad, se contemplan como causas de no punibilidad del aborto circunstancias normales en la vida, por duras que puedan ser.
Por otra parte, si no se realizaba la reforma como se realizó, no habría sido posible, entre otras cosas, el establecimiento legal de centros dedicados a la práctica de abortos, como si fueran una actividad médica o terapéutica en lugar de una sistemática eliminación de hijos aún no nacidos. Esta ocultación de la realidad se vive hasta el punto de que a los abortos provocados se les denomina con el eufemismo de “interrupciones voluntarias del embarazo”, o incluso con las iniciales “I.V.E.”, que sugieren algo técnico y científico, y desde luego ajeno a la posibilidad de que haya una víctima humana en este proceso, como en efecto la hay.
- ¿Qué opinan los médicos de la realización de abortos provocados?
La gran mayoría de los médicos, en España y en todo el mundo, se niegan terminantemente a practicar abortos, porque saben que un aborto provocado es acabar violentamente con la vida de un ser humano, y esto es enteramente contrario a la práctica de la Medicina.
- ¿Qué dice el artículo del Código Penal español que declara no punibles determinados abortos?
Es el artículo 417 bis, y su texto es el siguiente:
“1. No será punible el aborto practicado por un médico, o bajo su dirección, en centro o establecimiento sanitario, público o privado, acreditado y con consentimiento expreso de la mujer embarazada, cuando concurra algunas de las circunstancias siguientes:
1ª: Que sea necesario para evitar un grave peligro para la vida o la salud física o psíquica de la embarazada y así conste en un dictamen emitido con anterioridad a la intervención por un médico de la especialidad correspondiente, distinto de aquél por quien o bajo su dirección se practique el aborto.
En caso de urgencia por riesgo vital para la gestante, podrá prescindiese del dictamen y del consentimiento expreso.
2ª: Que el embarazo sea consecuencia de un hecho constitutivo de delito de violación del artículo 429, siempre que el aborto se practique dentro de las doce primeras semanas de gestación y que el mencionado hecho hubiese sido denunciado.
3ª: Que se presuma que el feto habrá de nacer con graves taras físicas o psíquicas, siempre que el aborto se practique dentro de las veintidós primeras semanas de gestación y que el dictamen, expresado con anterioridad a la práctica del aborto, sea emitido por dos especialistas de centro o establecimiento sanitario, público o privado, acreditado al efecto, y distintos de aquél por quien o bajo cuya dirección se practique el aborto.
4ª: En los casos previstos en el número anterior no será punible la conducta de la embarazada, aun cuando la práctica del aborto no se realice en un centro o establecimiento público o privado acreditado o no se hayan emitido los dictámenes médicos exigidos”.
Se trata, pues, de una legislación mixta, de indicaciones y de plazos, aunque en el primero de los tres supuestos se atiene exclusivamente al sistema de indicaciones.
- ¿Qué quiere decir “no será punible el aborto practicado por un médico, o bajo su dirección, en centro o establecimiento sanitario, público o privado”?
Con estas expresiones se quieren significar varias cosas: la primera, que la conducta descrita en este artículo no lleva aparejada la imposición de pena alguna si se cumplen los supuestos y los requisitos del propio artículo. También se quiere decir que la ley no obliga a que el aborto lo practique un médico; lo puede realizar cualquiera, aun sin requisito alguno de cualificación, siempre que un médico reconozca haberío dirigido. Y se establece que, para que el aborto no sea punible, debe hacerse en un establecimiento que reúna determinadas condiciones técnicas, que están reguladas por Decreto y se refieren al personal y las instalaciones de que ha de disponer el lugar.
- ¿Qué quiere decir la circunstancia 1ª de este artículo?
Quiere decir que la determinación de si la vida o la salud física o psíquica de la madre corren grave riesgo como consecuencia del embarazo, se hará solamente por medio de un único certificado médico. El aborto fundado en esta circunstancia se conoce como “aborto terapéutico”.
- ¿Por qué se llama “aborto terapéutico”?
Inicialmente se llamó así al aborto que se practicaba cuando entraban en colisión la vida de la madre y la del hijo. Hoy se extiende este calificativo a cualquier dolencia o riesgo de dolencia. En este último sentido, se pretende sugerir que mediante el aborto se cura alguna enfermedad de la madre, aunque, en términos estrictos, un aborto provocado no cura nada, no es terapia de nada.
- ¿De cuántas semanas ha de ser el embarazo para que en esta circunstancia el aborto no sea punible?
No hay plazo alguno. La madre podrá abortar impunemente en cualquier momento de su embarazo si el certificado médico se basa en el peligro para su vida o su salud.
- ¿Es frecuente que la vida de una mujer corra grave peligro como consecuencia de su embarazo?
No; es muy raro que eso ocurra. Con los últimos adelantos de la ciencia médica, es cada día más difícil que se plantee esta colisión entre la vida de la madre y la del hijo. La realidad más bien inclina a decir lo contrario: hay más ocasiones de peligro de muerte para una madre como consecuencia de un aborto provocado que como consecuencia de su embarazo.
- ¿Y respecto de la salud física de la madre?
Ciertamente, un embarazo que se considere normal es de por sí una sobrecarga que debe sufrir la mujer embarazada, y puede producir, y de hecho produce, trastornos de diversa índole; pero parece cosa clara que ninguna de estas irregularidades entra en las causas previstas para que el aborto no sea punible, ya que entonces sobraría la ley, porque, como queda dicho, esas disfunciones corresponden a embarazos que médicamente se consideran perfectamente normales.
En determinadas ocasiones puede suceder que un embarazo agrave una enfermedad previa a la madre, pero resulta muy difícil cuantificar el riesgo añadido que pueda suponer el embarazo y, en cualquier caso, la madre bien atendida podrá superar sin mayores problemas las dificultades planteadas, porque hoy existen medios sobrados para que así suceda. Por otro lado, no debe olvidarse que la práctica de un aborto puede suponer por sí misma un empeoramiento de la salud de la madre.
Finalmente, hay que tener muy en cuenta la enorme desproporción de los valores en conflicto en este caso, que son la mejor o peor salud de la madre frente a la vida o la muerte del hijo. No se puede justificar la eliminación del hijo para evitar un agravamiento de la salud de la madre.
- ¿Y en cuanto a la salud psíquica?
Todo embarazo no deseado supone, claro está, una perturbación emocional en la madre, como ocurre en cualquier disgusto serio. Pero de ahí a suponer que venga a producirse un grave peligro para su salud psíquica media un abismo. Si hubiéramos de juzgar por las causas alegadas para la realización de abortos no punibles en España, tendríamos que concluir que en efecto es muy frecuente que un embarazo causa “grave peligro” a la salud psíquica de la madre pues, de hecho, la inmensa mayoría de los abortos realizados en España al amparo de la ley lo son por esta causa. El portavoz de un establecimiento que realiza abortos en Madrid ha declarado que “practicamos el aborto libre sin estar fuera de la ley, porque interpretamos que cada embarazo no deseado supone un grave riesgo para la salud psíquica de la madre”.
- Parece que son muchos los que, efectivamente, creen que todo embarazo no deseado ya es de por sí una grave enfermedad psíquica para la mujer.
Esta es una de tantas creencias erróneas, que se mantienen como consecuencia de la ignorancia, deliberada o no, de una realidad tan evidente como que la vida se compone necesariamente de momentos felices y momentos tristes, e incluso amargos. El llevarse un disgusto grave, sufrir un desengaño importante o tener que soportar consecuencias desagradables de algo que se hizo sin medir el alcance de sus efectos, son cosas que ocurren continuamente en todos los órdenes de la vida, sin que por eso nadie pueda decir en serio que todos los que están en una situación así sufren una grave enfermedad psíquica. Los habrá que sí, pero es obvio que éste no es el caso corriente, ya que de lo contrario habría que aceptar el absurdo de que todos los hombres y mujeres sobre la tierra sufren una grave enfermedad psíquica por el hecho de existir; el absurdo de que la existencia, por llevar consigo episodios infelices, es en sí misma una grave enfermedad psíquica.
De todos modos, aun suponiendo que una mujer que se encuentra embarazada sin querer estarlo sufre un trastorno psicológico de importancia, hemos de tener en cuenta que la experiencia demuestra que muchos, por no decir muchísimos, embarazos no deseados se transforman, si se deja nacer al hijo, en gozosas maternidades deseadas, y bien deseadas. La experiencia demuestra que lo más corriente es que un feto no querido se convierta en niño queridísimo cuando nace. Y eso no tiene nada de particular, porque la madre puede experimentar, ante un embarazo que no quería, una perturbación emocional que le dificulte el hacerse cargo cabalmente de a quién lleva en sus entrañas, pero esa situación desaparece en cuanto oye al hijo llorar y lo ve agarrándose a su pecho para tomar su alimento.
Existen, sin embargo, casos en los que la madre detesta a su hijo ya nacido de todos modos, como hay madres, y padres, que aman intensamente a sus hijos cuando son pequeños y los odian cuando ya son mayores, por las circunstancias que fuere. En situaciones así, parece que la legislación más prudente será la que se ocupe de velar por la vida y la seguridad de los eventualmente amenazados, sobre todo si son desvalidos e inocentes de toda culpa (arbitrando sistemas de adopción, de acogida, de educación, etc.), y no una legislación que acepte como legal el infanticidio o el parricidio.
- ¿Hay algún modo de contrastar si el peligro alegado en el certificado médico existe y, de existir, si es o no grave?
Resulta muy difícil contrastar eso. El estudio de los trastornos psíquicos tiene todavía, según opinión unánime de los especialistas, mucho camino que recorrer. Hablar en general de “salud psíquica” es tan vago e inconcreto que puede no significar científicamente nada. No se ha demostrado hasta ahora que ningún tipo de enfermedad mental conocido y preciso se pueda curar solamente mediante un aborto, porque es prácticamente imposible esta clase de demostraciones, como es igualmente imposible demostrar que el aborto no sea más perjudicial para la salud psíquica de la madre que dejar que el hijo nazca.
- ¿Qué quiere decir la circunstancia de violación?
Quiere decir que para que el aborto no sea punible, hay que haber denunciado previamente la violación, y que el aborto hay que realizarlo en los tres primeros meses del embarazo. El aborto por esta razón se conoce como “aborto ético”.
- ¿Por qué se llama “aborto ético”?
Se le ha dado este nombre por los que consideraban que el aborto provocado en estos casos era éticamente admisible. Hoy, con esta expresión se quiere transmitir la sensación de que se remedia un acto de salvajismo como es toda violación, aunque, en realidad, el aborto no remedia nada, ya que la violación no puede dejar de haber existido, y el hijo fruto de la violación es completamente inocente. El abortar por causa de violación no tiene nada que ver con la ética, porque no es una actitud ética el tratar de compensar una injusticia con otra injusticia.
- ¿Por qué se establece el plazo de tres meses en este caso?
No existe ninguna razón con fundamento biológico o médico para que el aborto deliberado por causa de violación no sea punible antes de los tres meses de gestación y sí lo sea después de ese plazo. Únicamente ocurre que la realización del aborto es más fácil y ofrece menores riesgos para la madre cuanto más pequeño sea el hijo en el útero materno.
- ¿Es frecuente la práctica de abortos legales fundados en la causa de violación?
No; es sumamente rara, porque es muy infrecuente que de una violación se siga un embarazo. Además, para estos casos tiene que intervenir la Policía como consecuencia de la obligación de denunciar la violación antes de la práctica del aborto, lo cual inclina de inmediato a acogerse a la circunstancia del “grave peligro para la salud psíquica” de la madre, que sólo requiere un certificado médico, no exige plazo alguno para la práctica del aborto y mantiene alejada a la Policía.
- ¿Qué quiere decir la circunstancia de riesgo de graves taras del feto?
Quiere decir que para que el aborto por causa de mal-formaciones del feto (llamado también “aborto eugenésico” o “eugénico”) no sea punible, han de cumplirse estas dos condiciones:
- a) que existan dos certificados médicos, emitidos por especialistas diferentes del que eventualmente practique el aborto, en los que conste la presunción de graves taras del hijo;
- b) que el aborto se realice en las primeras veintidós semanas de gestación, es decir, hasta los cinco meses y medio de vida del hijo en el vientre de su madre.
53. ¿Por qué se llama “aborto eugenésico”?
La palabra “eugenésico” significa “de buen origen”. Desde fines del siglo pasado se estudia la eugenesia, que es la ciencia que estudia cómo
mejorar los factores hereditarios en las especies vivas, también en la humana, y que tuvo un gran desarrollo en Estados Unidos; ya entrado este siglo, en la Alemania nazi se fomentó el nacimiento de niños de padres de raza aria, y se trató de evitar, mediante la esterilización, la reproducción de personas con reales o supuestas taras genéticas.
Se ha aplicado este término a este tipo de aborto porque se pretende evitar así el nacimiento de niños con malformaciones o anomalías. Pero esta denominación no es idónea, ya que mediante esta forma de aborto no se consiguen mejorar los factores hereditarios de la especie humana.
- ¿Por qué se establece el plazo de veintidós semanas de gestación para esta clase de aborto?
Porque hacia la vigésimo segunda semana es cuando con las técnicas más habituales se pueden detectar signos de que el hijo padece alguna malformación congénita.
- ¿No es mejor evitar que nazca un niño llamado a tener una vida disminuida, con grandes sufrimientos tanto para él como para su familia?
No. El pensar de esta manera conduce a la aberración de suponer que dar muerte a un ser humano en determinadas circunstancias es hacerle un favor. La muerte como remedio va directamente en contra no sólo de los más elementales planteamientos humanitarios, sino también del sentido común.
Los poderes públicos, ante los casos de minusvalías físicas o mentales, no solamente no deben predicar la muerte, sino que tienen la grave obligación de promover una legislación que les preste atención especialísima, pues no hay mejor expresión de solidaridad que una legislación que ayude positivamente a la más plena integración social de los deficientes y al logro por su parte de toda la calidad de vida que les sea asequible. No existe más atroz muestra de insolidaridad que patrocinar la muerte del ser humano con graves taras cuando ya existe y está vivo, aunque sea antes de su nacimiento.
Pero además de estas cuestiones de principio, la experiencia nos muestra continuamente que personas aquejadas de graves taras físicas, que según la ley española podrían haber sido matadas impunemente antes de nacer, han prestado y prestan servicios relevantes, y aun espectaculares, a la comunidad humana. Y por lo que respecta a los minusválidos psíquicos, también la experiencia de millares de hijos deficientes nos enseña que ellos son a menudo unos felices miembros de sus familias y unos decisivos factores de cohesión familiar y de amor mutuo.
Hay que decir, por último, que la legislación española establece una lacerante desproporción entre lo probable de la malformación y lo seguro de la muerte en este tipo de aborto no punible.
- ¿Son frecuentes los abortos realizados acogiéndose a esta circunstancia?
No; son muy infrecuentes, porque cuando se tiene conocimiento de que el hijo o la hija son o pueden ser deficientes, resulta más fácil acogerse a la circunstancia primera (“grave peligro para la salud psíquica” de la madre), que sólo requiere un certificado médico en lugar de dos, y además no limita la práctica del aborto con ningún plazo.
- En este artículo del Código Penal se dice, además, que no se castigará a la madre que aborte acogiéndose a una de estas “indicaciones”, aunque no haya certificados médicos o el aborto no se haga en un “centro acreditado”. ¿Cuál es el significado de esta afirmación?
Con este mandato se quiere eximir de toda culpa penal a la madre que consiente que se le practique un aborto porque crea erróneamente que se cumplen los requisitos de la ley, aunque no sea así. En este caso, se castigará solamente a los demás autores del delito.
- ¿Y qué ocurre si se demuestra que un certificado médico de los exigidos no responde a la realidad de un riesgo para la vida o la salud de la madre, o a una probable malformación grave del hijo?
Si se demostrase esto, el aborto así practicado sería un delito punible, y los culpables (autores materiales, inductores, cómplices, encubridores) deberían ser castigados. Pero es sumamente difícil que en la práctica ocurra esto, porque tendría que abrirse una causa penal, previa denuncia que permitiera al juez investigar, y tanto la madre como los familiares lo que quieren a todo trance es olvidar este episodio dramático de sus vidas, lo cual beneficia a los médicos y demás personas que se lucran económicamente con la práctica del aborto. Todo esto sin contar con la gran dificultad técnica que entraña la averiguación de la veracidad de lo que se dice en un certificado médico, sobre todo si en él se establecen previsiones o pronósticos y no diagnósticos.
- ¿Pueden ampliarse en la legislación española los supuestos en los que el aborto no se castigue penalmente?
Desde luego que sí, y, si ocurriese esto, no sería ninguna novedad, puesto que en las legislaciones de algunos otros países también se considera no punible el aborto realizado por causas socio-económicas, es decir, si la llegada del nuevo hijo implicase un sacrificio económico o social que los padres considerasen insoportable. Es el llamado “cuarto supuesto”, que algunos quieren introducir en nuestra legislación porque les parece que, si figurase en el Código, permitiría que la motivación legal de muchos abortos provocados se acercase más a la realidad, ya que ahora tienen que acogerse a la indicación de “grave riesgo para la salud psíquica” de la madre.
- ¿Pero no basta ya el supuesto del riesgo para la salud psíquica para que el aborto provocado sea, de hecho, aborto a petición e impune, según ya hemos visto?
En teoría podría pensarse que así es, pero no ocurre lo mismo en la práctica, porque entre las finalidades de esta legislación no está sólo la ausencia de castigo penal, sino que está también el adoctrinamiento indirecto a la sociedad, transmitiendo la idea de que abortar puede llegar a considerarse como algo socialmente respetable.
Por esta razón hay incluso quienes entienden que el sistema de indicaciones, por amplio que sea, no resuelve del todo esta cuestión, y pretenden transformar la naturaleza legal del aborto en España, de forma que, de ser un delito, pasase a ser el derecho que las madres tendrían de matar a sus hijos concebidos y aún no nacidos; eso, según los patrocinadores de esta idea, podría lograrse si se implantase una mera ley de plazos, que desprotegiese absolutamente a los seres humanos menores de tres o cuatro meses de edad en el útero materno. El Derecho, según esta normativa, se desentendería por completo de esos pequeños, que quedarían a merced de lo que su madre decidiese hacer con ellos, incluido el darles muerte sin tener que explicar a nadie por qué.
- El que a veces el Derecho se desentienda de la protección del hijo no nacido, ¿significa que ese hijo no es una persona?
El no nacido es una persona, pues no existe ninguna otra forma de ser humano que el ser personal. Sin embargo, los ordenamientos jurídicos a veces establecen ficciones sobre quién es persona y quién no, pero estas ficciones no alteran la realidad de las cosas.
La palabra “persona” tiene, en el Derecho, un significado que no siempre corresponde a la realidad, como ocurre, por ejemplo, con las empresas, que son llamadas “personas jurídicas” para significar que son sujeto de derechos y obligaciones en cuanto tales. Otro ejemplo: en el Derecho español se tiene por muerto al desaparecido de quien no hay noticias en una serie de años, pero esta ficción legal no significa que si el desaparecido está vivo, deje por ello de ser una persona.
En el Derecho español, al no nacido debe considerársele persona, pues el aborto se regula en el Código Penal como uno de los “delitos contra las personas”, aunque a otros efectos jurídicos no se le tenga por persona (en virtud de una ficción del Código Civil) hasta 24 horas después de nacer.
- ¿Por qué esas 24 horas después del nacimiento para que el Derecho español considere, a efectos civiles, persona a un ser humano?
Este precepto de nuestro Código Civil es un arcaísmo que se arrastra desde los tiempos del Derecho Romano, en que había una enorme mortalidad de recién nacidos.
Sin embargo, ante las exigencias de la realidad, el propio Código Civil establece que al concebido y todavía no nacido se le tiene por nacido a todos los efectos que le sean beneficiosos (como por ejemplo en caso de herencia) si llega a nacer con vida.
- Pese a todo, ¿no debía España equipararse a los países de su entorno, que en su mayoría tienen legalizado el aborto?
No. A otros países hay que imitarlos en todo aquello que sea favorable a la defensa de la vida y la dignidad humanas, pero no en lo negativo y ajeno al progreso humanista.
- Pero si la mayoría de los países más adelantados de nuestra época tienen legalizado el aborto en mayor o menor medida, ¿no debe considerarse la legalización del aborto como una muestra de progreso?
No. Los países, como las personas, pueden ser adelantados y progresistas en unas cosas, y atrasados y reaccionarios en otras: la Atenas del siglo V antes de Cristo era el país más avanzado de su época en arte, filosofía, literatura, organización, pero todas estas conquistas convivían con la esclavitud. Lo mismo puede decirse de la Europa renacentista y la tortura, de los Estados Unidos del siglo pasado y la esclavitud de los negros, o de la Europa actual y el aborto provocado. Aun en nuestros días hemos asistido a auténticos genocidios, como el cometido contra los judíos durante el nazismo, que llegaron a presentarse como un avance en la depuración de la raza aria.
Del mismo modo que no sería un signo de progreso el imitar a la Atenas del siglo V antes de Cristo en cuanto a la esclavitud, tampoco sería bueno imitar hoy a los países del resto de Europa en cuanto a la legalización del aborto.
Exigencias éticas del estado
65. La cuestión del aborto, ¿no es un problema de conciencia de la mujer, al que debe ser ajeno el Estado?
No. El aborto no es un problema de conciencia individual de la madre, ni del padre, pues afecta a alguien distinto de ellos: el hijo ya concebido y todavía no nacido. Otra cosa es que abortar pueda crear problemas de conciencia.
Los poderes públicos deben intervenir positivamente en la defensa de la vida y la dignidad del hombre, en todos los períodos de su existencia, con independencia de las circunstancias de cada cual, aunque este principio, patrimonio común de todos los ordenamientos desde el cristianismo, sea hoy puesto en cuestión por algunos. El aborto provocado no es sólo un asunto íntimo de los padres, sino que afecta directamente a la solidaridad natural de la especie humana, y todo ser humano debe sentirse interpelado ante la comisión de cualquier aborto.
La autonomía de la conciencia individual debe respetarse en función de la persona humana, pero precisamente por esta convicción los Estados tienen la exigencia ética de proteger la vida y la integridad de los individuos, y despreciarían gravemente esta exigencia si se inhibieran en el caso del aborto provocado, como la despreciarían en el de la tortura. En efecto, carece de sentido una argumentación según la cual los Estados deberían permitir la tortura cuando chocasen el interés de los torturados por obtener una información o una confesión y el de las víctimas por no facilitarla o no confesar. Los Estados no pueden inhibirse en la defensa de la vida humana o su integridad física o moral argumentando que nadie puede oponerse a que alguien, según su conciencia, crea que debe practicar la tortura. El aborto, como la tortura, nos afecta a todos, y los Estados no pueden ser ajenos a eso.
- ¿Cómo es que esto se comprende claramente en el caso de la tortura y, sin embargo, no ocurre así en el del aborto?
Por varias razones, entre las cuales no es la menor el arcaísmo de creer que sólo existe lo que tenemos delante de nuestros ojos. Pero el hijo no nacido existe, está vivo, aunque no se vea ni se oiga. La tortura nos la podemos imaginar fácilmente en toda su crudeza y en todo su horror, pero hay que hacer un esfuerzo para imaginar la realidad cruda y horrible de un aborto provocado. De ahí que en páginas precedentes se haya explicado, aunque sea sucintamente y de la manera menos dramática posible, una realidad ciertamente dramática, que ni se puede ni se debe ocultar, porque el valor de la vida humana no depende de nuestros sentimientos, sino de lo que ella en realidad es.
Por otro lado, los Estados que permiten legalmente el aborto provocado encuentran para su silencio unos aliados espontáneos en los que tienen la principal obligación de proteger la vida de los hijos no nacidos: la madre y el médico que predica el aborto; mientras que, en el caso de la tortura, los familiares de la víctima son unos acusadores permanentes, y no digamos la propia víctima, si sale con vida del tormento. Por eso se tiende a comprender mucho más fácilmente la obligación del Estado de proteger al torturado que a la víctima de un aborto. Pero eso no exime en absoluto a los Estados de su obligación ética hacia el no nacido.
- Entonces, ¿tienen los Estados obligación de penalizar la práctica del aborto?
Los Estados tienen obligación de poner los medios, también los jurídicos, para que no se practiquen abortos, del mismo modo que tienen obligación de poner los medios necesarios para que no se asesine, se viole o se robe; y conforme a las técnicas jurídicas actuales, la tipificación penal del aborto como delito es la medida jurídica proporcionada a la gravedad del atentado que supone contra la vida humana.
También existen otros medios jurídicos para que los Estados desarrollen una política contraria a la práctica de abortos (sanciones administrativas, premios o subvenciones a la natalidad, etc.), pero su carácter liviano y colateral no estaría proporcionado a la gravedad intrínseca del aborto, que, por ser un atentado radical a un bien básico y fundamental, merece la máxima protección jurídica, que hoy no es otra que su configuración como delito. Lo mismo se puede decir del homicidio o la violación: deben ser delito, pues no sería proporcional amenazar al asesino o al violador solamente con una multa o algo semejante.
- ¿Significa esto que el Estado debe sancionar en sus leyes todo lo que la moral prohíbe?
No. El Estado sólo debe sancionar aquellas conductas inmorales que entran en el ámbito de su competencia por no agotarse en el terreno de la intimidad de las personas, y siempre que las normas jurídicas sean un instrumento técnicamente apto para evitar que se haga lo que se prohíbe. Todo ello sin perjuicio de la prudencia exigible al legislador para saber en cada caso hasta dónde puede y debe llegar, pues a veces es admisible la tolerancia con el mal por la imposibilidad de erradicarlo y si su prohibición pudiese causar males todavía mayores.
- ¿Y no es éste precisamente el caso de los abortos, ya que siempre los habrá y su clandestinidad puede causar gravísimos peligros a las madres que abortan?
De ninguna manera. El Estado debe proteger, por todos los medios a su alcance, los valores sobre los que se cimienta el orden social, como lo es la vida humana, y nunca, bajo ninguna circunstancia, puede renunciar a reprimir los atentados básicos y definitivos contra esos valores (homicidio, aborto, violación, tortura…), aunque se sepa que jamás podrán erradicarse, porque eso sería tanto como renunciar a la razón de ser de toda sociedad organizada y del mismo poder público.
- El que a veces pueda ser aceptable cierta tolerancia con el mal, ¿significa que hay circunstancias en que pueda no ser tenido por mal, sino ser considerado como un bien?
No. El mal siempre es mal aunque haya que tolerarlo. El bien no se tolera; se desea, se busca, se intenta conseguir. Sólo se puede tolerar lo que es negativo mientras lo negativo no se puede suprimir, pero nunca es legítimo ver como bueno lo que intrínsecamente es malo, como por ejemplo el aborto.
- Y si en un momento determinado, una parte de la población de un país no percibe el aborto como intrínsecamente malo, ¿significa eso que el aborto no ha de sancionarse o perseguirse por el Estado?
No; si fuese éste el caso, esa parte de la población estaría equivocada, como lo estaban quienes en otras épocas no veían como malas la esclavitud o la tortura. Quienes están equivocados tienen derecho a que se les ayude a salir de su error, y se les impulse a no causar daños irreparables por actuar conforme a su error.
Los valores básicos y esenciales, como la vida del ser humano y su dignidad, son previos, independientes y superiores a las determinaciones de las mayorías. Por eso los Estados no deben guiarse por las opiniones de la mayoría en lo que hace referencia a la naturaleza de las cosas. Las cosas no son verdaderas o falsas, bellas o feas, buenas o malas, porque así lo pueda disponer una mayoría en un momento concreto.
- La actitud del Estado frente al aborto provocado, ¿debe limitarse a tipificarlo como delito y perseguirlo?
No. El Estado está obligado también a favorecer la vida de las personas y su dignidad, ayudando a resolver los problemas sociales que están en el fondo de la decisión o la tentación de abortar (ayudando a la maternidad, favoreciendo la adopción, creando un marco de costumbres públicas que favorezcan la vida y la vida digna…), y buscando el ideal de que no sea necesario aplicar las penas del delito porque las medidas positivas sean más eficaces.
- Pero, mientras el aborto se dé en la realidad, ¿no es mejor sacarlo de la clandestinidad para controlarlo?
No. Legalizar los abortos no ayuda a su desaparición, sino a que aumente su número. Creer lo contrario es un error muy extendido que desmienten las estadísticas de todo el mundo, sin excepciones. El efecto multiplicador de la legalización del aborto se debe a que la opinión pública general ve como bueno lo que se despenaliza, y cada vez se trivializa más en las conciencias la decisión de abortar.
La ley penal no sólo tiene como fin la persecución del delito, sino también ayudar a conformar la conciencia social sobre los valores básicos de la convivencia, estimulando a los ciudadanos a no cometer lo que se penaliza. Por eso, cuando una determinada conducta se despenaliza, se hace cada vez más frecuente hasta llegar a ser vista como buena y, por lo tanto, a practicarse con naturalidad, en la equivocada creencia de que todo lo legal es moral, y todo lo ilegal es inmoral.
- ¿Quiere decir esto que el Estado ha de poner su poder legislativo y represivo al servicio de una determinada moral, concretamente de la moral católica?
No. Pero hay un mínimo que se articula alrededor de la defensa de la dignidad humana -en la cual se incluye el derecho a la vida, también del concebido y todavía no nacido- que es absolutamente irrenunciable, pues, de lo contrario, ni la sociedad ni el Estado tendrían justificación alguna. Este mínimo no es patrimonio exclusivo de la Iglesia Cat6iica, sino de toda la Humanidad.
Los legisladores no pueden, no tienen derecho a determinar quién es humano o no a los efectos de su protección jurídica. Este es un dato de la realidad que los hombres han de respetar, pues no lo pueden cambiar. De ahí que toda norma jurídica que atente contra este principio sea esencialmente injusta, aunque se apruebe con todos los formalismos legales; del mismo modo que es radicalmente ilegítimo basar el derecho a la vida de cualquier ser humano en su salud, su habilidad física o mental o cualquier otra circunstancia distinta del hecho de ser humano y estar vivo.
Es ésta una doctrina que la Humanidad ha aprendido (aunque no siempre la aplique coherentemente) con la experiencia de los totalitarismos del siglo XX: las normas que ampararon primero la matanza de alemanes considerados “parásitos inútiles” y más tarde el exterminio de los judíos en la Alemania nazi de los años 30 eran intrínsecamente malas e injustas, aunque fueran acordadas por los órganos competentes del Estado. Lo mismo pasa con las leyes actuales que pretenden legitimar la práctica del aborto provocado.
Estas consideraciones, hay que repetirlo, no forman parte s6lo de la doctrina y la moral católicas, sino que se integran en un elemental sentido común humanista. Oponerse hoy al aborto provocado, como en otras épocas a la esclavitud, no es fanatismo ni tiene que ver exclusivamente con las convicciones religiosas, católicas o no, sino que es una obligación indeclinable para todos los que creen en el derecho a la vida y en la dignidad del ser humano.
- ¿Hay que rechazar radicalmente a las personas que abortan?
De ninguna manera. Hay que ser firmes con la verdad, pero comprensivos con las personas; naturalmente, eso no presupone que el comprender, ayudar y convivir con las personas que han cometido un error signifique negar que han cometido un error. Un crimen es un crimen, aunque al criminal se le ayude y acoja, e incluso se le pueda eximir de culpa y de responsabilidad, si hay razones para ello.
Los católicos ante el aborto
76. ¿Qué entiende la Iglesia por aborto?
La Iglesia Católica entiende por aborto la muerte provocada del feto, realizada por cualquier método y en cualquier momento del embarazo desde el instante mismo de la concepción. Así ha sido declarado el 23 de mayo de 1 988 por la Comisión para la Interpretación Auténtica del Código de Derecho Canónico.
- La cuestión del aborto provocado, ¿es sólo un problema científico, político o social?
Ciertamente, no. Esta cuestión es, desde luego, un problema científico, político y social grave. Pero también es, y en gran medida, un serio problema moral para cualquiera, sea o no creyente.
- ¿Tenemos los católicos obligaciones adicionales acerca de la cuestión del aborto, respecto de los no católicos o no creyentes?
Todo hombre y toda mujer, si no quieren negar la realidad de las cosas y defienden la vida y la dignidad humanas, han de procurar por todos los medios lícitos a su alcance que las leyes no permitan la muerte violenta de seres inocentes e indefensos. Pero los cristianos, entre los que nos contamos los católicos, sabemos que la dignidad de la persona humana tiene su más profundo fundamento en el hecho de ser hijos de Dios y hermanos de Jesucristo, que quiso ser hombre por amor a todos y cada uno de nosotros.
Por eso los católicos, si vivimos nuestra fe, valoramos en toda su dimensión el drama terrible del aborto como un atentado contra esta dignidad sagrada. Más que de obligaciones adicionales, pues, habría que hablar de una más profunda y plena comprensión del valor de la persona humana, gracias a nuestra fe, como fundamento para nuestra actitud en favor de la vida, ya que sabemos que el olvido de Dios lleva con más facilidad al olvido de la dignidad humana.
- Como católica, ¿en qué incurre una persona que realiza o consiente que le realicen un aborto?
Quien consiente y deliberadamente practica un aborto, acepta que se lo practiquen o presta una colaboración indispensable a su realización, incurre en una culpa moral y en una pena canónica, es decir, comete un pecado y un delito.
- ¿En qué consiste la culpa moral?
La culpa moral es un pecado grave contra el valor sagrado de la vida humana. El quinto Mandamiento ordena no matar. Es un pecado excepcionalmente grave, porque la víctima es inocente e indefensa y su muerte es causada precisamente por quienes tienen una especial obligación de velar por su vida.
Además, hay que tener en cuenta que al niño abortado se le priva del Sacramento del Bautismo.
- ¿Qué es una pena canónica?
La pena canónica es una sanción que la Iglesia impone a algunas conductas particularmente relevantes, y que está establecida en el Código de Derecho Canónico, vigente para todos los católicos.
- ¿En qué pena canónica incurre quien procura un aborto?
El que procura un aborto, si sabe que la Iglesia lo castiga de este modo riguroso, queda excomulgado. El Canon 1398 dice: “Quien procura un aborto, si éste se produce, incurre en excomunión Latae sententiae”
Por otra parte, el Canon 1041 establece que el que procura un aborto, si éste se consuma, así como los que hayan cooperado positivamente, incurre en irregularidad, que es el impedimento perpetuo para recibir órdenes sagradas.
- ¿Qué quiere decir incurrir en excomunión?
Significa que un católico queda privado de recibir los Sacramentos mientras no le sea levantada la pena: no se puede confesar válidamente, no puede acercarse a comulgar, no se puede casar por la Iglesia, etc. El excomulgado queda también privado de desempeñar cargos en la organización de la Iglesia.
- ¿Qué quiere decir que una excomunión es Latae sententiae?
Con esta expresión se quiere decir que el que incurre en ella queda excomulgado automáticamente, sin necesidad de que ninguna autoridad de la Iglesia lo declare para su caso concreto de manera expresa.
- ¿Significa algo especial la frase “si éste -el aborto- se produce”?
Sí. Quiere decir que, para que se produzca la pena de excomunión, el aborto debe consumarse, es decir, el hijo ha de morir como consecuencia del aborto. Si, por cualquier circunstancia, el aborto no llega a consumarse, no se producirá la excomunión, aunque se dará el pecado.
- En el caso del aborto, ¿quiénes incurren en la pena de excomunión?
Si se dan las condiciones que configuran la pena de excomunión, en este caso quedan excomulgados, además de la mujer que aborta voluntariamente, todos los que han prestado colaboración indispensable a que se cometa el aborto: quienes lo practican, quienes los ayudan de modo que sin esa ayuda no se hubiera producido el aborto, etc.
- ¿Qué razón de ser tiene que el aborto está condenado por una pena canónica tan grave como es la excomunión?
La razón de ser de esta norma es proteger -también de esta manera, no sólo con la catequesis y la recta formación de la conciencia- la vida del hijo desde el instante mismo de la concepción, porque la Iglesia se da cuenta de que la frágil vida de los hijos en el seno materno depende decisivamente de la actitud de los más cercanos, que son, además, quienes tienen más directa y especial obligación de protegerla: padres, médico, etc. Luego, cuando el niño nazca, estará ya además protegido de alguna manera por la sociedad misma.
La Iglesia ha entendido siempre que el aborto provocado es uno de los peores crímenes desde el punto de vista moral. El Concilio Vaticano 11 dice a este respecto: “Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne misión de proteger la vida, que se ha de llevar a cabo de un modo digno del hombre. Por ello, la vida ya concebida ha de ser salvaguardada con extremados cuidados; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables” (Const. “Gaudium et Spes”).
- Pero ya que en los últimos años cada vez hay más Estados que permiten el aborto, ¿no habría sido un gesto de benevolencia de la Iglesia el haber mitigado las penas para los católicos que aborten?
La Iglesia pudo haber cambiado, en la última y profunda revisión del Código de Derecho Canónico culminada en 1983, la pena de excomunión que pesa sobre los que procuran conscientemente un aborto, pero no lo hizo así precisamente porque en las últimas décadas se ha producido en todo el mundo una acusada relajación de la sensibilidad de las gentes (y también de muchos creyentes) hacia este crimen. Y si bien esta mayor laxitud social, que ejerce una presión cierta sobre las conciencias, puede disminuir la gravedad del delito en algunos casos, una atenuación de la pena habría suscitado, inevitablemente, la errónea idea de que la Iglesia considera hoy el aborto provocado como menos grave que antes, cuando, evidentemente, no es así.
La Iglesia es Madre y Maestra; como Madre, es lenta para la ira y fácil para el perdón, pero como Maestra no puede desvirtuar el depósito de la doctrina legado por Dios, y no puede decir que está bien lo que está mal, ni puede dar pie a que nadie suponga que actúa de esta manera.
- ¿Puede suceder que alguna persona consienta o colabore en un aborto y no incurra en excomunión?
Sí. Dado que en Derecho Canónico no existe delito si no hay pecado grave, hay circunstancias en las que no se incurre en esta pena, que requiere plena imputabilidad. Por ejemplo, no quedan excomulgados los que procuran un aborto si ignoran que se castiga con la excomunión; los que no tengan conciencia de que abortar voluntariamente es pecado mortal; los que han intervenido en un aborto forzados con violencia irresistible contra su voluntad o por miedo grave; los menores de edad…; en general, los que han obrado sin plena advertencia y pleno consentimiento.
- En el caso de que un médico (o un anestesista o una enfermera), por no estar dispuesto a realizar este tipo de intervenciones, fuese despedido y padecieran necesidad él y su familia, ¿podría colaborar?
Nunca se puede colaborar de modo positivo en la comisión de un acto que va contra la ley de Dios, que hay que obedecer antes que a la ley de los hombres. El católico que se halla en esta situación tiene la obligación grave de ampararse en el derecho a la objeción de conciencia, aunque esta actitud pueda acarrearle represalias.
El profesional sanitario cristiano ha de tener presente, además, que si es conocida su condición de creyente puede provocar un grave escándalo si colabora a la práctica de abortos.
Si los familiares de ese profesional son también cristianos, tienen la responsabilidad humana y moral de ayudarle a sobrellevar las dificultades, apoyarle en sus decisiones y hacer causa común con él en esos momentos de tribulación. Y esta responsabilidad alcanza también a sus amigos y colegas, si son cristianos y quieren vivir auténticamente su fe, así como a los miembros de la comunidad católica en que el profesional sanitario se desenvuelva.
- ¿Y qué ha de hacer el resto de las personas que trabajan en un hospital donde se practican habitualmente abortos?
Esas personas han de poner todos los medios lícitos a su alcance para que se dejen de practicar abortos. En cualquier caso, han de negar su colaboración directa a esas acciones.
- ¿Es posible mantener esta actitud en España?
Sí. Los médicos y el personal de Enfermería, aunque no sean católicos y ni siquiera creyentes, están protegidos por sus respectivas organizaciones profesionales para no actuar contra sus convicciones en esta materia. El Tribunal Constitucional ha dicho expresamente (Sentencia de 11 de abril de 1985) que el derecho a la objeción de conciencia está amparado por la Constitución y, en consecuencia, se puede obtener de los jueces y tribunales la pertinente protección de este derecho.
- ¿Qué dice al respecto el Código de Ética y Deontología Médica español?
Dice, en su artículo 25, que “no es deontológico admitir la existencia de un período en que la vida humana carece de valor. En consecuencia, el médico está obligado a respetarla desde su comienzo”. Y en su artículo 27 dice que “es conforme a la Deontología que el médico, por razón de sus convicciones éticas o científicas, se abstenga de intervenir en la práctica del aborto o en cuestiones de reproducción humana o de trasplante de órganos”.
- ¿Y el Código Deontológico de la Enfermería española?
Dice, en su artículo 14: “Todo ser humano tiene derecho a la vida, a la seguridad de su persona y a la protección de la salud”. Añade en el artículo 16: “En su comportamiento profesional, la Enfermera/o tendrá presente que la vida es un derecho fundamental del ser humano y por tanto deberá evitar realizar acciones conducentes a su menoscabo o que conduzcan a su destrucción”. Y afirma en el artículo 22: “la Enfermera/o tiene, en el ejercicio de su profesión, el derecho a la objeción de conciencia que deberá ser debidamente explicitado ante cada caso concreto. El Consejo General y los Colegios velarán para que ninguna/o Enfermera/o pueda sufrir discriminación o perjuicio a causa del uso de este derecho”.
Pero, aunque no fuera así, los médicos, enfermeras y enfermeros católicos tienen la grave obligación moral de no prestarse a la comisión de abortos provocados, sean cuales fueren las consecuencias perjudiciales que para ellos o sus familias se puedan derivar de su actitud.
- ¿No es la doctrina católica sobre el aborto una dura doctrina, que muy pocos podrán seguir?
Casi con estas mismas palabras replicaron los contemporáneos de Jesús cuando oyeren su predicación. Y el mismo Jesús nos dijo que hay que seguir el sendero estrecho para llegar al Reino de los Cielos. Seguir a Cristo en Su Iglesia no es fácil, pero con la Gracia de Dios se allana el camino y se superan las dificultades, por grandes que parezcan. También nos dijo Jesús que fuéramos a Él con confianza, y Él nos aliviaría de nuestras angustias.
La doctrina católica sobre el aborto no proviene de la voluntad de la autoridad eclesiástica, sino que está fundamentada en lo más profundo de la naturaleza de las cosas queridas por Dios, que se expresa en la Ley que Él nos ha dado a conocer, y que la Iglesia tiene la misión de transmitir. Pero la Iglesia cumple también con su deber siendo el ámbito en que los cristianos pueden fortalecer mejor su fe y ser ayudados y estimulados a vivir más intensamente su vida cristiana.
- ¿Cómo puede levantarse una excomunión, tras haber colaborado en un aborto consumado?
Si un católico se encuentra en esta situación, debe acudir al obispo o al sacerdote en quien éste delegue. En la práctica, puede dirigirse a cualquier sacerdote, que le indicará lo que debe hacer.
- ¿Tienen los católicos, además de la obligación grave de no colaborar en ningún aborto provocado, otras obligaciones en esta materia?
Todos los católicos estamos llamados a una vida plena, es decir, a la santidad, y a contribuir activamente a la extensión del Reino de Dios en la tierra llevando el Evangelio hasta el último rincón del mundo. Si todo miembro responsable de una sociedad que se proclama civilizada tiene el deber de defender la vida y la dignidad humanas, por muchas más razones los católicos hemos de asumir esta tarea.
- ¿Cómo se puede hacer esto, en el caso del aborto?
El lograr que en una sociedad se respete el derecho a la vida es responsabilidad de todos en su actividad cotidiana, pues todos, con el ejemplo de su conducta, sus palabras, sus escritos, sus opiniones, su voto, la educación de sus hijos, etc., influyen en lo que se piensa, en cómo se vive Y en lo que se legisla.
Ciertamente, un papel importante corresponde a políticos, educadores y responsables de medios de Comunicación social, por la repercusión que sus palabras o sus acciones tienen en la colectividad; pero ellos, al tiempo que influyen sobre la sociedad, son influidos a su vez también por ella.
- ¿Qué puede hacer para influir en esta materia un cristiano corriente, un ciudadano normal que ni sale en la televisión, ni habla desde una cátedra o una tribuna pública?
Lo primero que cada uno puede y debe hacer para afirmar la vida es vivir con la conciencia de su dignidad. Sólo afirmaremos la vida de otros si nosotros percibimos la nuestra en toda su grandeza y si nuestra conducta es coherente con nuestra convicción. El ejemplo de Jesús, tomando en serio a cada una de las personas que se encontraba, debe servirnos para que todos los que se crucen en nuestra vida se sientan valorados y tenidos en cuenta como seres únicos. Una afirmación así de la vida personal en nuestras experiencias cotidianas hará posible que surja, naturalmente, la estima por todos y cada uno de los seres humanos, también los concebidos y no nacidos. Pero junto a esta actitud general, caben muchas maneras concretas de trabajar específicamente en favor de la vida:
Rogando al Señor por los legisladores y los dirigentes sociales en general, para que sepan comprender que los hijos concebidos y no nacidos son los más inocentes y los más indefensos miembros de, nuestra sociedad, y que, como ha dicho repetidamente el Papa Juan Pablo li, nunca se puede legitimar la muerte de un inocente.
No despreciando el valor moral del dolor y del sacrificio, cuyo rechazo lleva a justificar cualquier intento de acabar con lo que se cree que son sus causas, incluidos los ancianos o enfermos inútiles, los deficientes que son una carga o los nuevos hijos que pueden complicar la vida o disminuir el bienestar de la familia.
Acogiendo y ayudando, también económicamente, a quienes, por razón de su maternidad, se encuentran en situaciones difíciles.
Recibiendo con alegría, por duro que pueda ser, al nuevo hijo enfermo o deficiente que llegue a la familia, como una bendición de Dios. Es ejemplar el testimonio de numerosísimos padres cristianos en este sentido.
Reaccionando positivamente ante escritos públicos o programas audiovisuales que defiendan la vida humana, y críticamente ante los que la ataquen.
Orientando el voto hacia las alternativas que merezcan más confianza por sus actitudes ante la vida en general, y ante la cuestión del aborto provocado en particular.
Informando a quienes nos rodean, con caridad, pero con firmeza y claridad, de la realidad del hijo no nacido y de la importancia de defender su derecho a vivir.
Los médicos, en especial los ginecólogos, y otros profesionales sanitarios, empleando los medios técnicos que permiten que una madre vea en una ecografía, con sus propios ojos, al hijo en sus entrañas, moviéndose, nadando, chupándose el dedo. Se ha dicho que si el vientre de las madres fuera transparente, muchos verían la cuestión del aborto provocado de otra manera.
Son sólo algunos ejemplos que puedan dar idea del enorme campo que un cristiano tiene ante sí en relación con este gravísimo problema.
- ¿Es razonable pensar que un día la vida y la dignidad humanas se respetarán desde la concepción hasta la muerte?
No es posible contestar rotundamente a esta cuestión, pero hacia este objetivo deben encaminarse los esfuerzos de todos los que aspiran a un mundo justo. Las agresiones a la vida humana, especialmente de los inocentes, han tenido siempre en la historia consecuencias dramáticas. Los cristianos sabemos que cuando las personas y las colectividades han reconocido a Jesucristo, este reconocimiento ha supuesto una afirmación de la vida sin parangón con cualquier otra cultura. Por eso debemos empeñarnos en la extensión de la presencia de Cristo en la sociedad, porque de este modo los hombres reconocerán su propia grandeza y podrán vivir con una nueva conciencia propia dignidad. Con el auxilio de Jesús y de su madre, que lo concibió en su seno, y con el ejemplo nuestra propia vida, será posible trabajar mejor en defensa de este ideal.
Creación: Conferencia Episcopal Española, Comité para la defensa de la vida.
Fuente: Conferencia Episcopal Española.
Publicación: 25 de marzo de 1991.
Comprobado el 16 de mayo de 2002.
Unidad de Humanidades y Ética Médica de la Universidad de Navarra
2.- Razonables razones contra el aborto
Desde el «derecho a decidir», hasta la «salud sexual y reproductiva» muchas son las falaces razones esgrimidas por los abortistas; los provida tenemos más, y más razonables.
En esta sociedad tan progresista que nos ha tocado vivir, quien gana la batalla del lenguaje gana la guerra de las ideas. Y en eso, la izquierda tiene un máster. Te llevan a su terreno dialéctico, te acorralan a base de perogrulladas engañosas, te desarman a topicazo limpio y ¡zas!, caes en la trampa y tus convicciones empiezan a tartamudear. O eso, o te enzarzas en un combate a cabezazos con el que no vas a conseguir vencer al enemigo y mucho menos convencerle de que ese cabezazo encierra la razón.
El lenguaje progresí nos dice, nos jura y perjura, que el aborto que nos quieren vender es una interrupción voluntaria, que es feminista, que es un derecho, que es salud, que es constitucional, que es libre, que es solución, que es progresista, socialista, moderno y solidario, que es un logro social, que es inocuo, que es racional, científico y civilizado, que defiende a la mujer, que es un bien en sí mismo y hasta económicamente rentable. Y que los pro-vida son todos machistas, de la derecha extrema y, para más inri, fundamentalistas católico-apostólico-romanos. Sin excepción. Pues nada, ahora nos toca hablar a nosotros. Y argumentar. Y razonar. Y demostrar con datos y con hechos que todo cuanto dicen los abortistas sobre las bondades del aborto es tan falso y embustero como el beato cristianismo de Pepe Blanco, el creyente.
• No es interrupción. Interrumpir es detener la continuidad de una acción, o sea, que luego se reanuda. En el aborto podríamos hablar de frenar, liquidar, finiquitar, sacrificar, extirpar, truncar, tronchar, erradicar, triturar… pero de interrumpir, ni por asomo.
• No es voluntaria. Un 75% de las mujeres que abortan no lo hacen por decisión libre, sino obligadas por presiones insoportables de sus parejas, de sus familias y de su trabajo, frente a las que no ven otra salida. Si no se dan opciones, si no se facilitan alternativas, la decisión no es voluntaria, es obligatoria.
• No es feminista. La activista gay Beatriz Gimeno afirma que «en el fondo del debate sobre el aborto late el miedo milenario a que las mujeres controlen sus cuerpos y su sexualidad sin permiso de los hombres». La realidad es que las feministas fundamentalistas odian hasta tal punto ser ellas las embarazadas en lugar de los hombres, que prefieren matar esa vida antes que reconocerse diferentes al género masculino. Y antes que ayudar a las mujeres que sí quieren tener esa vida.
• No es un derecho. Ninguna mujer tiene derecho a matar una vida. Aunque viva dentro de su cuerpo. Es esa vida la que tiene derecho a ser protegida. Igual que es el niño el que tiene derecho a ser adoptado, no sus futuros padres quienes tienen derecho a adoptar.
• No es socialista. Más bien lo contrario, es absolutamente capitalista. Las clínicas abortistas son un negocio millonario amparado por el Estado y los Gobiernos Autonómicos, cuyo único fin es el lucro (por 3.200 € son capaces de abortar a un no nacido sano de 26 semanas). El camino hacia un centro abortista es más conocido y facilitado que el camino hacia los ginecólogos que defienden la vida. Por algo será.
• No es salud. Los centros de aborto no informan a la mujer sobre los detalles de este tipo de intervención, las consecuencias físicas y psicológicas que tiene. Desde perforaciones uterinas, pérdidas y prematuridad del siguiente hijo hasta alteraciones del deseo sexual, esterilidad y graves alteraciones psiquiátricas. El síndrome post-aborto es una traumática y dolorosa realidad que siempre se ha tratado de ocultar.
• No es constitucional. «La vida del nasciturus, en cuanto éste encarna un valor fundamental —la vida humana— garantizada en el artículo 15 de la Constitución, constituye un bien jurídico cuya protección encuentra en dicho precepto fundamento constitucional» (sentencia 53/1985 del Tribunal Constitucional).
• No es solidaria. Si tomamos la solidadridad como sinónimo de apoyo, respaldo, ayuda o defensa, el aborto es justo lo contrario. Porque ni apoya a la mujer embarazada, ni respalda su situación, ni la ayuda a superarla ni, desde luego, defiende la vida que lleva dentro. Frente a los valores de entrega, caridad y amor al otro, los partidarios del aborto transmiten conceptos puramente egoístas: mi cuerpo, mi derecho, mi bienestar, mi comodidad, mi vida… yo, mi, me, conmigo.
• No es un logro de la sociedad. Todos los expertos coinciden: el aborto es un fracaso de la sociedad. Existe una reveladora carencia de recursos e interés, por parte del Estado, en la asistencia, la formación y la información. Algo que, según el doctor Jesús Poveda, evitaría 3 de cada 4 abortos. Eso sí que sería un logro de la sociedad.
• No defiende a la mujer. Defender a la mujer es informar de las opciones y ofrecer los apoyos necesarios para que puedan, si quieren, tener a su hijo y atenderlo. Y eso no lo hacen ni las asociaciones proabortistas ni las feministas ni, desde luego, el Estado. Sí organizaciones provida, como Fundación Madrina, que ya ha atendido a 140.000 mujeres en ocho años.
• No es progresista. No dejar nacer a un ser humano es matar todo su futuro. No dejar nacer cientos de miles de seres humanos es matar el futuro de una sociedad. Y, de paso, envejecer considerablemente la población. ¿Es eso progreso? ¿Ésta es la evolución que queremos? ¿Cuál será el próximo ´avance´?
• No es moderno. Ganarse los votos de los jóvenes incitando a las adolescentes a realizar un acto de gran trascendencia disfrazado de bagatela, sin contar siquiera con el consejo de sus padres, no es ser moderno, es ser miserable. La nueva ley convertirá el aborto no va a hacer más felices a las adolescentes; sólo las hará más inconscientes y, a la larga, más desgraciadas.
• No es inocuo. Un aborto no es una irrelevante operación de apendicitis o de agmíldalas. Es la muerte y extracción de un ser vivo singular, independiente de la madre que lo cobija. Y es, en muchos casos, una experiencia traumática que puede provocar secuelas psicológicas severas cuando la mujer (o la niña) que ha abortado es consciente de que lo que le han extirpado es a su propio hijo.
• No es libertad. Hoy, abolida la esclavitud, nadie es dueño de nadie; nadie es propiedad de nadie. Ni siquiera un hijo. La madre no concibe a su hijo como una propiedad suya; es más, tiene la obligación moral (y natural) de protegerlo hasta que se pueda valer por sí mismo, dentro y fuera de su cuerpo.
• No es «europeo». Continuamente se nos planta en la cara el ejemplo de países europeos «legislativamente más avanzados». Lo que nos ocultan es que esos países están reduciendo el número de abortos precisamente porque ahora están legislando a favor de la prevención, la información y la asistencia. Países como Alemania, Bélgica y Holanda, que tienen el porcentaje de abortos más bajo del continente pese a sus leyes más permisivas.
• No es ciencia. En la Declaración de Madrid, más de 2.000 Académicos, médicos y expertos se han unido para afirmar que «existe sobrada evidencia científica de que la vida empieza en el momento de la fecundación»; «el cigoto es una combinación nueva y singular», con ADN propio. Aunque para la Ministra Aído, un feto de 13 semanas sea un ser vivo pero no un ser humano, «porque eso no tiene ninguna base científica».
• No es racional. Para la Comisión de expertos de la Ministra Aído, el feto no es viable antes de la semana 22, y por tanto no es ser humano y por tanto es eliminable sin problemas. Pero a partir de ese tan preciso momento, por arte de magia, el feto ya sí es viable y por tanto se convierte en ser humano y por tanto ya no es eliminable. Todo muy racional y científico.
• No es una mejora. En los países donde se ha establecido la ley de plazos el resultado es unánime: más banalización, más embarazos, más abortos, más indefensión, más adolescentes y más veces. Y eso, sencillamente, no es una mejora.
• No respeta los derechos humanos. No me lo invento yo, lo dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos» (Art. 1). «Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona» (Art. 3).
• No es económicamente rentable. El aborto es un negocio más que rentable, pero sólo para los centros abortistas, claro. Para el resto de la sociedad es una gigantesca pérdida económica. Conrado Giménez, presidente de Fundación Madrina, ha evaluado en el 5% del PIB la pérdida de riqueza que supone el aborto en nuestro país en concepto de desierto demográfico y por la marginación laboral que sufre la mujer madre.
• No es solución. La única solución es que el aborto sea la última solución posible. El aborto es casi siempre un problema profundo. Para la madre, para su entorno familiar y laboral, para la sociedad… La única solución es evitarlo en lo posible. Pero ¿cómo? Simplemente con que la madre acuda al ginecólogo y vea la ecografía de su hijo se evitan 3 de cada 4 abortos.
• Los provida no son de derechas. La bipolaridad izquierda-derecha asociada a defensa-rechazo del aborto es absolutamente infundada. «No hay en nuestros días una afirmación más reaccionaria que la del derecho de una persona sobre la vida del hijo no nacido. Es el derecho de propiedad más absoluto concebible, más allá del derecho del amo sobre el esclavo». Lo dicen los Socialistas Cristianos. Además existen muchos ateos y agnósticos que defienden la vida humana como principio. Y todas las Iglesias, por cierto, no sólo la Católica.
• Ni son fundamentalistas. Los provida rechazan el aborto, pero no a la mujer que aborta, de modo muy especial si se ve obligada a realizarlo por no contar con ningún otro tipo de ayuda ni alternativa. Por eso centran todo su esfuerzo en reducir el número de abortos indeseados, que son la inmensa mayoría. Y lo hacen con respeto, entrega, generosidad y gran sacrificio personal.
Conclusión. Probablemente no podamos hacer ni deshacer la nueva Ley del Aborto, que saldrá tal y como quiere la ministra Aído, o sea, tal y como desean los centros abortistas. Pero sí podemos concienciar y presionar a las consejerías de salud de cada Comunidad Autónoma para reglamentar la aplicación de esa Ley e implantar políticas de prevención y de información, planes de apoyo a la maternidad y a la adopción, etc.
¿Y qué más podemos hacer los ciudadanos de a pie? Pues tener las ideas claras, para empezar. Y apoyar cualquier iniciativa que respete la vida, con nuestras simpatías, con nuestra involucración, con ayudas materiales y, por supuesto, con nuestra presencia el día 17 de octubre en la Concentración por la Vida. Si creemos que cada vida importa.
Termino con una cita del poeta y filósofo bengalí Rabindranath Tagore, Nobel de literatura en 1913, que no era precisamente católico ni de derechas ni machista confeso ni sopechoso de fundamentalismo ninguno: «La vida nos la dan y la merecemos dándola».
ELSEMANALDIGITAL-15/10/2009-PEPE ÁLVAREZ DE LAS ASTURIAS
3.- El Arbol de la vida
Asalto al Árbol de la vida:
En el siglo XX y XXI han aparecido teorías y actividades en torno a la vida que bien podemos llamar Asalto al Árbol de la vida. El transhumanismo pretende cambiar la especie humana y la inmortalidad. Las investigaciones genéticas van por el mismo sendero. La cultura de la muerte hace del aborto y la eutanasia los nuevos sacrificios humanos de los cuales depende el progreso y la paz. Las clínicas y los hospitales serán los nuevos altares de los sacrificios de niños inocentes preconocidos por conocidos pensadores como Bataille, Calasso, Danielou el hermano del cardenal católico.
Desde el pecado original, todo el Antiguo y Nuevo Testamento nos previenes para no volver a pecar tocando el “arbol de la vida” y destruirnos.
¡Cuidado con los que intentan tocar el “arbol de la vida”!
Dios quiere que todos los hombres se salven ¿Qué entienden los científicos por la salvación del hombre?
Somos responsables “El hombre depende del Creador, está sometido a las leyes de la Creación y a las normas morales que regulan el uso de la libertad. Catecismo de la Iglesia Católica p.396.
Por la falta de fe en Dios se tiene a la muerte y al sufrimiento, también se teme porque nuestra carne es débil, pero a los que tienen fe en Dios, Él les da fuerza para el combate.
Queremos alargar la vida aquí en la tierra y evitar toda clase de sufrimiento como si esto fuese suficiente para que el hombre alcanzase la plena felicidad. “Sólo Dios puede dar la Vida eterna y la plena felicidad”.
¿Para qué queremos sanos y hermosos cuerpos y alargar nuestra existencia aquí en la tierra muchos más años de los que Dios nos tiene previstos, si no somos felices porque no creemos en Dios vivo y no seguimos sus mandamientos de amor?
¿Para qué quiero, un sano cuerpo y larga vida, si después tengo que padecer eternamente?
Nuestros cuerpos serán glorificados y nuestra alma plenamente gozosa al contemplar el rostro de Dios.
También en esta vida terrena, el hombre sólo encuentra la plena felicidad en Dios. Por eso vemos como algunos hombres y algunas mujeres se apartan del mundo para entregarse solo a Dios, demostrando que la felicidad no la da el mundo ni nada del mundo, otros son felices dentro del mundo, pero poniendo su corazón principalmente en Dios, sólo en Dios, porque saben que sólo Dios es fuente de verdadera felicidad.
La destrucción externa no aniquilará a todos los hombres, lo que es de verdad peligroso y tenemos que estar alerta es de la destrucción desde el interior del hombre, su origen.
¡Mundo no cuides tanto mi cuerpo y mi vida, apartándome de mi Creador! Y enséñame a ser feliz en Dios, cumpliendo todos sus mandamientos de amor. Luego Dios ya dispondrá el concedernos adelantar en todas las ciencias que son beneficiosas para el hombre, porque Dios quiere nuestra felicidad también aquí en la tierra, en la vida, pero sin apartarnos de Él.
Confiemos siempre en su infinita misericordia y en la intercesión de su Hijo hecho Hombre, y la de la Santísima siempre Virgen María que, como buena Madre de todos los hombres, interviene constantemente en la historia del hombre para avisarnos y así podamos convertir nuestros corazones a Dios, poniendo toda nuestra inteligencia a su disposición.
El Árbol de la vida en las reigiones
Árboles sagrados, ritos y símbolos vegetales se presentan en todas las religiones tanto en formas populares, como en versiones metafísicas y en las místicas arcaicas. Dice Mircea Eliade que, mirando más allá de las muchísimas formas de manifestarse, se debe intentar captar la intuición original subyacente; pues es un signo muy coherente y extendido en casi todas las culturas, también hoy. Y dice: “para la experiencia religiosa arcaica el árbol representaba el poder”[1], aunque subraya que “no puede propiamente hablarse de un culto al árbol. Nunca se ha adorado un árbol sólo por sí mismo, sino por lo que implicaba y revelaba”[2]. Al contemplar las múltiples manifestaciones de lo que ven en el árbol las religiones arcaicas, concluye que “el árbol manifiesta una realidad extrahumana (que se presenta al hombre bajo cierta forma, que da fruto y se regenera periódicamente). El árbol, para la experiencia arcaica, es el cosmos entero. El árbol puede, sin duda, llega a ser un símbolo del universo y bajo esa forma lo encontramos en las religiones más avanzadas; pero para una conciencia religiosa arcaica, “es el universo porque lo repite y lo resume a la vez que lo simboliza”[3]. Todo está en cada parte al modo como ocurre en el holograma diríamos al público cientista de hoy.
Unas veces usarán el Árbol invertido que tiene sus raíces en el cielo y los frutos en la tierra; otras el árbol cósmico, eje del mundo; otras se le relaciona con grandes diosas mostrando la maternidad divina. Pero vamos a centrarnos en qué entendían por Árbol de la vida en Egipto y Mesopotamia, lo que nos ayudará a comprender mejor la revelación bíblica.
En Egipto usan abundantemente la unión gran diosa-árbol de la vida que da de beber al muerto o con las manos cargadas de dones o emergiendo el busto de la diosa de un árbol. En Mesopotamia tiene importancia en el poema de Gilgamesh en su búsqueda frustrada de la planta de la inmortalidad. También se dice que este árbol es la vid. Estas múltiples muestran que en el centro del cosmos está la fuente de la vida, de la juventud y la inmortalidad. Unos tenderán a la eterna juventud, otros a la inmortalidad, otros simplemente el don de la vida.
Este árbol tiene guardianes entre los que destaca la serpiente como símbolo de la astucia, es decir la sabiduría utilizada con malicia. Gilgamesh consigue la planta de la inmortalidad, ayudado por los dioses, aunque no supera las pruebas, la pierde cuando la serpiente se la come al dormirse junto a las aguas de una fuente. El relato del Génesis es más comprensible desde esta base de entendimiento.
Además de este significado primordial, el árbol de la vida significa la realidad sacralizada y la vida[4] concentradas en un centro inaccesible que sólo pueden comer los elegidos. Las propiedades curativas son también muy frecuentes al atribuirse mucho poder medicinal de las plantas al árbol original. Es decir, esta simbología religiosa muestra un acontecimiento cósmico, que se manifiesta en una simbología vegetal que representa y bendice la vida en diversas formas presentes o deseadas[5]. Estas manifestaciones sagradas no son propiamente dioses, sino que manifiestan al Dios espiritual oculto.
Los sabios que han originado las grandes civilizaciones han sabido encontrar los símbolos adecuados para construir sociedades con armonía. El árbol es uno de los símbolos esenciales de la tradición. Algunos pueblos[6] han escogido algún árbol especial como símbolo y lo veneran. Es el caso de la encina entre los celtas; el fresno, para los escandinavos; el tilo en Germania; la higuera en la India. Otros asocian dioses y árboles: Attis y el abeto; Osiris y el cedro; Júpiter y la encina; Apolo y el laurel. El árbol simboliza, en el sentido más amplio, la vida del cosmos, su densidad, crecimiento, proliferación, generación y regeneración. Como vida inagotable equivale a inmortalidad.
Al ser un símbolo vertical conduce la vida subterránea hasta el cielo. También se asimila a la escala y a la montaña, significando tres mundos (inferior o infernal; central o terrestre y superior o celeste). El árbol viene a tener un significado de eje entre esos tres mundos, que están articulados y no son independientes. Rábano Mauro dice que simboliza la naturaleza humana[7]. El árbol también es el eje del mundo ya en el período neolítico, lo cual lleva que también se le considere el lugar central, como un centro cósmico.
El Árbol de la Vida surge con frecuencia en los pueblos orientales. Un tema mesopotámico el árbol centrado entre dos animales fabulosos. El árbol es uno de de los símbolos más antiguos. Este símbolo es muy anterior a la redacción del Génesis. Es más, podemos pensar que fue tomado por el pueblo judío para expresar la revelación del Dios Único Transcendente y Creador purificándola de idolatrías y supersticiones. Muchos piensan que existe una revelación primitiva en la creación. Estos símbolos son como el molde sobre el que la mente humana elabora una concepción universal que puede ser sabia o errática. En algunos lugares, como la India, el árbol se representa como desarraigándose del cielo y con la copa en la tierra. Este es un símbolo inverso, más de muerte que de vida, al ser panteísta y emanatista. La visión gnóstica también usa el árbol como símbolo, aunque algunas corrientes como la teosofía anticristiana de Madame Blavatsky dice, de un modo casi delirante, “en el principio, las raíces del árbol nacían del cielo y emanaban de la raíz del Ser integral. Su tronco creció y se desarrolló atravesando las capas del Pléroma proyectó en todos los sentidos sus ramas frondosas sobre el plano de la materia apenas diferenciada; y después, de arriba abajo para que tocaran el plano de la tierra. Por esto el árbol de la vida y del ser es representado de esta forma”. Esta idea se encuentra ya en los Upanishads, donde se dice que las ramas del árbol son el éter, el aire, el fuego, el agua, la tierra. Los cabalistas desarrollaron mucho esta idea y en el Zohar se lee que “el árbol de la vida se extiende desde lo alto hacia abajo y el sol lo ilumina enteramente”. El mismo Dante representa el conjunto de las esferas celestes tolemaicas, que es lo que se pensaba entonces del mundo astronómico, como la copa de un árbol cuyas raíces (origen) miran hacia arriba (Urano). En las mitologías nórdicas el árbol cósmico hunde sus raíces en la tierra donde se encuentra el infierno.
La duplicación del Árbol, como hace el Génesis, coloca al árbol de la vida más oculto porque es difícil llegar a la inmortalidad, aunque posible. La hierba de Gilgamésh está en el fondo del Océano custodiada por monstruos, como lo están las manzanas del jardín de las Hespérides. En el cielo babilónico también existen dos árboles simbolizando la verdad y la vida. También existen triplicaciones con tres raíces y tres troncos, una central y dos gruesas ramas como un burdo dualismo. El árbol de la vida se le presenta florido y el de la muerte o de la ciencia seco. Jung, psicólogo de la New Age, usa también ese símbolo con contenido sexual, o mejor bisexual diciendo que en latín los nombres de árbol son de género femenino con desinencia masculina. Como se ve las posibilidades interpretativas del símbolo del árbol son enormes y, no pocas veces, disparatadas. A veces, se le asocia al sol y la luna con un sentido cósmico. En la India se halla el árbol con tres soles, imagen de Trimurti; en China el árbol con los doce soles zodiacales. Si tiene los signos de los siete planetas (o metales) representa la materia única (protophylé) de donde nacen todas las diferenciaciones. En Alquimia el árbol de la ciencia recibe el nombre de árbor philosóphica, como símbolo del crecimiento de una idea, vocación o fuerza. Plantar el árbol de los filósofos equivale a poner en marcha la imaginación creadora. También se asocia frecuentemente a la fuente, al dragón y a la serpiente. La serpiente enrroscada al árbol equivale al conjunto de ciclos de la manifestación universal en torno al eje del mundo. El Árbol sefirótico de la cábala lo forman estructuras jerarquizadas semejantes al árbol de Porfirio y al de Ramón Llull, cuyo tronco simboliza la sustancia primordial de la creación y cuyas ramas simbolizan los nueve accidentes. Esta cifra de diez también se da en los sefirot como suma de todo lo real que puede determinarse con números. En China, mucho más prácticos y menos especulativos, el árbol simboliza la longevidad y la fertilidad y gozan de gran predicamento el bambú, el ciruelo y el pino llamados “los tres amigos” porque se conservan verdes durante el invierno y se les suele pintar juntos.
El hombre moderno occidental analiza y separa; intenta entender a través de aquellos elementos separados que le parecen más inteligibles; pero la realidad se le escapa, como es notorio en la Física. El símbolo, en cambio, recoge la unidad de dos realidades y expresa el conjunto inseparable de su realidad. Aparentemente es menos inteligible, pero, a través de él, se conoce mejor la realidad (esto es debido a que el modo racional de conocer es inferior en ciertos aspectos al modo intuitivo). No todos los símbolos poseen la misma intensidad de realidad. Su tarea más elevada es expresar la realidad divina. El símbolo no falsificado no es arbitrario, como sí suele serlo un logotipo; de ahí que en todas las religiones verdaderas se hallen símbolos similares. El diálogo interreligioso y la evangelización de todos los pueblos caminarán más expeditamente por el entendimiento de los símbolos verdaderos.
El signo supremo del Cristianismo es la Cruz. Pero también lo es de religiones y civilizaciones antiguas muy anteriores al cristianismo e, incluso, al mismo Abraham. La cruz es un molde original del ser real, el esquema fundamental impreso por Dios en el cosmos, la ley estructural del universo, y, por eso mismo, el modelo radical de todas las obras realizadas por el hombre. El Árbol es un signo derivado del símbolo creacional de la Cruz. La Cruz muestra el cielo que se entrecruza con la tierra y que combina un lado luminoso y otro oscuro, la vida y la muerte. Nada hay, ni ocurre, sin la cruz. Expresado con lenguaje oriental, la cruz es el mandala básico. Ha sido estampado como un sello en el cielo y en la tierra. Para los hombres de la Edad de Piedra fue ya un símbolo importante; ciertamente lo fue muchas generaciones antes del sacrificio de Cristo en el Gólgota para los pueblos sumero-elamitas del valle del Tigris, para la civilización China tal como se condensa en el escrito I Ching y para los egipcios del valle del Nilo. Estos pueblos adornaban sus vestiduras y sus objetos de culto con el signo de la cruz. Era un símbolo del Dios benéfico.
El símbolo auténtico en toda su pureza ha sido “inventado” por Dios. La Cruz de Cristo es más inteligible mirada desde este símbolo primitivo, que adquiere con Cristo la categoría de verdadero Árbol de la Vida. La locura de la cruz es sólo para los que no entienden la visión original, debido a que poseen una visión falsificada de lo genuino y de lo renovado tras la destrucción. El símbolo del Árbol de la Vida se sitúa como prolongación de la cruz original. Y la Cruz de Cristo como explicación total del beneficio divino de un nuevo Árbol de la Vida. “Lo que ocurre hoy en el mundo no es más que un único baile en torno a este árbol de la vida que es en realidad un árbol de muerte”[8]. La falsificación de los símbolos no se da sólo en la cruz y en el árbol de la vida. Esta falsificación tiene más importancia para la vida práctica de los hombres de lo que puede parecer a primera vista.
El Árbol de la vida en el Génesis
Con la perspectiva que da el capítulo anterior, vale la pena volver a leer el Génesis. “Plantó luego Yahvé Dios un jardín en Edén, al oriente, y allí puso al hombre a quien formará. Hizo Yahvé Dios brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar, y en el medio del jardín el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal” (Gn 2, 8-9).
Tras el pecado de Eva, que toma por curiosidad la manzana del árbol de la ciencia del bien y del mal y convence a su esposo Adán para que también tome, se desencadena las desdicha sobre la humanidad: “Díjose Yahwé Dios: —‘He ahí al hombre hecho como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal; que no vaya ahora a tender su mano al árbol de la vida, y comiendo de él, viva para siempre’. Y le arrojó Yahvé Dios del jardín del Edén, a labrar la tierra de la que había sido tomado. Expulsó al hombre y puso delante del jardín del Edén un querubín que blandía flameante espada para guardar el camino del árbol de la vida” (Gn 3, 22-24). El conocimiento adquirido, seducidos por un engaño, puede acercar al Árbol de la vida con un pecado mayor, que les es privado. Podrían alcanzar la Vida inmortal.
Dios ha prometido a los hombres un reino de justicia, paz y libertad que se dará con la segunda venida de Cristo, denominada parusía. El libro del Apocalipsis, al describir este triunfo del Reino de Cristo, lo describe tras los combates con el Dragón (de fácil identificación) y de las dos Bestias (una muy armada y terrible, y otra vociferante y rebosante de blasfemias) que sirven al Dragón y pretenden que todos le adoren. El Cordero vence, y aparece la Jerusalén celeste descrita con gran riqueza de imágenes y símbolos: “Vi un cielo y una tierra nuevos, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Vi también la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo del lado de Dios, ataviada como una novia que se engalana para su esposo. Y oí una fuerte voz procedente del trono que decía: —‘He aquí la morada de Dios con los hombres: Habitará con ellos y ellos serán su pueblo, y Dios, habitando realmente en medio de ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos; y no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó’. El que estaba sentado en el trono dijo: —‘Ahora hago nuevas todas las cosas’. Y añadió: —‘Escribe: Estas palabras son fieles y veraces’. También me dijo: —‘Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al sediento daré de beber gratis de la fuente de agua viva.
El que venza, heredará estas cosas, y yo seré para él Dios, y él será para mí hijo. En cambio, los cobardes, incrédulos, abominables y homicidas, fornicarios, hechiceros, idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda’. Entonces vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas finales, y habló conmigo diciendo: —‘Ven te mostraré a la novia, la esposa del Cordero’. Me llevó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo del lado de Dios, reflejando la gloria de Dios: su luz era semejante a una piedra preciosísima, como la piedra de jaspe, transparente como el cristal. Tenía una muralla grande y alta con doce puertas, y sobre las puertas doce ángeles y unos nombres escritos que son los de las doce tribus de los hijos de Israel. Tres puertas al oriente, tres puertas al norte, tres puertas al mediodía y tres puertas al poniente. La muralla de la ciudad tenía doce pilares y en ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero. El que hablaba conmigo tenía una caña de oro para medir la ciudad, sus puertas y su muralla”.
“El trazado de la ciudad era cuadrado: su longitud era tanta como la anchura. Midió la ciudad con la caña y tenía doce mil estadios; su longitud, anchura y altura eran iguales. Midió también la muralla: tenía ciento cuarenta y cuatro codos, según la medida humana usada por el ángel. Las piedras de su muralla eran de jaspe, y la ciudad era de oro puro parecido al cristal nítido. Los pilares de la muralla de la ciudad estaban adornados con toda clase de piedras preciosas: el primer pilar era de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero de calcedonia, el cuarto de esmeralda, el quinto de sardónica, el sexto de cornalina, el séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de crisoprasa, el undécimo de jacinto y el duodécimo de amatista. Las doce puertas son doce perlas, cada una de las puertas estaba hecha de una sola perla. La plaza de la ciudad era de oro como cristal transparente.
“Pero no vi templo alguno en ella, pues su templo es el Señor Dios omnipotente y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de que la alumbren el sol ni la luna: la ilumina la gloria de Dios y su lámpara es el Cordero. A su luz caminarán las naciones, y los reyes de la tierra le rendirán su gloria. Sus puertas no se cerrarán durante el día, porque allí no habrá noche. Llevarán a ella la gloria y las riquezas de las naciones, pero no entrará nada profano, ni el que comete abominación y falsedad, sino los que están escritos en el libro de la vida del Cordero. Me mostró el río de agua de la vida, claro como un cristal, procedente del trono de Dios y del Cordero. En medio de su plaza, y en una y otra orilla del río, está el Árbol de la Vida, que produce frutos doce veces, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol sirven para sanar a las naciones. Ya no habrá nada maldito. En ella estará el trono de Dios y del Cordero, y sus siervos le darán culto, verán su rostro y llevarán su nombre grabado en sus frentes. Ya no habrá noche: no tienen necesidad de luz de lámparas ni de la luz del sol, porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos y reinarán por los siglos de los siglos” (Apoc 21,1-22,4). El Árbol de la Vida defendido por el querubín será dado a los hombres, ya sin defensas. Sólo Dios puede dar la Vida eterna y la plena felicidad.
La Cruz, nuevo Árbol de la vida
La relación entre la Cruz y el Árbol de la Vida es grande. La Cruz es el Árbol fronterizo, pues se encuentra junto a la muerte. La muerte es una oscura puerta. La serpiente sugiere que no hay nada más allá de esta puerta. De mil formas incita a desconfiar de la Vida que viene tras la muerte. El Árbol de la Cruz pasa de ser de Árbol de Muerte a ser Árbol de Vida en Cristo. Esta es la realidad cristiana, ya anticipada y deseada por las religiones en deseos que no pueden hacer reales.
La Cruz es la frontera entre Dios y Satanás. La fecundidad ante la esterilidad querida. La Vida ante la muerte. El palo seco es una cara de la realidad posible pero florece cuando da la cara a Dios. La ley de la muerte se convierte en Ley de Vida. Los no cristianos que entienden el lenguaje del símbolo de la cruz y del árbol de la vida se pueden preguntar, desde su sabiduría, si es posible esa plenitud en el cielo en la tierra. La fe cristiana dice que sí. Y lo basa no en especulaciones inteligentes o en deseos, sino en hechos. La Resurrección es el hecho central de la historia. Cristo recibe una Vida para no morir, una Vida que espiritualiza el cuerpo sin despreciarlo. Una Vida conquistada por el amor posible del hombre con un Sacrificio perfecto, y, al mismo tiempo, un don de lo Alto que se hace muy próximo y no lejano y totalmente desconocido. Se trata de una nueva creación explicable desde la fe y desde la metafísica, y que siendo nueva responde a todas las exigencias de la creación. “la Cruz de Cristo es el Árbol de la vida”. En el Santo Sepulcro de Jerusalén se puede observar una grieta a la que se atribuye una relación con el primer Adán. Jerusalén es el centro del Cosmos donde se encuentra el Árbol de la Vida imposible y vetado para Adán y conquistado por Cristo que ha vencido en todas las pruebas. Los símbolos antiguos se explican con la realidad de Cristo. Bueno puede ser comunicar la buena nueva desde su experiencia profunda y su cultura. Las llamas que cierran el paso a la sede de Dios es una imagen común en Oriente antiguo. También en las sagas nórdicas rodeando a Brunilda y en los espinos de la Bella durmiente. El Querubín de espada llameante es la misma imagen. Cristo atraviesa el fuego en las dos direcciones.
La mujer y el Árbol de la vida
La mujer es dadora de vida de una manera especial. La Vida que Cristo conquista en el Árbol de la Cruz depende de la vida que recibió al ser concebido en el seno de María. María es la nueva Eva que vence las pruebas ante el Árbol de la Cruz. Cree contra toda evidencia. Espera contra toda esperanza la resurrección. Ama a pesar del dolor, y en el dolor de la Cruz extiende su amor a todos los hombres incluyendo a los enemigos que matan a su Hijo. Obedece frente a la desobediencia de Eva. Se atiene humilde al camino de victoria elegido por Dios, en lugar de confiar sólo en sus fuerzas. Quiere a Dios en su humildad de pequeñez frente a la altanería curiosa de Eva. Acepta la muerte y el dolor por amor frente a la búsqueda de la inmortalidad de Eva. Adquiere la experiencia del mal al ver al infierno desatado y a todos los pecados de los hombres contra su Hijo inocente, pero no por saborear algo que esconda un fruto sabroso.
La mujer de todos los tiempos es tentada y tiene fuerzas para vencer. El genio femenino lo podremos encontrar en la capacidad de amar que da el ser capaz de dar vida, y, más aún, el de darla efectivamente. La tentación de usar su poder para encumbrarse y dominar puede utilizarla para servir, aunque los orgullosos no entiendan. La dilatación del corazón que da la capacidad de ser madre puede dilatarla superando la tendencia a la agresividad guerrera, aunque sea defensiva.
Valga una crítica humorística a algunos feminismos igualitarios, que no valoran ni la maternidad ni la virginidad. Se puede decir que en ellos Venus es su símbolo frente a María. María es Hija, Virgen, Madre y Esposa, mientras que no se conoce la filiación de Venus. No es virgen. Ni mucho menos madre. Tampoco tiene esposo. Es decir sólo queda su ser individual sin ninguna relación personal que altere su egoísmo. Utiliza y no quiere ser utilizada. No sabe dar ni darse. María es el amor humano divinizado que libremente da y se da. Estos son los modelos que hasta en la corporalidad tienen una expresión bien visible.
Congreso organizado por D. Enrique Cases
El Árbol de la Vida sobre la Vida en sus inicios con ponencias de Biomedicina, Filosofía y Derecho, con premios de novela y de investigación para universitarios y bachilleres 2005
[1] Mircea Eliade. Tratado de la historia de las religiones. Ed Cristiandad. Madrid 2001, p. 398
[2] Ibid. p.398
[3] Ibid. p.399
[4] Ibid. cfr pp. 429-431
[5] Ibid. cfr pp. 463-469
[6] Juan Eduardo Cirlot. Diccionario de Símbolos. Ed Siruela. 7ª ed. 2003. p. 89-91
[7] Rábano Mauro. Allegoriae in Sacram Scripturam
[8] Odo Casel, El misterio de la cruz, Ed. Guadarrama, Madrid 1961
4.- Derecho a la vida y a ser engendrado
La fuerza del hecho biológico natural en las decisiones de la investigación científica:
La mentalidad actual tiene un componente predominante en el auge de la visión angosta de las ciencias positivas y la tecnología derivada de ellas. Por ello potenciar una cultura de la vida requiere recuperar la referencia clara desde la que poder valorar qué es bueno y qué es malo para la vida del hombre, del conjunto de bienes que el progreso biotecnológico promete y ofrece. Pienso que se trata de la exigencia de descubrir el significado natural del hecho biológico y el sentido humano de tal hecho o proceso. Ser capaces de supera la tentación de ver los hechos de la biología del hombre, siempre y sólo, como hechos aislados, encerrados en si mismos, como material neutro o como mero proceso fisiológico del cuerpo del hombre, sin otro sentido que el que el hombre quiera darle en cada momento histórico. No es suficiente la intención, ni son suficientes las consecuencias para dar razón de lo que es bueno o es malo, “a secas”. Los hombres de la capacidad de comprender la realidad sobre sí mismos y por ello conocer la verdad acerca de qué comportamientos son acordes y cuales por el contrario le hacen inhumano. Por ello, si se atiende a la verdad de la realidad misma, es posible el diálogo sobre lo que es bueno o malo en sí mismo y, por tanto, para los hombres de toda sociedad, cultura y religión.
- La gramática universal y la palabra limitada de la ciencia positiva.
El nacimiento de la ética, como ciencia de lo moralmente factible, en la antigüedad clásica se debió precisamente al carácter radicalmente ambivalente de la razón: a su apertura tanto al bien como al mal. Que la pura razón no es guía suprema se hace especialmente patente en la técnica. Lo natural está determinado y finalizado en una dirección propia: los seres vivos a vivir y transmitir vida. El mundo natural no es hechura del hombre, sino realidad previa a la acción humana, que responde al proyecto del Creador y es, por tanto, verdadero y con ello bueno. Para conocerlo a través de la ciencia experimental es necesario intervenir en él, descomponerlo, y con ese conocimiento se abre la posibilidad de recomponerlo de nuevo dándole significados o sentidos puestos por el hombre y por tanto abierto al bien y al mal.
El hombre es capaz de conocer la racionalidad propia del mundo natural; y, a su vez, es capaz de pensamientos que son proyectos y existen artefactos realizadas según esos proyectos. La adecuación entre el proyecto y lo realizado es la verdad de lo artificial. El problema que se debate es el de los limites de la acción humana sobre el ser humano, puesto que la mentalidad predominante trata de aumentar la distancia entre lo naturalmente dado y lo artificialmente realizable. Toda la referencia moral recae en el fin de la acción, o la intención, pero no en lo que se hace. Esto lleva claramente a reducir la moral a lo que la técnica pueda conseguir al sobreponer o imponer los propios fines sin reconocer el carácter y significado propio del hecho natural, previo a la propia intencionalidad.
El nacimiento de la ética, como ciencia de lo moralmente factible o no factible, en la antigüedad clásica se debió precisamente al carácter radicalmente ambivalente de la razón: a su apertura tanto al bien como al mal. La pura razón no es guía suprema y esto se hace especialmente patente en la técnica. En efecto, lo natural está determinado y finalizado en una sola dirección: los seres vivos a vivir y transmitir vida. Son realidades previas a la acción humana; el mundo natural, que no es hechura del hombre, es verdadero puesto que responde al proyecto del Creador, y por tanto bueno. Pero, además de ese mundo natural bien proyectado, existen pensamientos del hombre que son también proyectos y existen artefactos realizadas según esos proyectos. La adecuación entre el proyecto y lo realizado es la verdad de lo artificial y esto no tiene, de suyo, una garantía radical.
Por ello, el problema que se debate en la sociedad contemporánea es el de los limites de la acción humana sobre la realidad viva y más en concreto sobre el ser humano. Y la mentalidad intervencionista trata continuamente de aumentar la distancia entre lo naturalmente dado y lo artificialmente realizable. Toda la carga moral recae así en el fin de la acción, o la intención, pero no en lo que se hace; y por tanto a reducir la moral a la técnica. Lo característico de la racionalidad técnica es sobreponer o imponer los propios fines sin reconocer el carácter y significado propio del hecho natural, previo a la propia intencionalidad.
El lenguaje de la técnica parte del principio de “conocer para poder”. La mayor tentación del científico es tratar de imponer a la realidad su propio proyecto, sin atender a lo que la realidad dice. Precisamente porque su objetivo es conocer los aspectos materiales cuantitativos y mecánicos, es muy fácilmente reducible a técnica, convertible en un saber para manipular y doblegar lo conocido. La técnica de suyo es progresiva, innovadora e imparable y el desarrollo tecnológico asegura una sociedad de progreso material. Asegura, o al menos promete, salud y calidad de vida, sin atender al precio a pagar. No hay frontera alguna, ni referencias, si se desconfía en que algo sea como es, y no como se quiera que sea, para que funcione al servicio de intereses. El precio a pagar ha resultado ser excesivamente alto: se ha llegado a la desconfianza acerca de lo que no sea producto de la acción humana. Nada significa nada de suyo, sino sólo en función del significado que se le otorgue, en cada situación y en cada momento, y siempre en función del progreso técnico, y de la opinión mayoritaria.
El auge de la confianza en la técnica se centra en el área de la salud, las condiciones de calidad de vida y la llamada “medicina del deseo”. Por ello, hoy los aspectos más paradigmáticos, y en los que me voy a centrar, de la adquisición de poder es la aceptación -como un beneficio aportado por la ciencia y un bien impagable a los científicos- de la práctica de la fecundación artificial y del uso de vidas humanas incipientes en aras de la salud de terceros.
- Dificultades del debate sobre el derecho a la vida y a ser engendrado.
En el fondo de la actitud de intelectuales que rechazan el discurso religioso, y que suele presentarse como una actitud de sobriedad y de humildad cognoscitiva, late una fuerte resistencia a admitir que la medida de la racionalidad del universo no es la inteligencia humana. Por el contrario, ésta más bien debe dejarse llevar por los significados de las cosas, de modo que sólo puede ser medida de las cosas artificiales. Esta actitud empobrece enormemente, pues sólo admite como verdadero lo que es demostrado rigurosamente por medio de la experimentación; es decir, un raciocinio que tiene como condición de posibilidad descomponer la realidad para analizarla. Un modo de conocimiento que para conocer una realidad en su unidad vital requiere componer de nuevo. En ese recomponer cabe reformular el proyecto original, cambiar el sentido propio, es decir vaciarlo de sentido. Si los significados propios se pierden ningún logro o dominio sobre la realidad podrá tener orientación; solo quedan valoraciones de la realidad sometibles de suyo a ponderación.
Aparece así un tipo de debate en el que plantear razones profundamente humanas que muestran la gravedad de reducir la procreación a mera reproducción, la defensa de la vida naciente y la dignidad de la procreación, o el derecho del hijo a ser engendrado en el amor de los padres, se ve como una forma de insensibilidad o incluso de crueldad. Se tacha de fundamentalismo paralizador del progreso y limitante de una “opción médica, que ofrece el poder de la ciencia. Se plantea que toda convicción, incluso la religiosa, tiene que estar disponible y rendirse ante los beneficios del poder técnico. No merece atención quien mantenga decididamente que hay convicciones que no están disponibles ilimitadamente, ya que son los prejuicios religiosos los que enfrentan los beneficios que ofrece la ciencia. De ahí que el relativismo llegue a verse como presupuesto necesario para la tolerancia. Incluso para muchos para quienes la dignidad del hombre supone un límite intrínseco a la investigación médica y científica y se saben criaturas amadas por Dios, la idea de poner límites a la investigación suena como un error oscurantista.
En este sistema llegan a considerarse “sobrantes” los hijos más enfermos, más débiles, o sencillamente excesivos para un proyecto procreador controlado por la técnica y no dejado al albur de la naturaleza. Abandonarlos sin oportunidad de continuar la vida recién comenzada no es más que un efecto no deseable, en principio, pero necesario para la eficacia del proceso. No se percibe con nitidez que se está traspasando la última frontera para llegar a convertirles a ellos mismos en dueños de la vida y de la muerte; dueños de desmontar y montar la vida de nuevo. Como escribe Ratzinger, “ignoramos lo que sucederá en el futuro en este ámbito, pero de una cosa estamos convencidos: Dios se opondrá al último desafuero, a la ultima autodestrucción impía de la persona. Se opondrá a la cría de esclavos que denigra al ser humano. Existen fronteras últimas que no debemos traspasar sin convertirnos personalmente en destructores de la creación superando de ese modo con creces el pecado original y sus consecuencias negativas” (1).
La desconfianza, en lo que de suyo es no “accesible” desde la ciencia positiva, va unida a un cierto déficit en la inculturación de la fe cristiana en la sociedad tecnológica actual. Y así, la ciencia positiva se ha convertido en cultura pública; una cultura tecnocientífica que impone como explicación de la realidad unos criterios capaces de desplazar los valores tradicionales judeocristianos. Más aún, se aúna una tentación más insidiosa su cabe de dar por conocimiento seguro solamente el que aportan las ciencias positivas: Es arrogarse el prestigio de sabiduría. En los debates, al experto científico no se le exige rigor, ni se le examina acerca de su bagaje filosófico. El reconocimiento como pensador le otorga credibilidad per se; por ser científico. Es obviamente excesivo aceptar que las personas afronten a ciegas, sin otra forma de conocer que la científica, las cuestiones fundamentales de la vida; pero aunque dispongan de otras referencias sólo consideran segura la ciencia. Ciertamente, tampoco se trata simplemente de que algunos científicos de prestigio se declaren fervientes creyentes, ni tampoco de que hagan declaraciones de que no encuentran problemas entre su actividad científica y su fe vivida.
Recuperar la confianza en la Revelación requiere armonizar, en síntesis vitales y personales, ciencia, filosofía y fe. Es importante para la cultura, y también para la ciencia misma, evitar el complejo de inferioridad ante lo que la “la ciencia dice”. Es preciso saber bien cuáles son las preguntas que contesta y cuáles no. Las teorías científicas son deslumbrantes; pero con demasiada frecuencia se acompañan de una gran oscuridad en las cuestiones de fondo, que en definitiva son las únicas que nos permiten un vivir personal.
En esas síntesis personales, que buscan dar razón al derecho a la vida y a ser engendrado que posee todo hombre, se cae a veces en la trampa de dar a los argumentos científicos una importancia decisiva. Es curioso que los “progresistas” que adoran la ciencia y tienen de sus postulados una aceptación casi religiosa, mantengan en estos debates una postura reacia a aceptar argumentaciones basadas en indicaciones estrictamente científicas sobre el problema. Ven a la realidad de que está ahí y vivo el embrión o el feto, aunque hacen a la madre dueña de la vida del hijo y con derecho a la maternidad a cualquier precio. Por el contrario, los defensores de la inviolabilidad de la vida humana y la dignidad de la procreación parecen, a veces, buscar una fundamentación científica a la dignidad personal. Sería otra forma de sacar a la ciencia del lugar que le corresponde; de alguna forma se confía demasiado en argumentos estrictamente científicos. Ciertamente, el creyente sabe de antemano el fundamento en Dios de la dignidad de cada ser humano y de la transmisión de la vida. Precisamente por ello, las razones no han de ser sólo plausibles sino concluyentes, sapienciales. Es decir, que den cuenta de la dimensión propiamente humana del cuerpo, que es justamente una dimensión inalcanzable por la consideración meramente científico-positiva.
Se trata de conocer tanto significado natural del hecho biológico como tener en cuenta su sentido en la unidad del ser humano. La valoración de la intervención técnica en la biología humana exige poder dar cuenta de que el actuar humano no es simplemente instintivo o automático, sino libre; la corporalidad humana tiene en todos sus aspectos una indeterminación de lo puramente automático que permite ver el cuerpo del hombre siempre como un cuerpo humano, nunca un cuerpo a secas. El sentido natural propio del hecho biológico, lo que “dice”, es justamente lo que hace posible que sea en la razón donde la naturaleza aparece como naturaleza. Esto es, cuando ni se prescinde del sentido de la tendencia natural (hambre que lleva a alimentarse), ni se limita su fuerza natural (necesidad de alimentarse para conservar la vida), sino que es, a su vez, entendido con relación a la persona (humaniza la necesidad natural de satisfacer el hambre haciendo arte culinario, invitando a comer como muestra de una buena relación con otros, etc.).
En resumen, podemos afirmar que las dificultades del acalorado debate sobre el valor de la vida humana naciente estriban en que las posturas más representadas y representativas argumentan sobre dos cuestiones que son la misma cuestión; por ello las posturas resultan irreconciliables[1].
De un lado, aquellos que no reconocen que el carácter personal sea un don de Dios a cada uno de los hombres, algo intrínseco y originante del ser humano, sino algo que se adquiere en la medida en que la vida biológica tiene calidad suficiente para dar muestras o llegar a poder ejercer una autonomía personal. Se reduce la vida de cada hombre a su biología: se niega el sentido humano de la vida biológica propia de cada hombre y con ello el carácter personal de la transmisión de esa vida. Desde esta perspectiva, la vida de un ser biológicamente humano es un valor relativo, diferente según situación biológica, y por tanto sujeto a una ponderación frente a otros valores en juego. En definitiva reducen el origen de cada hombre en el Amor de Dios que le llama a la existencia en el engendrar de sus padres a un mero comienzo y desarrollo de la vida recibida de los progenitores: reducen el significado del carácter humano de su origen, donde reside el valor absoluto del ser personal, al mero sentido biológico del proceso de reproducción.
Del otro lado, no es infrecuente que la argumentación se centre en la descripción de los procesos necesarios para el comienzo de una nueva vida. Se está seguro, obviamente, y se cree firmemente en que la vida humana es un don de Dios que exige ser respetada desde la concepción hasta la muerte natural, pero se diluye en la argumentación, al menos no se atiende suficientemente, la perspectiva unitaria y personal de la transmisión de la vida humana, de la procreación. Por ello se limita el punto de mira de los argumentos a señalar, con la mayor precisión y el mayor rigor científico posible cuando ha tenido lugar un nuevo comienzo. En este caso, no es difícil aferrarse a algún tipo de explicación científica que puede ser débil e incluso superada, pero que parece apoyar los contenidos de lo que se cree y se desea defender. La ciencia es siempre progresiva y los nuevos datos ayudan a completar o corregir las explicaciones acerca de cómo es y qué significado natural tiene el comienzo de una nueva vida. La falta de rigor en los conocimientos científicos desacredita tal tipo de argumentación, que resulta fácilmente desechada en razón de pecar de fundamentalismo.
[1] Un reciente artículo publicado en la revista científica Nature (Religion and science: Studies of faith. T. Reichhardt, D. Cyranoski & Q. Schiermeier. Pub. online: 08 December 2004; doi:10.1038/432666ª) explora “how faith is shaping the ever-changing landscape of bioethics”. Y concluye que “Embryonic stem-cell research is putting fresh strain on the already fractious relationship between science and religion. One thing is certain. Everyone agrees that fundamental ethical questions underlying stem-cell research, many of which transcend religion, need to be addressed”
- La palabra creadora de Dios y su manifestación en la vida biológica-biográfica de los hombres.
Lo que se acaba de apuntar no implica que “inevitablemente” la cuestión divina, el origen en Dios de cada uno de los hombres que comienzan a vivir, quede en segundo término del quehacer científico. Por el contrario toda la ciencia positiva es comprender la Creación. Es necesario prestar atención, oír y escuchar lo que dice la realidad. El mundo natural no es mudo: habla. En ese mundo hay orden, belleza de la coherencia, majestad y poder; hay fecundidad de la tierra, brotar de la vida. La idea de que el mundo es bueno porque ha salido de las manos de Dios es una constante en los escritos de San Josemaría Escrivá (2). Dios le habla al hombre con su Palabra reveladora y con las palabras de la realidad natural creada. La naturaleza habla de Dios y Dios le habla al hombre acerca del hombre mismo.
3.1. La Palabra creadora
Dios crea mediante su palabra. El Creador, “manda su mensaje a la tierra” (Génesis 1,3) y su obra se realiza. Por indicación de la palabra divina -“¡Háganse!”- existen todas las criaturas. “Él envía sus órdenes a la tierra y su palabra corre velozmente”(Salmo147, v.15), y la naturaleza obedece sin saber que obedece. El mundo natural no es un capricho arbitrario, ni es un sinsentido, y tampoco podemos darle sentido a nuestro antojo. Su Creador mismo “Les dio consistencia perpetua y una ley que no pasará” (Salmo 148, v.6). No quiso colaboradores o interlocutores mientras hacía el universo, el mundo para el hombre. Él lo diseñó y nos comunicó tal designio. El mundo natural que la ciencia trata de descifrar es hechura de Dios, no del hombre (Isaías 40, 10-11). Es un mundo que existe independientemente de nosotros, que fue hecho sin nosotros, aunque no tendría sentido sin nosotros. Y en él, el hombre tiene un lugar definido; un lugar muy alto. Dios “confía a las manos frágiles y con frecuencia egoístas del hombre todo el horizonte de las criaturas para que conserve su armonía y belleza, descubra sus secretos y desarrolle sus potencialidades” (3). En la unidad de la Creación cada criatura tiene sentido en orden al designio de Dios sobre los hombres.
La palabra divina -“¡Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza!”- llama a la existencia a cada uno de los hombres. Le dona el ser y el existir a cada uno invitándole a conocerle y amarle libremente. Por indicación de esa llamada a existir en comunión con Él y con los demás hombres, cada ser humano es dotado de libertad y de este modo capacitado para responder a la llamada de amor que le pone en la existencia. Dios Creador y Padre de cada uno de los hombres otorga, a cada uno, el regalo de un vivir liberado del automatismo biológico y abierto a los demás y al mundo. Esa apertura es ley natural del hombre. Cada ser humano, hijo de Dios e hijo de sus padres, tiene un origen que no está sumergido en los procesos naturales de la fisiología de la reproducción. En efecto, por indicación de la Palabra divina que pone en la existencia a cada hombre, dar vida a un hombre es procrear con Dios, que confía a los padres el regalo de la vida del hijo. Dios hace partícipes a los padres en la mediación de su Palabra creadora en tanto que delega en ellos la concepción del hijo -“¡Creced y multiplicaos, henchid la tierra!”-. Dios confía a los padres la concepción del hijo. La generación de cada hombre es la plenitud de la obra creadora. Creación a Su imagen y semejanza, para la que el Creador ha querido contar con el amor entre un hombre y una mujer cuya expresión propia les convierte en padres. Cooperan con el Creador dando vida al hijo y así contribuyen a la transmisión de aquella imagen y semejanza divina de la que es portador todo ser humano.
3.2. La biología humana permite leer la palabra, ley natural, escrita en el corazón del hombre.
La biología humana pone de manifiesto que la relación a Dios esta inscrita en la biología de cada persona y en la estructura misma de la transmisión de la vida. En efecto, el cuerpo del hombre muestra rasgos morfológicos y funcionales muy peculiares. La criatura humana nace siempre en un parto prematuro, sin acabar, y necesitada de un “acabado” en la familia. Más aún, la construcción y maduración del cerebro de cada hombre no está cerrada, sino abierta a las relaciones interpersonales y a la propia conducta. Tiene una enorme plasticidad neuronal y por todo ello necesitado para ser viable y para alcanzar la plenitud humana de atención y relación con los demás. Cada uno de los hombres es un ser inespecializado, más desprogramado que el animal, y por ello no está estrictamente sometido a las condiciones materiales. El actuar humano no es instintivo y automático aún en las tendencias naturales más pegadas a la vida biológica. El viviente humano está abierto y no está nunca terminado.
Ese plus de realidad de cada hombre, distinta de la de los animales, se manifiesta como brechas, o aperturas, en el ciclo vital intereses-conducta, que le permiten abrirse “más allá del nicho ecológico”. Se hace cargo de la realidad y no sólo en función de su situación biológica. Aparece liberado del automatismo biológico y capaz de técnica, educación y cultura, con lo que soluciona los problemas vitales que la biología no le resuelve. Cada uno se agranda o se estrecha a sí mismo estas brechas o aperturas; por ello, los hombres no están nunca terminados. Las brechas se abren sin límite con los hábitos. La vida de cada hombre es trabajo, tarea a realizar y por tanto empresa moral.
La biología humana muestra, por tanto, que la vida de cada hombre tiene además del dinamismo biológico un dinamismo propio, o biográfico, que hace que su existencia no esté ni dictada por la biología, ni resuelta por ella. El entrelazamiento de la vida personal y la vida en su dimensión biológica es un nudo gordiano, que no se puede deshacer. No son dos vidas autónomas ni se trata de una doble vida. Esa apertura del vivir de cada hombre y esas características corporales que lo posibilitan son los presupuestos biológicos, y no las causas de la libertad. Porque es libre puede liberarse del automatismo cerrado de la biología. No existe propiamente una vida animal del hombre, porque el cuerpo del hombre es siempre un cuerpo humano. Por ello, también la transmisión de la vida humana tiene carácter personal: es un nudo gordiano que no se puede deshacer, que entrelaza la alianza del Amor creador de Dios y la expresión corporal del amor de los padres con la fecundidad de engendrar al hijo. La “libertad” de la naturaleza humana, la indeterminación frente al automatismo del instinto animal, muestra la radical diferencia de la transmisión de la vida humana frente a la reproducción zoológica en función de la especie.
En efecto, la biología humana muestra cómo el engendrar humano está liberado del automatismo biológico de la reproducción animal. La transmisión de la vida humana no está en función de la especie. Ni ajustada por el instinto, ni reducida a los individuos mejor dotados por la biología, ni pautada por selección natural a la adaptación al entorno. Un varón y una mujer se hacen potencialmente fecundos, una caro, en la expresión propia del amor sexuado. El acto de unión corporal, que permite engendrar, coincide plenamente con el gesto natural de expresar el amor especifico y propio entre un varón y una mujer. No tienen que añadir nada al gesto corporal que expresa el amor sexuado -y por el que se manifiesta y consuma plenamente la entrega de la propia intimidad- para que éste sea fecundo.
Puesto que de forma natural se da esa coincidencia intrínseca, la ciencia muestra la realidad de una biología del engendrar humano no encerrada en el fin reproductor. Ni tiene el determinismo biológico temporal de la “época de celo” con el tiempo fértil de la hembra. Por el contrario, en los hombres la atracción hacia la persona del otro sexo está liberada de ese determinismo biológico que acopla en el tiempo instinto reproductor con fertilidad. El tiempo de fertilidad humana femenina es corto en relación con el número de años vivido. Signo de un viviente con misión personal, propia, que no vive y se reproduce encerrado en la obligación de vivir para mantener la especie y signo de la condición personal de la maternidad humana, que exige edad suficiente para el uso de razón a fin de educar a los hijos, y juventud suficiente para una vida familiar de los hijos necesariamente larga, puesto que la criatura humana nace más inacabada y más prematura que ninguna otra. Y más aún, la peculiar menstruación femenina tiene sentido en razón del peculiar significado de la sexualidad humana, abierto y liberador del automatismo zoológico. Es el único signo externo percibible del ciclo femenino de fertilidad, a diferencia de los animales en que el tiempo de la fertilidad es advertida por cambios físicos y de comportamiento que marcan el reclamo instintivo. Es un signo oculto para el automatismo biológico y sólo racionalmente puede ser buscado y conocido, haciendo de la paternidad-maternidad un proyecto personal.
En el hombre el gesto unitivo no está cerrado como fin en sí mismo de transmitir vida sino que está abierto a una relación interpersonal libre que a su vez le abre a la impredecible historia de la relación paterno-filial. Un acto cuyo efecto no es el resultado ni de un simple mecanismo biológico, ni de una imposición de la voluntad. El hijo es un don a un varón y una mujer que dan vida al dar su vida, al entregarse y recibirse mutuamente. Esa coincidencia natural indica que el ámbito plenamente digno de ser origen de un ser humano es la intimidad de la una caro de sus progenitores, con todos sus factores de imprevisibilidad y azar. Los cuerpos personales de los padres son los autores del cuerpo vivo del hijo. La una caro crea el ámbito de intimidad donde se confecciona el don de una vida personal, que incluye la vida biológica pero que es mucho más. La relación personal de los padres en el engendrar forma parte crucial de la identidad del hombre y que incluye la identidad biológica heredada sin condiciones. Por todo ello, ser engendrado es un derecho y no es un objetivo neutro para el concebido. No basta ser producido a partir de los gametos donados por los padres. De ahí la gravedad tanto de cerrar la una caro a la vida, como de sustituir el engendrar humano por un proceso técnico a partir de los gametos de un varón y una mujer.
La ciencia biológica humana aporta al progreso científico un imperativo ético bien preciso: cualquier manipulación biológica, por noble que sea el fin que persigue, ha de ser de tal naturaleza que ningún ser humano sea tratado exclusivamente como medio, como esclavo, porque pertenece a cada ser humano determinarse a sí mismo; porque el ser humano no sólo decide, sino que se decide.
- La palabra de la ciencia permite leer el significado natural escrito en la biología humana.
El conocimiento biológico, adquirido con el rigor del propio método, está convocado en su sitio propio en el diálogo interdisciplinar, a responder a las preguntas claves acerca de: ¿Qué transmiten los progenitores al transmitir la vida? ¿Cómo se alcanza la constitución de un nuevo individuo desde la materia aportada por los progenitores? ¿Qué es lo característico, lo que describe un individuo, la identidad biológica y qué es lo que le constituye en individuo? ¿La existencia natural de gemelos idénticos supone indefinición de la individualidad en el del embrión temprano? ¿Qué da la continuidad al individuo desde el comienzo a la muerte al tiempo que el cuerpo formado se desarrolla gradualmente, crece, madura, y envejece? ¿qué es el morir de una vida incipiente?
4.1. ¿Qué dice la Biología en el siglo XXI?
Tratamos de contestar esas cuestiones buscando el significado natural del hecho o evento biológico implicado, sin confundir tal sentido con el sentido que quiera dársele en las posibles manipulaciones biotecnológicas. De hecho, la capacidad de intervención en el origen mismo de la vida del hombre conduce con frecuencia a hacer difusos, o incluso borrar, los limites naturales de lo natural. Se cae en falacias por mezclar y confundir los fines perseguidos, la realidad sobre la que se actúa y lo que se hace de hecho sobre tal realidad concreta. Contribuye a tales confusiones la imprecisión de los términos empleados ya que es frecuente que se les de un sentido diverso.
¿Qué transmiten los progenitores al transmitir la vida?
En el centro de los fenómenos vitales está la transmisión de una información genética, de un lenguaje, de un orden que, a su vez, crea estructuras orgánicas ordenadas y progresivamente más complejas en el desarrollo individual. Los progenitores aportan el sustrato material en que está escrito ese mensaje genético. Cada uno de ellos aporta, como material propio, una mitad no idéntica (uno de los componentes de los diversos pares de cromosomas) que juntas constituyen una versión completa del patrimonio genético heredado por el nuevo individuo de la especie. El patrimonio genético heredado de los padres es la base de la identidad biológica de cada individuo de una especie.
¿Cómo se constituye un nuevo individuo desde la materia aportada por los progenitores?
El proceso de fecundación de los gametos es más que la mera fusión de los gametos de los progenitores que aporta cada uno la mitad del patrimonio genético del hijo concebido, fruto de esa fecundación (4). El mensaje genético contenido en el soporte material, el conjunto de los cromosomas heredados, comienza a emitirse (expresarse la información de los genes) y así se inicia la existencia del nuevo individuo. El tiempo que dura la emisión de ese mensaje, o programa, constituye la existencia de ese individuo concreto. Esa información se emite en el tiempo y en el espacio corporal de forma armónica y coordinada de manera unitaria. Esta información es un programa (sucesión ordenada de mensajes) y no un simple boceto: mantiene la unidad del viviente porque permite la diferenciación armónica y sincronizada de las diversas partes del cuerpo. No preexiste, ni existe, separadamente de los elementos informativos o genes, pero tampoco se identifica con ellos. Es el principio vital de cada viviente, que la biología clásica denominó alma. Ahora bien, lo que se transmite de padres a hijos no es el principio vital, o el alma, sino la información genética contenida en los cromosomas de los gametos.
La fecundación es proceso autoorganizativo de interacción, reestructuración y cambio de los cromosomas de los gametos de los progenitores en el que se genera el cigoto que es un individuo en el estado más incipiente. Para reunir una versión nueva del patrimonio de la especie es esencial que ambos gametos (hayan rejuvenecido durante su formación en el organismo de ese hombre y de esa mujer el mensaje genético que ellos recibieron de sus progenitores) se encuentren físicamente y se activen mutuamente, poniendo en marcha los mecanismos moleculares derivados de la interacción o diálogo entre ambas células. Tales señales permiten regular de forma acompasada los diferentes eventos que dan lugar a la generación del cigoto: a) cambio de la impronta parental del DNA propia del gameto paterna y del materno para dar así paso a la impronta genética propia del cigoto; b) un fenómeno de polarización o una distribución asimétrica de los componentes intracelulares heredados del óvulo maduro. El polo heredado determinará con la fecundación un plano creado precisamente pon el punto de entrada del espermatozoide. El cigoto es capaz por ello de dividirse en dos células desiguales entre sí y diferentes de él, que forman la unidad embrión. Al término de ese proceso de fecundación quedan trazados, de manera precisa, los ejes maestros del cuerpo en construcción, los ejes cabeza-cola y dorsoventral.
Es decir, el cigoto es un individuo por poseer la capacidad de iniciar la emisión de un programa, o sucesión ordenada de mensajes genéticos. Por ello puede afirmarse que la célula con fenotipo cigoto es un viviente y no simplemente una célula viva. Es la única realidad unicelular totipotente naturalmente capaz de desarrollarse a organismo completo. El cigoto es un organismo, o cuerpo: todo el individuo recién concebido y por tanto con las características propias de su tiempo cero de vida. Es importante tener en cuenta que el cambio del medio intracelular del óvulo que está siendo fecundado permite que diversas moléculas interaccionen secuencialmente con el genoma formado por los pronúcleos de los gametos de los progenitores. El genoma del recién concebido se ha activado en la fecundación. Hay un encendido, una puesta en acto, un arranque de la expresión de la información de los genes, que son el patrimonio del nuevo ser y que es más información que la heredada de los progenitores. Podemos afirmar que lo que se hereda, el texto genético o secuencia de nucleotidos del DNA de los cromosomas heredados es lo característico, lo que describe un individuo, la identidad biológica. Pero los genes no son todo. Es la puesta en escena de ese texto desde el primer acto lo que constituye en individuo.
¿La existencia natural de gemelos idénticos supone indefinición de la individualidad en el embrión temprano?
Cada individuo es uno y único en cuanto que su existencia es una emisión particular del mensaje genético, y es diferente y único no sólo por la combinación “única” de genes que hereda de sus progenitores, sino también porque las fluctuaciones del medio, a lo largo del tiempo de la vida, permiten diferencias en el fenotipo, que incluso hacen genéticamente diferentes a los gemelos con idéntico patrimonio genético. Hoy conocemos de manera inequívoca que en el cigoto hay un plano o mapa. Es sorprendente, pero en esa primera célula existe una polarización que obliga a una primera división celular asimétrica. La organización del embrión está creada antes de la implantación. Esto supone un cambio profundo en nuestra idea del embrión e invalida la duda acerca de que la existencia de gemelos idénticos suponga falta de individualidad del embrión en el periodo de tiempo previo a la implantación en el útero. La ciencia biológica tiene en ello la última palabra y la ha pronunciado con claridad y contundencia (5). La gemelación puede ser vista no como rotura en dos del embrión, sino como la formación de dos cigotos de una misma fecundación: la división del óvulo en fecundación da lugar a dos células iguales entre sí e iguales al óvulo en fecundación y en cada una de ellas se completa la concepción.
¿Qué da la continuidad al individuo desde el comienzo a la muerte, al tiempo que el cuerpo formado se desarrolla gradualmente, crece, madura, y envejece?
La vida es dinamismo. No basta el texto de la “obra”, hace falta, para darle vida, su puesta en escena. Una emisión del mensaje de forma unitaria. El texto está en todas y cada una de las partes (en el núcleo de todas y cada una de las células), pero en cada escena (en cada tiempo de la existencia y en cada órgano y tejido del viviente) se pone en acto sólo la parte correspondiente del texto. Las células poseen una historia espacial y temporal como células diferentes de un único organismo. “Se saben” formando parte de un viviente concreto con un tiempo concreto de desarrollo. Más aún cada viviente “guarda memoria” de esa primera división celular, que ocurre en el primer día de nuestra existencia.
¿ Y la muerte de un ser que está estrenando su vida?
Desde estas coordenadas de la vida como dinamismo se entiende la muerte del embrión o del adulto como pérdida de la actualización del programa. Es decir, la pérdida de la unidad vital, de la función ordenadora unitaria que coordina las diferentes funciones parciales de las partes del todo. De ahí que la aparente paradoja de un individuo muerto y el mantenimiento en el tiempo de algunas de las funciones vegetativas, como el latir del corazón, sea la misma paradoja de la muerte del embrión como perdida de la armonía unitaria del crecimiento celular y la posible permamencia posterior de alguna de sus células vivas y con funcionamiento como tales células, aunque obviamente no como individuo.
Precisamente las mismas técnicas de fecundación in vitro y de clonación de un individuo adulto, por transferencia del núcleo a un óvulo, han dejado fuera de toda duda qué es un individuo de nuestra especie en su etapa más precoz -en estadio unicelular de cigoto, o en el de embrión de dos células etc.-, y qué es, por el contrario, una célula humana o qué es un amasijo de células, más o menos ordenadas y de algún modo organizadas, pero sin la unidad propia de un viviente. Precisamente, también, la experimentación sobre la congelación y descongelación de embriones de pocos días de vida, ponen de manifiesto que el sentido biológico de la congelación es detener o paralizar las funciones vitales enlenteciéndolas considerablemente. En efecto, se requiere un proceso de reanimación que les sitúe en condiciones de volver a la coordinación de dichas funciones en su tiempo natural y propio.
4.2. ¿Qué dice la biología humana del siglo XXI acerca del origen de cada hombre?
La biología muestra, sin lugar a duda, que el embrión humano desde su estado inicial de cigoto es un individuo de la especie humana, como es individuo todo cigoto de cualquier otra especie no humana. La cuestión del origen se plantea con tintes polémicos por el hecho de que la operatividad más específicamente humana requiere un largo periodo de tiempo de maduración del cerebro, incluso años después del nacimiento. Se trata, por tanto, de rastrear el significado de la vida, del hecho biológico peculiar del cuerpo humano.
La biología muestra un plus de complejidad del cuerpo humano. El cuerpo de cada hombre está abierto a más posibilidades que las que la biología ofrece, a pesar de que su patrimonio genético posee muy pocos genes nuevos con respecto a los animales más próximos. Para cada hombre, como para todo viviente, la vida recibida de los progenitores es el principio unitario del que dimanan todas las facultades o potencias. Por ello, si bien la dinámica de la génesis de un mamífero es aplicable a la génesis de cada ser humano, no es suficiente para dar cuenta de la génesis de cada “quién”, de la persona humana. Cada viviente humano es capaz de novedad radical; cada uno posee una realidad especifica y distinta de la de los animales. Cada uno está indeterminado, no plenamente programado por su biología, y cada uno se determina personalmente. Posee otro tipo de información que es suya, personal y no igual para cada uno de los individuos de la especie; procede del sujeto mismo.
Posee capacidad de relación con los demás y lo demás y lo hace haciéndose cargo. Interacciones” (inconscientes al principio de su vida, y de modo consciente, responsable y en relación interpersonal después) dejan huella en él. Y a su vez, las facultades específicamente humanas como el habla, el conocimiento intelectual, la voluntad y la capacidad de amar, son facultades no ligadas directamente a un órgano, ya que están abiertas a desarrollarse mediante hábitos y no por el simple desarrollo corporal. Ese elemento nuevo, no presente en los animales, la relacionabilidad o apertura, que no es simplemente más información genética, es ese plus. Esto es, el principio vital de cada uno está potenciado con libertad; ese plus indetermina la vida biológica convirtiéndola en biografía personal. La vida humana que le transmiten los progenitores aporta la información capaz de constituir un cuerpo que es indeterminado e inespecializado, y cuyo dinamismo está abierto a la relación con el mundo y con los demás. Obviamente. no existe una “propiedad biológica” que explique la apertura libre, intelectual y amorosa de los seres humanos a otros seres.
Se distinguen, por tanto, en cada hombre dos dinamismos constituyentes distintos: el propio de su naturaleza biológica, que se rige por las leyes de la biología, y el propio de su libertad personal que no crece paralelo al desarrollo corporal. No son dos vidas. No es un segundo principio de vida: es inherente; no es, sin más, información, sino que indetermina la información genética de cada viviente humano. No es “otro” principio vital que le viene con el tiempo, sino potenciación del principio de vida transmitido por sus padres con la constitución misma del patrimonio genético. Por ello, el hombre no emerge con el desarrollo corporal, sino que se desarrolla como hombre y de forma personal. Son las manifestaciones del carácter personal de cada quién las que, para hacerse explícitas, requieren un nivel determinado y gradual de desarrollo y maduración del hombre.
Hasta aquí una respuesta desde el conocimiento de las ciencias positivas y de las ciencias humanas. Pero esa respuesta es incompleta sin el origen de ese plus añadido, libertad, que no sólo no emerge de nuestro cerebro sino nos hace capaces de ser dueños de nosotros mismos, ganando o frustrando el propio destino. Volviendo al debate, habría que retomar las cuestiones que subyacen en las tres posturas intelectuales.
El hombre “no es más que…”
Quienes no aceptan una intervención de Dios, que crea a cada hombre otorgando el ser personal a cada cigoto humano que está constituyéndose desde el material genético de sus progenitores, hablan de “emergencia”: sobreviene algo no contenido directamente en la información genética. En ese caso, si ese plus del ser personal necesariamente tiene que emerger de la configuración de los materiales, la apertura personal, el psiquismo humano, la vida espiritual, el mundo del espíritu que de hecho se da en los seres humanos, no tiene explicación. La falacia intelectual es negar la existencia de lo que no pueden explicar; y también el error de decidir que el hombre no tiene más que un valor relativo a su “calidad biológica” y a su capacidad de autonomía.
El embrión humano no tiene carácter personal “al menos hasta que…”
Hay quienes aceptan que el Creador llama a cada hombre a existir en relación con Él, y por supuesto aceptan que la fuerza generativa del hombre es procreación, a diferencia ede los demás seres que reproducen íntegramente su naturaleza en nuevos ejemplares de su especie. Sin embargo, no admiten que el hombre con-crea, en el sentido de que el mismo sujeto que es engendrado es creado directamente por parte de Dios: el término del engendrar de los padres y de la donación del ser por Dios es la persona del hijo. Entre la unión corporal de los padres y la concepción del hijo persona habría un periodo asignificativo. Si el origen en Dios de cada hombre es separable del comienzo de la vida biológica (disenso de la doctrina de la Humanae vitae y Donum vitae), la transmisión de la vida humana no es sacra, no es una capacidad humana, sino un proceso biológico, manipulable; y el hecho biológico necesario –el inicio de un nuevo individuo de la especie humana- es diferente del desarrollo temporal suficiente para alcanzar el carácter de persona.
Excesiva importancia de la detectabilidad del comienzo de la vida
Con frecuencia la argumentación a favor de la vida identifica origen (fuente y raíz) de la persona humana con comienzo de la vida; entendiendo además que es necesario para definir el comienzo de la nueva vida detectar cuál es ese instante en que se reúnen las dotaciones genéticas aportadas por los padres. Desde una explicación determinista del hecho biológico de la fecundación todo el significado natural del proceso recae sobre el hecho constatable de que “hay un nuevo genoma suma del aporte paterno y materno”. No se tiene en cuenta algo que la ciencia actual descubrió: la fecundación es un proceso temporal, dinámico en que se constituye una unidad celular nueva con fenotipo de cigoto. Un proceso constituyente del individuo que se inicia con la activación mutua de los gametos y que requiere la aparición de señales moleculares del propio medio, que actúen sobre los cromosomas de forma que comience la emisión del texto genético. Se olvida que la realidad viva se define por el fenotipo, y no sólo por el genotipo, perdiéndose así el autentico sentido natural del fenotipo del cigoto.
La persona humana no puede ser identificada con la estructura biológica. Por ello, lo decisivo no es que tenga lugar una continuidad desde el inicio a las etapas embrionarias y fetales y nacimiento, sino que esa continuidad suponga continuidad personal. La ciencia puede dar cuenta, indirecta pero rigurosa, de la presencia personal, siempre y cuando no cambie el sentido natural del comienzo. Es preciso tener en cuenta que los cromosomas y genes determinan las características del ser humano, pero no son lo que le hace ser un ser humano. No es más -ni tampoco menos- que lo que determina las características de ese ser; pero lo que le constituye en viviente, en individuo de la especie, es el arranque del programa o principio vital, el inicio de la emisión de tal programa.
La dimensión corporal es elemento constitutivo de la personalidad humana y por tanto signo de la presencia de la persona. Por tanto, la realidad unicelular con fenotipo cigoto humano tiene carácter personal porque es un cuerpo de hombre, mientras que el texto heredado en el soporte material del patrimonio genético describe a ese individuo: aporta su identidad biológica a lo largo de todos los cambios. Puede decirse que el texto, secuencia de nucleotidos del DNA, está en el soporte material del patrimonio genético, o conjunto de los cromosomas. Esta estructura informativa es como el precipitado material de la llamada creadora a ese ser humano en concreto. Por ello la dotación genética es signo de la presencia de la persona. Y por ello el criterio para determinar la identidad de un ser humano es un criterio externo: la identidad del cuerpo como existencia continua en el espacio y el tiempo. La ciencia alcanza a conocer la continuidad natural del viviente; pero que tal continuidad supone la continuidad del carácter personal del sujeto es una argumentación posible y valida pero filosófica, o metabiológica.
La importancia de la relación con Dios es el elemento esencial del ser personal, lo que nos da la clave en los debates sobre el origen. Ciertamente el sujeto humano por ser objeto de un acto creador aparece en un momento singular y concreto de comienzo y por ello, el momento fronterizo es importante, pero no es el único. Toda la vida del hombre es espacio para responder personal e insustituiblemente a la llamada que le puso en la existencia.
- Ratzinger. “Dios y el mundo. Creer y vivir en nuestra época. Una conversación con Peter Seewald”. 2002. Galaxia Gutenberg. Circulo de Lectores; pag. 126.
- “Lo he enseñado constantemente con palabras de la Escritura Santa: el mundo no es malo, porque ha salido de las manos de Dios, porque es criatura suya, porque Yaveh lo miró y vio que era bueno”. Homilía “Amar al mundo apasionadamente”.
- Comentario de Juan Pablo II al Salmo 8: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?, Audiencia del miércoles 26-6-2002.
- Para mayor profundidad y bibliografía especializada véase “Los quince primeros días de una vida humana”, Natalia López Moratalla y María Iraburu Elizalde. EUNSA, Pamplona, España, 2004.
- el comentario de Pearson H, “Your destiny from day one” (2002) Nature 418, 14-15, a los trabajos de Richard Garner y Magdalena Zernicka-Goetz.
Ponencia de Natalia López Moratalla
Congreso organizado por D. Enrique Cases
El Árbol de la Vida sobre la Vida en sus inicios con ponencias de Biomedicina, Filosofía y Derecho, con premios de novela y de investigación para universitarios y bachilleres 2005
5.- A más de 100 pulsaciones por minuto
Entrevista
En una sociedad donde lo que más predomina es la cultura de la muerte, muchas veces se olvida que la vida es participar del ser de Dios, es cuidar, es amar y respetar, entre otras cosas. El aborto es un acto cruento y que cada vez se practica más en nuestra sociedad, al igual que la eutanasia. El Estado, lejos de apoyar a las madres para que sigan adelante con su gestación, lo que haces es dar facilidades para realizar este infanticidio, tanto, que una menor de edad puede hacerlo sin el consentimiento de sus padres.
Hace una semana presentó en la jornada del XXVI Congreso Nacional Provida el Engaño y la Verdad del Aborto, ¿por qué recibió ese nombre la mesa?
Hace dos semanas que Francia blindó el aborto en la Constitución, ¿podría pasar en España?
para EL DEBATE
6.- El Estatuto Ontológico del Embrión
Frente a la tesis que niegan carácter personal al embrión humano, muchos autores contemporáneos coinciden en destacar que la identidad personal va unida al hecho de tener el mismo cuerpo, de tener un fenotipo propio, resultado de la síntesis entre genotipo y ambiente. El fenotipo es la clave de la identidad biológico personal ya que permite distinguir incluso a un gemelo de otro, mientras el genotipo no puede distinguirles. «Durante su vida la expresión de estos genomas idénticos interactúa con numerosas condiciones ambientales diversas, que contribuyen a determinar la forma dinámica de la vida de cada uno de los gemelos, ambos gemelos representan un fenotipo que es único con respecto al ciclo vital. Cada gemelo monocigótico posee su identidad orgánica».[1] La diferente interacción con el medio, por ej. el hecho de nacer más tarde puede explicar el fenómeno del desarrollo de una enfermedad de base genética, como la esquizofrenia, sólo en uno de los gemelos y no en el otro.
El fenotipo manifiesta así la continuidad del yo, pese a sus transformaciones físicas: en el periodo de siete meses aproximadamente el ser humano ha renovado todas sus células, salvo las neuronales. .»Es un dato de la experiencia vivida, confirmado por la reflexión filosófica, la permanencia de mi identidad en el tiempo: el yo que era ayer, el sujeto de mi existir, continúa siéndolo también hoy a pensar de los posibles cambios, J.Watson, Premio Nobel de Medicina, ha calculado que las células del cuerpo humano se renuevan siguiendo el ritmo de un 0´5 % cada día. Y como el cuerpo de un hombre adulto posee alrededor de 50 mil millones de células, cada día se renuevan cerca de 300 millones; de este modo cada siete meses el organismo se regenerará casi del todo. Mi cuerpo actual no es igual al de hace cinco años y es diferente de mi cuerpo infantil, fetal y embrionario, pero es constitutivamente idéntico: era y soy siempre yo mismo» [1] .
Ya hemos dicho antes que la continuidad fenotípica del embrión desde la segunda división celular (en la tercera y cuarta célula) parece ahora avalada científicamente tras el descubrimiento de Surani y el de Zernicka- Goetz, Magdalena y Piotrowska, Karolina, , según el cual la división entre el embrión y la placenta comienza ya en la segunda división celular..
La distinción entre persona, como estructura, que se da desde la fecundación, y personalidad, que requiere el desarrollo psicológico, aparece en diferentes autores contemporáneos .Así en Mounier puede leerse: » Mi persona no es la conciencia que yo tengo de ella. Si definimos la personalidad como la síntesis de personalización, mi persona no coincide con mi personalidad. Ella está más allá , más allá de la conciencia y más allá del tiempo, es una unidad dada, no construida, más amplia que la visión que yo tengo , más íntima que las reconstrucciones intentadas por mí»[2] Este texto de Mounier muestra de modo exquisito la diferencia entre la filosofía personalista, que reivindica la dignidad de todo ser humano desde la concepción y el personismo, al que hemos hecho referencia con anterioridad, que limita el reconocimiento de la dignidad a los que demuestran poseer la excelencia de la autoconciencia o de la capacidad de experimentar placer y/o dolor.
Xavier Zubiri cree que desde el cigoto existe el hombre como sistema orgánico y psíquico, como ponen de relieve las deficiencias congénitas..»El control génico puede determinar también algunas anomalías que afectan de un modo radical a la psique, por ej. algunos tipos de oligofrenia «.[1] En estos casos no es la estructura cerebral la raíz de la oligofrenia ,sino que por el contrario este cerebro está determinado por una célula germinal que de una manera radical es ya oligofrénica ,por ejemplo por trisomía del cromosoma 21″ «Nunca hay una escisión entre un aspecto psicofísico que fuera zoe y un aspecto biográfico, que fuera bios«
La aportación fundamental de Zubiri a la cuestión del estatuto ontológico del embrión radica en la diferencia entre personeidad y personalidad. La personeidad corresponde a la unidad estructural psico-orgánica sexuada que existe desde la fecundación, que designa también como persona y suidad, y que constituye el punto de partida de la realidad humana.. Frente al personismo que olvida la identidad del sujeto, el ser humano es siempre el mismo, la misma sustantividad , aunque no sea siempre lo mismo. Para Zubiri, el ser humano mantiene su identidad personal desde la concepción a la muerte natural, ya que es siempre el mismo. La personalidad va unida al despliegue de sus potencialiades en el tiempo, y por tanto no es siempre lo mismo: es el punto de llegada de la realidad humana
“La personalidad es una cosa que se va configurando a lo largo de la vida. Constituye un término progresivo de desarrollo vital. La personalidad se va haciendo o deshaciendo, incluso rehaciendo. No es algo de lo que se parte. Pero la persona es cosa distinta. El oligofrénico es persona, el concebido antes de nacer es persona. son tan personas como cualquiera de nosotros. La palabra persona significa un carácter de sus estructuras y como tal es un punto de partida. Porque es imposible que tuviera personalidad quien no fuera ya estructuralmente persona. Y sin embargo no se deja de ser persona porque ésta hubiera dejado de tener tales o cuales vicisitudes y haya tenido otras distintas. A este carácter estructural de la persona lo denomino personeidad, a diferencia de la personalidad”[2]. Esta distinción salva la identidad y continuidad del ser humano, desde la concepción, sin pretender atribuirle personalidad al zigoto. “ El hombre es pues formalmente una realidad sustantiva psico-orgánica. Esta unidad estructural de la sustantividad, constitutiva de la realidad humana existe, a mi modo de ver, desde la célula germinal, puesto que en ella está todo lo que en su desarrollo constituirá lo que suele llamarse un ser humano.. El germen es ya un ser humano, es ya un hombre germinante. En el sistema germinal, además de sus notas fisicoquímicas, están ya todas sus notas psíquicas, inteligencia, sentimiento, voluntad . etc. El sistema germinal es ya el sistema sustantivo humano integral” “La psique está ya en el plasma en actividad, pero en actividad puramente pasiva”[3], “Si pudiéramos asistir de una manera visual al desarrollo minucioso de un plasma germinal desde su concepción hasta que ejecuta después de nacido el primer acto más o menos inteligente de un niño, no veríamos cisura ninguna. Veríamos como la inteligencia florece precisamente de sus estructuras» . Zubiri mantuvo esta tesis del carácter personal del embrión desde la fecundación a lo largo de modo reiterado de toda su obra con excepción de un párrafo que se contiene en su última obra [4] en el que parece dudar del momento en que aparece la vida individual , pero tal dificultad, como señala Gracia [5] está condicionada por la propia información proporcionada por él mismo acerca de la no aparición de vida individual hasta la implantación, debido al hecho de la gemelación . Pero de esta dificultad ya hemos ocupado con anterioridad .[6]
El ser humano, según Zubiri, está formado no de un modo semejante a la potencia-cuerpo, el acto- espíritu, sino de modo sistémico, la persona es un sistema, formado por dos subsistemas: el cuerpo y la psique, inseparables desde la concepción: la psique es psique del soma, el soma es soma de la psique. El embrión tiene sustantividad propia, sumidad, personeidad. La personeidad es lo que el individuo tiene , lo quiera o no, su estructura. El embrión es persona, en cuanto se autoposee, “realidad en propiedad”, ser suyo. El embrión tiene menos autonomía, pero mayor control sobre el medio que el recién nacido [7].
Como antes decíamos, Zubiri se opone con rotundidad a las tesis que hablan de la evolución del embrión a través de los tres estadios; vegetal, animal y humano, tesis que sigue teniendo su influencia incluso en la legislación actual, como pone de relieve algunos párrafos del Informe Palacios [1]. Dada la importancia del párrafo no nos resistimos a transcribirlo integro:» Los físicos, médicos, filósofos y teólogos medievales pensaron que la célula germinal no es aún formalmente un viviente humano. Pensaron que el embrión humano es inicialmente un viviente vegetal. Sólo al cabo de pocas emanas se «transformaría» en «otra cosa»: en viviente animal. Y sólo en las últimas semanas este animal se «trans-formaría» por acción divina en «otra » cosa; en animal racional , en hombre. Antes no sería un viviente humano, personalmente esta concepción me parece insostenible. Pienso que en el germen está ya todo lo que en su desarrollo constituirá lo que suele llamarse hombre, pero sin «trans-formación » ninguna sólo por desarrollo. El germen es ya un ser humano. Pero no como creían los medievales ( y los medievalizantes, que muchas veces ignoran serlo) porque el germen sea germen de hombre, esto es, un germen de donde saldrá un hombre, sino porque el germen es un hombre germinante, y por tanto » es ya» formalmente y no sólo virtualmente hombre». [2]
Pero Zubiri no es el único autor en subrayar la identidad personal, como un continuo que va desde la fecundación a la muerte natural. Otro autor que muestra esta aproximación a la realidad de la identidad personal, como ya ha sido señalado con anterioridad en este libro [3] ha sido Hans Jonas , a través de sus diferentes escritos, especialmente en el titulado El principio vida. Hacia una biología filosófica [4]. “La identidad del organismo, que puede ser observada mediante signos externos, sean morfológicos o fisiológicos, es una indicación necesaria y suficiente de su identidad interna y por tanto de su individualidad y de su condición personal. Cualquier ente que muestre una identidad de organismo es un individuo. La identidad orgánica es radicalmente diferente de la identidad física , ya que durante su vida, un organismo cambia continuamente sus componentes materiales (átomos, moléculas) siendo sin embargo el mismo . La identidad orgánica es la identidad de una forma dinámica (en el tiempo) no de una materia». Esta forma dinámica es precisamente el fenotipo , tal como afirman Colombo y Serra interpretando a Jonas [5] » ¿Cómo es posible interpretar la identidad orgánica de la que habla Jonas en los términos en que la ciencia contemporánea explica las propiedades y las características biológicas?. Actualmente las bases bioquímicas del metabolismo y la homeostasis se reconocen en el cuadro fenotípico (a todos los niveles, del molecular al somático). Dado que el genotipo (contenido informativo genético de las células) representa el elemento permanente de un organismo- con la significativa excepción de las mutaciones genómicas- la única forma dinámica de la que podemos tener experiencia es el fenotipo».
En esta misma línea se encuentra el pensador alemán Robert Spaemann, Para este autor, el error de Locke habría consistido en proponer que la identidad personal se constituye exclusivamente por la conciencia y el recuerdo propios. Frente a esta posición la solución al problema de la identidad radica en colocarse en el punto de vista de los otros para determinar mi identidad. Se trata de un criterio exterior, a saber,” la identidad de mi cuerpo como existencia continua en el espacio y el tiempo”[6]. ” La continuidad de la persona está unida a la continuidad de un organismo, escribe Spaeman- que se encuentra en el mundo y que los demás pueden identificar como el de una persona determinada, ya que el ser de las personas consiste en tener una naturaleza , frente a la pretensión autárquica del estoicismo y de Descartes. ”.[7]
El fenotipo manifiesta la identidad y continuidad de la persona y es a su vez algo que merece un respeto incondicionado, como pone de relieve el hecho de que toda agresión a la integridad corporal del ser humano supone automáticamente una agresión a su identidad personal y a su dignidad.[8]
Concluyendo, en la actualidad la individualidad del ser humano no puede ser establecida ,como se ha creído durante algún tiempo como algo que deriva de la simple existencia del genoma ,sino que exige el desarrollo epigenético del mismo. Sin embargo esta individualización a través de la epigénesis no supone retrasar la aparición del vida humana individual. La célula con fenotipo cigoto es ya un individuo humano, como se ha mostrado en el capítulo anterior, y por tanto, como hemos tratado de ver en este articulo, una persona.
- III. No contradicción entre el carácter personal de la madre y el carácter personal del embrión
Como hemos visto en las posiciones «personistas» una de las grandes dificultades para reconocer al embrión la condición de persona es la creencia en que la dimensión de la maternidad, en cuanto supone un cuidado intrasferible de la madre respecto al hijo supone una situación análoga a la esclavitud, de la que la madre debe ser liberada si lo desea. Esta es la ideología que subyace en la sentencia Roe vs Wade ,por la que se reconocía el derecho al aborto, como derecho a la intimidad, durante los seis primeros meses de embarazo. “El feto es dependiente del cuerpo de la madre que lo concibió. Aquel no puede vivir sin ella. Aunque todos los niños y muchos adultos sean dependientes de otros para sobrevivir, mucha gente les puede proporcionar apoyo. El feto ,al contrario, es dependiente por completo de la mujer en particular».[1]
La mentalidad incompatible con el reconocimiento del carácter personal del embrión es la mentalidad individualista que considera que la libertad se identifica con la autarquía, con la independencia respecto de los otros. Y tiende a juzgar como indigno el cuidado, tanto en su dimensión activa, del cuidar, como en la pasiva, del ser cuidado. La maternidad como carga insoportable, he aquí el principal problema para el embrión.
Por el contrario si se parte de que el ser humano es un ser dependiente que necesita cuidar y ser cuidado, desaparece el conflicto entre el carácter personal de la madre y el del embrión.[2] Ello guarda relación con el significado de la expresión existir , que implica salir de si , y que remite por tanto a la alteridad, tal como señaló Ricardo de san Victor , autor al que apela Zubiri, a la hora de definir la realidad de la persona [3]. Si el cuidar, como el salir de sí es reconocido como una manifestación fundamental de la realización personal, desaparece toda contradicción entre el carácter personal de la madre y el carácter personal del embrión. Mientras que el individualismo conduce al aislamiento , y al desarraigo, la ética del cuidado conduce a la visión del ser humano como encuentro [4]
El carácter personal del embrión exige que sea el resultado aleatorio del encuentro entre su madre y su padre, como pone de relieve la Declaración de Derechos de la Asociación Médica Mundial,[5]. y que tal encuentro dé origen a su aparición en las trompas de falopio “Desde el momento en que el embrión no es protegido por su habitat natural- el cuerpo de la madre- nada impide que sea utilizado para fines contrarios a su propia supervivencia.»[6].
Hay una conexión profunda entre el recurso a las técnicas de reproducción asistida y la instrumentalización del embrión. Resulta en este sentido significativo que el introductor de la tecnología de la FIV Robert Edwards haya propuesto que cada embrión concebido in vitro sea dividido en dos embriones gemelos : de ellos uno sería transplantado en el útero materno, mientras que el otro sería congelado . Así, cada niño concebido in vitro dispondría de su doble como reserva potencial de tejidos para transplante por si pudiese necesitarlos en caso de enfermedad [7]
La congelación de los embriones aparece como el supremo atentado contra el carácter personal del embrión, ya que le sustrae a lo que es la condición existencial por antonomasia, el tiempo, y le expone a un claro riesgo de muerte.. El recurso a la congelación no puede ser explicado como medio de hacer menos gravosa la tarea de la mujer en la FIV [8], sino como modo de disponer de material biológico para uso científico , lo que puede verse como la finalidad fundamental de la FIV.
Congreso organizado por D. Enrique Cases
El Árbol de la Vida sobre la Vida en sus inicios con ponencias de Biomedicina, Filosofía y Derecho, con premios de novela y de investigación para universitarios y bachilleres 2005
[1] Lucas Lucas, Ramón, El estatuto antropológico del embrión, en VVAA Identidad y estatuto del embrión humano, Madrid, EIUNSA,2000,p.156
[2] Mounier, Enmanuel , Revolution personaliste et communautaire, Paris, Aubier, 1935,,p. 68 s.cit por Lucas Lucas, El estatuto antropológico del embrión humano en VVAA Identidad ,cit. p. 173. Una distinción semejante se encuentra en Guardini, Romano, «I diritti del nacituro»,en Studi Cattolici 1974, y en Botturi, Francesco .Per la Filosofia, 1992
[1] Zubiri, Xavier, Sobre el hombre, Madrid, Alianza, 1986, 471 y 661
[2] Zubiri, Xavier, Sobre el hombre, cit p. 113
[3] Zubiri, Xavier, Sobre el hombre, cit. p. 46 p.496, ver también, p.559ss.
[4] Zubiri, Xavier, El hombre y Dios, Madrid, Alianza, 1984, p. 50
[5] Gracia, Diego, Problemas filosóficos en genética y en embriologia, cit.,p.250s
[6] cfr. Notas 19ss.
[7] Zubiri, Xavier, Sobre el hombre, cit p. 561
[1] Ello ha sido apuntado por Bellver, Vicente ¿ Clonar? Etica y derecho ante la clonación humana, Granada, Comares, p.140 ,nota 32 Sobre ello remito a los capitulos 4 º y 12 de este libro.
[2] Zubiri, Xavier, Sobre el hombre, cit. p.50.
[3] Véase lo dicho en el capítulo 5º
[4] Jonas, Hans, El principio vida. Hacia. una biología filosófica, Madrid ,Trotta, 2000, p. 216ss.
[5] Identidad y estatuto del embrión humano: la contribución de la biología, en VVAA Identidad y esatatuto del embrión, cit. p. 117
[6] Spaemann ,Robert Personas, Pamplona, EUNSA, 2000 p.54 y p. 144 Véase también, Schumacher, Guía para perplejos, Madrid, ,Debate, 1981.
[7] Spaemann, Robert, Personas ,cit. p.91 y 138.
[8] Spaemann, Lo natural y lo racional , Madrid, Rialp. p.116
[1] cfr el capitulo 3º de este libro.
[2] Sobre las virtudes de la dependencia reconocida, véase MacIntyre, Alasdair, Animales racionales y dependientes , Barcelona, Paidós, 2001, cap.10
[3] Sobre ello me permito remitir a mi articulo Il problema della natura umana nella filosofia spagnola, en Rivista internazionale di Filosofia del diritto, 1994, pp. 709
[4] Sobre ello remito al capitulo 7º de este libro.
[5] Cuadernos de Bioética, 1997, p. 1182
[6] Andorno, Roberto, Bioetica y dignidad humana, Madrid, Tecnos, 1998, p.120
[7] Así lo narra Testard, Jacques, Le désir du gène, Paris, Bourin,1992, p. 178.
[8] Sobre ello, véase el capitulo 8 º de este libro.
7.- Nihilismo bioético
La vida cuestionada: tecnicidad y postmodernidad
Según la encíclica Evangelium vitae, el tema de la vida es un asunto que marca una época para la cultura contemporánea y lugar crucial de la experiencia, porque sobre este tema se juega hoy la suerte de lo humano. Eso depende de que sobre tal argumento convergen de modo inédito los más comprometidos interrogantes ontologico-metafísicos, las más radicales disputas morales y el más refinado poder tecnológico. Así que el tema de la vida es un paradigma de la entera condición del hombre del siglo XXI.
Hoy la investigación científica ya proporciona al poder tecnológico instrumentos inéditos para entrar en el sagrario de la sexualidad, de la generación y de la identidad misma del sujeto humano. El hecho de que sea técnicamente posible escindir la figura materna en “biológica”, “gestante” y “legal”, es ejemplo de una desconcertante alteración antropológica, que viola la principal referencia que la civilización humana ha reconocido siempre para constituir la identidad del sujeto. La descomposición y recomposición del procedimiento reproductivo es sólo un hecho técnico, pero tiene repercusiones antropológicas y culturales de inmenso alcance. Asistimos hoy, no sólo a la separación de sexualidad y generación a través de las técnicas anticonceptivas y de fecundación artificial, sino también a la separación de biología y biografía de los sujetos, de cadena germinal y genealogía de las familias, de funciones orgánicas y experiencia subjetiva. En general, la intervención del poder tecnológico crea condiciones absolutamente nuevas en la relación sexual y en la relación del sujeto con el propio origen.
Hablando así, de ninguna manera estamos demonizando la técnica, sino que estamos sólo intentando entender la naturaleza de un fenómeno con respecto a las vivencias profundas del sujeto humano. En efecto, el procedimiento tecnológico da lugar —como acostumbra a expresarse J. Ladrière— a un fenómeno de “inducción existencial”, por lo que se tiende a considerar a los seres humanos a imagen de los objetos tecnológicos, esto es, a privilegiar lo construido sobre lo vivido, a ver todo el mundo bajo del perfil de su posible objetivación y a considerarlo, por tanto, como contenido de dominio. En definitiva, se acaba pensando que la realidad está hecha de individuos y de cosas, sin interrogar sobre la realidad y sobre el sentido de las relaciones de los individuos con las cosas y, sobre todo, de las de los individuos entre ellos.
Por otra parte —y es el segundo aspecto de la reflexión— la cuestión del poder tecnológico se trenza con una visión general de las cosas, que decide su sentido y su orientación. Se habla de post-modernidad para indicar el horizonte cultural del hoy. Ella concierne a algo que no sólo tiene relevancia para la filosofía, sino que concierne a la difusa orientación de la mentalidad, sensibilidad hacia los valores y, en definitiva, el sentido común compartido. El corazón de la sensibilidad post-moderna está en la crisis de confianza —que ha sido típicamente moderna—, en la capacidad racional de dominar conceptualmente la entera realidad. El racionalismo moderno, en efecto, había llegado al énfasis de una razón que consideraba a la par con la totalidad de sentido de la realidad, idéntica en suma con la totalidad y por tanto divina. La razón que toma plena conciencia de sí se descubre totalidad exhaustiva, idéntica a la verdad y al bien y por lo tanto totalmente autosuficiente, divina; el perfecto racionalista llega en suma a adorar el propio pensamiento. Si la razón es todo, ella anima y sostiene cada acontecimiento y, por lo tanto, la historia humana es necesariamente lugar de progreso racional, de advenimiento de la mejor suerte del hombre. La fidelidad a la razón, por eso, lleva consigo la garantía de un dominio benéfico del mundo, de una organización válida de la sociedad, de un regimiento feliz de la política.
La crítica interna de esta razón divina y las trágicas derrotas de la historia del siglo XX han inducido una revisión radical de la pretensión totalizadora de la racionalidad moderna. Y con ella ha sido arrollado también todo tipo de búsqueda de fundamentos, también del que no apela a la autosuficiencia de la razón pero reconoce a ésta una constitutiva dependencia del Todo auténticamente divino, del Dios trascendente. Así que lo que resta al final del proceso es una condición fragmentaria de la experiencia: la experiencia no atestigua más que fragmentos de sentido, sin la posibilidad de encontrar un fundamento común, un criterio unificador. La razón post-moderna ya no cree en las “grandes narraciones” (F. Lyotard) que dan sentido unitario a la experiencia y acepta, por consiguiente, que cada ámbito de la existencia vaya por su cuenta, gozando de su finitud según sus propios criterios internos, sin certeza de su verdad y de su valor. Ontología y ética de la finitud sin fundamento parecen así constituir el horizonte cultural más comprensivo de hoy, por debajo y más allá del proclamado pluralismo contemporáneo.
Está claro que en estas condiciones hay una convergencia objetiva entre una razón que renuncia a un fundamento cierto y una tecnicidad cada vez más potente y por tanto siempre más autojustificadora.
Por esto, para la mentalidad postmoderna, la cifra más adecuada de la experiencia es la del juego, no tanto en el sentido evasivo y suspensivo del término, cuanto más bien en el de la acción autojustificadora: la libertad del juego expresa conjuntamente la falta de fundamento y la regularidad, la incertidumbre y el empeño, la casualidad y la esteticidad, la indiferencia y la emocionalidad típicas del sacar experiencia por parte del hombre contemporáneo.
«¿Acaso en las tinieblas se conocen tus prodigios, tu justicia en el país del olvido? (Sal. 87, 13)»
Formas del nihilismo
La orientación filosófica más cónsone al clima cultural postmoderno es el nihilismo, en el cual hallan rigor y justificación las actitudes típicas de la ética contemporánea. La geografía del nihilismo es compleja. A nosotros nos interesa reflexionar sobre dos formas fundamentales, que, si bien son antitéticas entre ellas, convergen paradójicamente en su orientación sobre la “cuestión de la vida”.
El nihilismo hermeneútico
La primera forma de nihilismo (de tradición hermenéutica) coincide con la punta extrema de la crítica a la modernidad o, incluso, a la filosofía occidental en cuanto tal. En primera instancia, el nihilismo halla alimento en su polémica contra la divinización de la razón operada por el idealismo metafísico y contra la íntima contradicción de una metafísica (como la hegeliana) que afirma un absoluto perfectamente medido por la razón y una religiosidad “sin misterio”.
El ateísmo de los Strauss, Bauer, Feuerbach era, en efecto, la “revelación” de la naturaleza íntimamente atea de la teología metafísica idealista. El virulento ateísmo de la Izquierda hegeliana es ya una primera fase del nihilismo como aniquilamiento de las formas residuales de trascendencia. Es la fase del nihilismo que Nietzsche llama “pasivo” o “reactivo”, en que el absoluto humano quiere sustituir al divino. Pero el cometido se cumple con el ulterior paso a la forma “activa” del nihilismo, en la cual —como afirma G. Deleuze— ya no se emprende la lucha por ocupar el lugar de Dios, sino que se niega sentido y valor al “lugar”: es el abandono del sentido del absoluto como tal, ya sea divino o antropológico.
De aquí nace una orientación antimetafísica o, de todos modos antitrascendente, en la que son rechazados todos los criterios que conducen a una representación del ser y del existente en términos de unificación y de perfección, de participación y de totalización. En este sentido, el nihilismo contemporáneo coincide con la post-moderna “caída de las grandes narraciones” (F. Lyotard) y con la propuesta de formas culturales sin “arquetipos”.
Con lo dicho converge también el resultado del nihilismo hermenéutico, que se define no con relación a la crisis de la modernidad, sino —más radicalmente— a la crítica de la identidad originaria de Occidente como tal, del que cristianismo y modernidad serían sólo grandes episodios que hacen época. El nihilismo coincide aquí con la figura originaria de Occidente, porque en esta perspectiva no serían nihilistas los resultados de la modernidad, sino la pretensión misma del logos griego de objetivar metafísicamente lo divino y de dominar técnicamente el mundo. Objetivación y dominación que se reproponen y se transforman a lo largo de la historia de Occidente, en particular por obra del objetivismo teológico cristiano y por obra de la nueva ciencia y de su corolario tecnológico, en el que acaba la occidental parábola historico-cultural del olvido del ser (M. Heidegger) o del primado de la nada (E. Severino).
El nihilismo contemporáneo, sin embargo, no quiere ser la pasiva recepción de la crisis del logos occidental, sino su positiva superación: no se debe confundir el objeto de su reflexión crítica (el resultado desintegrador del acontecimiento moderno u occidental, o ambos) con su intención positiva (la superación del resultado “negativo” de la modernidad o de la entera parábola occidental). Las diversas formas del nihilismo contemporáneo, en efecto, tienen en común la actitud crítica frente a la tradición metafísica y a la mentalidad técnica occidental, en cuanto formas de objetivación restrictiva del sentido de la realidad, y por eso atribuyen el primado a la idea de “acontecimiento” (antes que a la de dato, de estructura, de principio, etc.) y a aquella de finitud del ser: se podría decir, por lo tanto, que el nihilismo se propone hoy cual rescate del sentido positivo en la eventualidad finita. En este sentido el nihilismo es afirmación nueva de la “gratuidad” del ser que acaece, de su indisponibilidad última, del “misterio” (neutral) del mundo. Es este último, sin duda, el aspecto más interesante de la reflexión nihilista, porque está sostenida por una visión del mundo como acontecimiento gratuito, como evento sin fundamento intelectualmente domable, en la que reaparece un sentido del misterio que pone en crisis definitiva toda pretensión racionalista y está disponible también a nuevas formas de religiosidad sagrada.
Sin embargo, las razones que el nihilismo hace valer frente al objetivismo y al espíritu de dominio no son suficientes para justificar el juicio sobre la técnica entendido exclusivaente como forma del pensamiento dominador sin ninguna valencia “reveladora” de la verdad sobre el mundo y sobre el hombre; y también la concepción de toda la metafísica occidental como pensamiento objetivador del ser parece una simplificación inaceptable, sobre todo respecto a filosofías como el neoplatonismo o el tomismo originario.
Pero sobre todo la voluntad de salvar el ser como evento, como diferencia positiva y acaecer gozoso en ausencia de toda mediación metafísica evidencia la aporía del nihilismo, el cual —abandonando el acaecer al flujo del devenir y a la diseminación de lo múltiple— lo reduce a la nada de su pasar y de su disiparse.
El nihilismo positivista
La segunda forma nihilista (de tradición positivista) —a la que se hizo referencia y está ampliamente difundida en los ambientes influidos por la filosofía analítica— no pertenece a la historiográficamente reconocida genealogía del “nihilismo”, pero practica eficazmente un riguroso nihilismo antropológico y axiológico. Me refiero al así llamado “naturalismo” y al “reduccionismo” fisicalista. Contrariamente al nihilismo hermenéutico, esta forma nihilista no da valor cognoscitivo de realidad más que al conocimiento científico y no reconoce como práctica sensata más que la tecnico-científica, considerando con desenvoltura éstas como las únicas acreditadas modalidades del saber y del obrar. El nihilismo naturalista reivindica la exclusiva validez epistemológica y axiológica de la objetivación teórica y de la manipulación práctica, respecto a las cuales el saber metafísico aparece como opinión cultural, y la valoración moral como creencia subjetiva, en suma como un pseudo-saber.
En conclusión, por vías opuestas, estas formas del nihilismo contemporáneo llegan al resultado común de negar la existencia de identidad, permanencia y orden ontológicos metafísicos, presupuesto de los resultados antropológicos del nihilismo bioético.
Las formas del nihilismo convergen, en efecto, en la negación de estructuras ontológicas relevantes para las valoraciones bioéticas y, a la vez, dejan espacio a un pathos libertario, en el cual la libertad humana halla una salida exasperada y, por eso, desesperada.
El ataque convergente a la tradición metafísica clásica, por parte de las dos formas de nihilismo a las que se ha hecho referencia, trae consigo la notable consecuencia de privar al pensamiento contemporáneo de las categorías necesarias para pensar la identidad antropológica. En efecto, está claro que la desestructuración ontológica promovida por el nihilismo hermenéutico y la reducción de la ontología al plano de las funciones y de las relaciones en el nihilismo ciencista restan consistencia a la identidad ontológica de los entes y de los sujetos; ya sea a la identidad sincrónica estática, ya sea a la diacrónica dinámica. Sin una ontología adecuada, en efecto, es imposible pensar el subsistir del sujeto en la unidad y en la diferencia de sus operaciones, así como es imposible pensar el permanecer de su identidad en el cambiar de su proceso evolutivo. En términos clásicos, tal unidad de lo múltiple es pensada como relación de “substancia” y “accidentes”; y tal identidad en la diversidad, como relación de “acto” y “potencia”.
En las cuestiones bioéticas, este diagrama de ejes cartesianos de sustancia/accidentes y acto/potencia resulta indispensable para no dispersar la identidad individual en la multiplicidad de sus características, de sus operaciones y de sus relaciones. Al contrario, una ontología débil como la hermenéutica o descriptiva como la científica se quedan inevitablemente en el ámbito de las operaciones del sujeto, exaltan las diferencias y funciones de éste y restan impotentes para pensar el núcleo ontológico permanente y no aparente del sujeto mismo.
Así, por ejemplo, el feto no es considerado persona porque de la persona todavía no se ven sus operaciones específicas (análogo discurso podría hacerse para la persona gravemente minusválida); o bien al sujeto en situación de coma irreversible se le niega la dignidad de su existencia personal, porque ya no está dotada de específicas operaciones personales. Pero, nótese que, en general, situaciones humanas fundamentales, como el pudor, la fidelidad, el perdón devienen inimaginables si no es posible distinguir entre la identidad sustancial de la persona y sus operaciones y características particulares.
Igualmente sin la polaridad del ya-en-acto y del no-aún no es posible pensar la historia unitaria del individuo, cuya vicisitud biográfica resulta inevitablemente segmentada en episodios sin continuidad. Así al embrión no puede serle reconocida la dignidad de persona, porque no sólo carece todavía de las específicas operaciones del ser personal, sino que ni le es reconocida la posibilidad intrínseca y determinada de adquirirlas.
En tal modo el mundo entero y el humano en especial aparecen exclusivamente como un haz de operaciones en acto, adecuadamente describibles y manejables, que no remiten de nuevo a una realidad indescriptible e intangible, que siempre excede a la presa cognoscitiva y práctica. Un universo sin sustancia y sin potencia es, por lo tanto, una realidad que no excede las relaciones operacionales y que no tiene un plano de desarrollo propio; por esto es un universo ofrecido a la plena disponibilidad de quien consiga interaccionar con él. Un universo que, en definitiva, no escapa en absoluto al logos dominativo moderno u occidental (como querría, en cambio, el nihilismo hermenéutico), antes bien le ofrece aún menos resistencia. Y no sólo esto, sino que es un universo que solicita la libertad de administrar con la máxima disposición a sí mismo y al mundo.
Por esto a un universo sin fisonomía ontológica dotado de un orden intrínseco corresponde necesariamente un pathos libertario. El nihilismo contemporáneo no cultiva con particular atención la cuestión de la libertad; al contrario, está habitado por muchas instancias antilibertarias, que ven la libertad humana subordinada —si no anulada— por las condiciones fisiológicas/neurológicas o culturales del actuar humano. Sin embargo, la ausencia o la incertidumbre del discurso sobre la libertad combinadas con aquella cierta representación del mundo abre espacios para una práctica libertaria de la libertad, a la que —en definitiva— es muy sensible la cultura postmoderna.
La idea de que todos los ámbitos de la experiencia humana no sean sino ejercicios de libre elección y por eso estén enteramente “a disposición” parece ser hoy la idea dominante en el ethos occidental contemporáneo. Es evidente que la costumbre laicista occidental está pegada —casi enrollada— a determinadas formas de comportamiento, a determinados estilos de vida —hechos ya tabú indiscutible—, formas obvias de nuestro vivir pluralista y tolerante. Se trata de las cuestiones de la identidad sexual, de la relación entre los sexos, del aborto, de la eutanasia —cuyo común denominador es la persuasión de que sexualidad, afectos, paternidad/maternidad, vida/ muerte son campos de ejercicio de la libertad, en los que el sujeto moderno (o lo que resta de él) se juega toda su consistencia y dignidad—. La defensa de la libertad es, en efecto, el argumento público por excelencia en apoyo de la provisionalidad de los vínculos afectivos, de la equivalencia antropológica y moral de las identidades sexuales (hetero/homo/bi/trans), de la fecundación tecnológica, de la disponibilidad del feto y de la propia vida, que por ende son elecciones que deben defenderse a ultranza —cueste lo que cueste—, porque está en juego la libertad de los individuos y de las conquistas de la modernidad.
Búsqueda de la verdad
Esto significa que el contenido de la elección ha sido ya reabsorbido por la forma de la libertad: no cuenta si lo escogido es bueno o malo, sino sólo si ha sido escogido, o sea, es la forma del ser escogido la que atribuye valor al contenido. Indiferencia del contenido, por tanto, y triunfo de la forma. Atrás queda la anulación de la necesidad de “medida” intrínseca a la libertad (R. Alvira) y abandono de la idea de la libertad como adhesión al bien, siendo lo mismo escoger el único bien. Por esto los debates sobre los temas éticos de nuestro tiempo son a menudo diálogos entre sordos. Resulta inútil llamar la atención sobre la realidad de los hechos, sobre las razones de las cosas, sobre el fin de la persona (cuya identidad sustancial y cuyas posibilidades objetivas no son reconocidas), porque el primado de la libre elección es el argumento único y monótono, siempre pronto y vencedor.
Éste parece ahora ya el único criterio que va en cabeza del respeto, del diálogo, de la tolerancia, en fin, de los mayores valores públicos del avanzado Occidente, cuyo contenido, en efecto, no es sino el espacio neutro de las opciones posibles. Con estos supuestos, se dialoga para ejercitar la libertad de diálogo, no para buscar la verdad; no interesa la rectitud de las cosas y el destino de las personas, basta garantizar la libertad formal de las elecciones; hasta en los debates públicos cada apreciación de valor en relación con el contenido puede ser considerada una falta de respeto, casi una ofensa para las personas. En realidad, la indiferencia ostentada hacia el contenido deviene sustanciosa indiferencia hacia las personas.
Evidentemente no está en discusión el valor de la libre elección, del respeto, del diálogo, de la tolerancia, sino que se nos interroga sobre el hecho que la idea de las libertades se está reduciendo cada vez más a un significado único y aislado y que éste parece ser el último mas abstracto fundamento de valor del ethos occidental. Y no sólo esto, sino que es legítimo sospechar que el desenganche de la libertad respecto al bien —a un bien que no sea ella misma sino una alteridad real— no ponga sólo la libertad en una condición de estéril abstracticidad, no la haga sólo tautológica y narcisista, sino que hasta la ponga en peligro, porque una libertad así reducida lleva consigo un destino de muerte. Este fatal destino no es evidente; al contrario, la embriaguez libertaria da la impresión de fuerza emancipada, de vigor emprendedor: ¿no se puede hacer finalmente lo que se quiere?, ¿no es definitivamente libre el actuar?
Y en cambio querríamos subrayar que una libertad tautológica lleva en sí una lógica suicida, que tiene el poder de conducir una civilización a su apagamiento. Se habla de la “cultura de la muerte” que invade nuestro tiempo: estamos hipotizando que su principio esté en la contradicción mortal en la que llega a encontrarse una cierta práctica de la libertad. ¿A qué se reduce, en efecto, una abstracta libertad de elección? Simplemente: a la capacidad de escoger, al poder de elección. Al poder del sí y del no, de esto más que aquello. Poder identificador y exaltador: cuando un niñito dice su primer “no”, algo nuevo sucede en el universo, una identidad nueva ha comenzado a afirmarse. Pero si, creciendo, el mismo niñito siguiese sin decir más que “sí” o “no”, sin preocuparse del valor de las cosas en juego, sin pasión y drama por su mismo bien, sino sólo por la satisfacción de ejercitar su poder —cada vez más atrincherado en la idea de que éste sea el único bien que haya que defender hacia todo y contra todos— ¿no se convertiría en breve en un ser odioso, y luego, creciendo el poder de su disposición (técnica, política, cultural), también peligroso y, en fin, terrible?
Terrible en última instancia hacia sí mismo, porque acaba por no poderse sustraer —antes o después— a la condición de deber dar la prueba de su señorío absoluto. El crecimiento mismo de su poder —tecnológico, por ejemplo— lo constreñiría a un pensamiento sutil, extraño, pero perfectamente coherente con su lógica de vida, clavándolo a un destino objetivo e inexorable: sólo un gesto extremo tiene el poder de demostrar que el dominio último de la libertad de elección no es un absurdo, sino que es el verdadero, único absoluto bien. El poder absoluto de un ser finito (pero al cual le queda siempre el defecto de no haberse dado la vida) está, en efecto, en el apoderarse de su vida; mas no pudiéndosela dar tiene una única vía para demostrar su poder total: la de quitársela.
Este pensamiento —que puede parecer extraño— no es nuevo. Ya lo formuló Dostoevskij mediante un personaje de Los demonios, que da cuerpo a esta extraordinaria intuición del nexo que puede ligar la libertad con la muerte. Se trata del episodio del ingeniero Kirillov, que, queriendo demostrar prácticamente la inexistencia de Dios, condición de la propia independencia radical, juzga que sólo el suicidio sea la obra demostrativa adecuada: sólo en aquel instante, en efecto, habrá realizado la perfecta equivalencia entre la propia libertad y la propia existencia.
El ateísmo libertario de Kirillov no es un exasperado y excéntrico icono literario ruso. El protagonista del bello film del director de cine español Amenábar “Mar adentro” —que trata de un famoso caso de eutanasia— sin saberlo repite con precisión el razonamiento del ingeniero Kirillov, héroe suicida. El protagonista es un personaje postmoderno, que no tiene el problema de demostrar que Dios no existe, pero tiene el problema de demostrar el derecho de la propia libertad. Es un héroe burgués, que no quiere instaurar un nuevo orden del mundo, pero al que basta reivindicar el derecho de arreglar cuentas con su condición de parapléjico. El suicidio asistido solicitado no es un acto de protesta: la familia siempre lo ha acogido y cuidado en sus veintiocho años de enfermedad; alrededor de él la vida anima: hasta dos mujeres —una cultivada y refinada, la otra popular y apasionada— se enamoran de él; es publicado un libro con sus poesías y se hace famoso. El caso, en suma, no es lastimoso, sino que expresa más bien el brillante perseguimiento de una idea: que la propia libertad está en perfecta ecuación con la propia vida; pero dado que no todo está a disposición, hay una sola elección resolutiva, el suicidio.
Respecto al protagonista del film, Kirillov ya había entendido una cosa más, a saber, que la lógica de esta libertad no vale sólo para los parapléjicos; que no están en juego sólo los casos extremos, sino que en la libertad está siempre en juego la totalidad del ser humano y que una cierta concepción de la libertad lleva en sí un secreto destino de muerte.
«A estas alturas resulta bastante evidente que la apelación a la “sacralidad de la vida”, por cuanto sea verdadera y justa, tiene muy pocas posibilidades no sólo de ser acogida, sino —incluso antes— de ser entendida.»
Razones de la vida
Asistimos hoy a la difusión de dos actitudes que se oponen y conviven —ante todo como juicio— en los mismos sujetos: la justificación conjunta de las prácticas de suspensión/liquidación de la vida (contracepción, aborto, eutanasia) y de las de encarnizamiento para obtener la vida (fecundación asistida o también adopción a cualquier condición; tal vez la clonación humana). Lo que hay de común en estas orientaciones contrastantes a primera vista es precisamente el aprobar estas conductas “a cualquier precio”, esto es, con la disponibilidad para soportar cualquier coste (financiero y humano) con tal de poder afirmar el principio de la disponibilidad de la cosa.
En esta cultura es removida la intuición religiosa elemental —común a todas las grandes civilizaciones humanas—, según la cual la Vida es ante todo algo a lo que se pertenece, más que algo que nos pertenece. De este modo, es quitado del medio el interrogante sobre la posibilidad y el sentido del disponer de la vida por parte del hombre y ha sido sustituido por la obviedad —de ningún modo inocente— que la vida es “algo” que está a disposición. La tecnicidad de la intervención sobre las formas y las condiciones del vivir se introduce en esta ausencia de sentido fundamental y grande de la vida, mientras exalta el vértigo de poder disponer de ello libremente.
A estas alturas resulta bastante evidente que la apelación a la “sacralidad de la vida”, por cuanto sea verdadera y justa, tiene muy pocas posibilidades no sólo de ser acogida, sino —incluso antes— de ser entendida. Enseguida se le contrapone la apelación a la “calidad de vida”, como reivindicación de los derechos de la subjetividad, como si el respeto del valor intrínseco de la vida humana no estuviese en función de la cualidad subjetiva del vivir como hombres.
Todo esto no significa que no puedan ser halladas “razones de la vida” también en el interior de la cultura contemporánea. En el mismo ámbito laicista se levantan de todos modos voces interrogativas sobre la sensatez humana de pensar en la vida naciente o moribunda como algo a lo que se puede meter mano sin límites. Particular relieve posee la nueva conciencia según la cual lo que se hace con relación a la vida sucede siempre en el interior de relaciones que, en realidad, no están en absoluto a disposición del individuo. La cultura contemporánea, frágil en el ámbito de la razón ontológica, es en cambio sensible a la relación intersubjetiva, porque es cada vez más consciente de que la identidad del sujeto se forma, mantiene y crece sólo dentro del juego del reconocimiento interpersonal. De tal modo es reconocido un cierto vínculo a aquella libertad individual, que por lo demás querría ser del todo autosuficiente.
En esta perspectiva se reconoce al menos que la barbarie de la ideología tecnológica está en remover el hecho de que antes de ser sujetos capaces de manipular la realidad de las cosas y de los hombres somos todos “hijos” y “nacidos de mujer”. Y es necesario decir “somos”, en tiempo verbal presente, porque la condición de hijo no cesa nunca, no sólo como origen del que se procede, sino también, y más profundamente, como condición ejemplar y permanente del vivir humano. La reflexión contemporánea sobre la intersubjetividad, si es conducida hasta el fondo, lleva a comprender que es el vivir humano como tal a ser relación (co)generativa y por tanto educativa. En realidad, el sujeto vive desde siempre en relación y vive como hombre en cuanto se hace cargo de las relaciones de reconocimiento en las que siempre es tomado, de las que siempre espera la atestación de la propia dignidad y a las que, a su vez, siempre debe la propia contribución de acogida del otro. En este sentido la procreación, a la cual cada uno debe la propia existencia, no es sólo un hecho físico acaecido una vez, perteneciente a la biografía particular de cada uno, sino que es también un hecho psicológico fundamental según el cual son estructuradas todas las relaciones: en diversas maneras y medidas somos todos constantemente hijos los unos de los otros.
La concepción nihilista de la libertad y el sueño de omnipotencia de la técnica, en cambio, favorecen de por sí la formación de personalidades narcisistas y megalómanas, esto es, de personalidades inmaduras, centros de perenne conflicto y expuestas o a las más graves desventuras depresivas o, alternativamente, a las más fáciles formas de violencia. Desde este punto de vista “el aborto es la otra cara de la medalla respecto a la fecundación artificial” —como ha escrito una psicoanalista laicista S. Vegetti Finzi (Querer un hijo. La nueva maternidad entre naturaleza y ciencia, Milano 1997, p.99)—, porque ambos expresan la intolerancia hacia una situación dada y la voluntad de gobernar a toda costa la propia historia.
Más profundamente, E. Lévinas nos invita a una reflexión sobre la condición humana al releer el episodio de Caín, cuando escribe: “¿No es necesario tomar la respuesta de Caín (“Soy tal vez yo el guardián de mi hermano?”) como si escarneciese a Dios o respondiese infantilmente no soy yo (Abel), es el otro. La respuesta de Caín es sincera. En ella falta sólo la ética, y está sólo la ontología: “Yo soy yo, y él es él” (Filosofía, justicia y amor, en “aut-aut”, 209-210, 1985, p. 9). Con nuestros términos podríamos decir: la enajenación de Caín está en el no darse cuenta de la ligazón que le une a su hermano; ligazón por la cual él es guardián de su hermano así como, a su vez, su hermano es guardián suyo. La custodia entre los hombres es, en efecto, el modo a través del cual ellos hacen del mundo una morada. Al contrario, no cuidarse del hermano no edifica la morada que custodia la propia humanidad. El asesinato de Abel, en efecto, significa para Caín perder la morada e ir errante y extranjero en un mundo hostil.
Hay, por tanto, una proporcionalidad directa entre depreciación de la vida y soledad. La actual consideración espontánea de la vida humana está atenta a la satisfacción individual (la así llamada “calidad de vida”) y al análisis de las condiciones objetivo-cuantitativas de intervención (hasta cuántos días se puede eliminar el embrión o el feto; cuándo se puede desenchufar, etc.). Pero este modo de plantear los problemas es ya de por sí una alienada autocomprensión del sujeto, porque no entiende que antes de cada gratificación/frustración y de cada criterio operacional se está en relación con el otro, se está implicado en una relación en la que está en juego la propia consistencia y dignidad. Como dice otra vez S. Vegetti Finzi “ninguno se basta a sí mismo” y “la apelación al otro constituye la única modalidad mediante la cual podemos afirmar nuestra identidad”. Por esto, lo más necesario es una “ética de la maternidad”: no en el sentido de una regulación ética de la maternidad, sino en el sentido más profundo del genitivo subjetivo, esto es, en el sentido de una ética que asuma la maternidad como su paradigma; de una ética que parta de la conciencia de que “la vida es compartición”, que se desarrolle por eso como decisión de “autolimitación del propio dominio” y como acogida y cuidado del otro en cuanto valor por sí mismo (op. cit., pp. 135 y 7).
Las razones de la vida valen entonces no como promoción o respeto de algo que se impone al sujeto por su valor abstracto e impersonal. Si la vida es concebida como bien objetivo y anónimo, entra inmediatamente en conflicto con los intereses y el poder subjetivos. Pero si, en cambio, la vida es percibida como vida del otro, que hay que engendrar o cuidar porque me atañe, entonces las razones no se imponen al sujeto desde el exterior, sino como algo que le pertenece íntimamente. En efecto, el otro no es ni la proyección de su deseo, ni el obstáculo para su satisfacción, sino que es en primer lugar y de todos modos la morada de su identidad humana. En otros términos, cada hombre está sometido a la condición de no poder progresar hacia su consumación sino a través de la contribución de otro hombre. Por esto la mezquindad con la vida posible o actual del otro se paga necesariamente con el empobrecimiento de la propia. Y al contrario, dar razón a la vida significa dar vida a la auténtica racionalidad, que reconoce en el otro la principal posibilidad para sí.
Darse cuenta de esto no basta aún ciertamente para formular una ética normativa, esto es, para tener reglas de conducta útiles para decidir sobre comportamientos particulares; pero proporciona una orientación antropológica y un criterio ético fundamental, aquel ya muy concreto de la com-pasión, en función del cual el otro —antes de cada caso particular— es de todos modos en sí mismo un fin necesitado de acogida como lo soy yo, y no sólo medio (por mis miedos o mis satisfacciones). Sin tal supuesto, por otra parte, ninguna norma resulta verdaderamente sensata y sentida.
Ciertamente la acogida de la vida es también fuente, casi inevitable, de sufrimiento. Pero esto forma parte de una experiencia dilatada y no narcisista del vivir, que como tal posee en sí los recursos de la propia donación. En cambio, el problema del sufrimiento es indisoluble para quien proyecta una existencia de mera autoconservación y es piedra de tropiezo, porque presenta una imagen de la existencia que el sujeto egocéntrico no está en condiciones de soportar. El relato de Caín aún puede ser útil para comprender la lógica profunda de la violencia contra el otro, que posee grande y dramática actualidad en las cuestiones bioéticas. En efecto, la motivación de la muerte de Abel, según el relato bíblico es la irritación de Caín por lo que él no consigue ser: un oferente grato a Dios, como su hermano (Gen. 4, 5). En fin, el motivo profundo del gesto fratricida es el resentimiento hacia lo que no se está en condiciones de ser. ¿No es ésta también la lógica de la reacción supresora con relación al sufrimiento irremediable, frecuentemente disfrazada de gesto piadoso: la insoportabilidad (propia) del sufrimiento (ajeno)?
Mas para quien vive la propia identidad con relación a los otros, el sufrimiento es parte de la aventura de la vida y es, más bien, el lugar de la pregunta de una Razón definitiva de la vida. Es paradójico, en efecto, que el otro sea indispensable y conjuntamente fuente de dificultades. Sin embargo, con respecto a esta paradoja no puede retroceder sin destruir la experiencia humana: en cambio, se puede progresar, volviéndose disponibles para ir más allá, donde la paradoja podría resolverse en una superior reconciliación de la vida.
por Francesco Botturi
Congreso organizado por D. Enrique Cases
El Árbol de la Vida sobre la Vida en sus inicios con ponencias de Biomedicina, Filosofía y Derecho, con premios de novela y de investigación para universitarios y bachilleres 2005
8.- Declaración Dignitas Infinita
El Papa Francisco refuerza, actualiza y amplía las «graves violaciones» de la dignidad humana que se dan en todo el planeta. Es la razón de ser de «Dignitas infinita» –Dignidad infinita–, una declaración vaticana elaborada por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe que insiste en su condena al aborto y la eutanasia, pero añade otras denuncias como el feminicidio, la maternidad subrogada, la teoría de género o el acoso en redes sociales.
Esta compilación se traduce en trece amenazas sobre cuestiones «que pueden estar oscurecidas en la conciencia de muchas personas hoy en día», entre las que destacan aquellas que están más vinculadas a la Doctrina Social de la Iglesia, que se ha convertido en un eje del pontificado de Francisco. Así, incluye la violencia contra los migrantes, la trata de personas, la guerra, la pobreza, los homicidios, los genocidios, el suicidio, el trabajo forzado, la prostitución, la esclavitud, la pena de muerte o las encarcelaciones arbitrarias. Todas ellas, según el documento de la Santa Sede, atentan contra esa «dignidad infinita, que se fundamenta inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona humana, más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre».
Este texto nace como respuesta al 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y está firmado por el cardenal prefecto de Doctrina de la Fe, Víctor Manuel Fernández. Ha tardado más de cinco años en configurarse, hasta que hace dos semanas fue aprobado por el pontífice argentino. Se firmó el 2 de abril, al cumplirse 19 años de la muerte de Juan Pablo II, y vio la luz ayer.
Para argumentar cada una de estas alertas, Dotrina de la Fe se remite al magisterio de los Papas más recientes, lo mismo de Pablo VI que de Juan Pablo II y Benedicto XVI, como del propio Francisco. Al abordar asuntos como la defensa del no nacido o de los enfermos terminales, no se aprecia cambio alguno en la doctrina católica y se ahonda en ellos con la contundencia habitual de la Iglesia. Esta misma determinación se aprecia en prácticas más recientes, como la maternidad subrogada o la teoría de género.
«La práctica de la maternidad subrogada viola, ante todo, la dignidad del niño», se lee en el documento, que llega a la conclusión de que el menor «se convierte en un mero objeto». «El deseo legítimo de tener un hijo no puede convertirse en un ‘derecho al hijo’», se insiste, a la par que se certifica que la maternidad subrogada «viola, al mismo tiempo, la dignidad de la propia mujer que o se ve obligada a ello o decide libremente someterse».
«La práctica de la maternidad subrogada viola, ante todo, la dignidad del niño»
Diferencia Sexual
Al adentrarse en la llamada ideología de género, el Vaticano prefiere utilizar el término inglés «teoría de género». En cualquier caso, considera que «debe rechazarse todo intento de ocultar la referencia a la evidente diferencia sexual entre hombres y mujeres». Con esta premisa, la Iglesia sentencia que «toda operación de cambio de sexo, por regla general, corre el riesgo de atentar contra la dignidad única que la persona ha recibido desde el momento de la concepción». A este respecto, solo se excluye «la posibilidad de que una persona afectada por anomalías genitales, que ya son evidentes al nacer o que se desarrollan posteriormente, pueda optar por recibir asistencia médica con el objetivo de resolver esas anomalías».
Eso sí, la Declaración vaticana recuerda que toda persona, «independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto». Incluso se explicita que «hay que denunciar como contrario a la dignidad humana que en algunos lugares se encarcele, torture e incluso prive del bien de la vida, a no pocas personas, únicamente por su orientación sexual».
El propio Víctor Manuel Fernández quiso verbalizar ayer en la rueda de prensa para presentar el documento que «estamos evidentemente a favor de la despenalización de la homosexualidad», y puso en valor cómo Francisco se reúne con frecuencia con personas transexuales bajo el «principio de acogida a todos, como dice el Papa, que no cambia». «Es doloroso que algunos católicos defiendan leyes injustas que ordenan el encarcelamiento de personas por el solo hecho de ser homosexuales», remarcó también el cardenal argentino. Eso sí, a la par el prefecto dejó caer que «la idea del matrimonio gay con la propia eliminación de las diferencias no parece aceptable».
La novedad principal de la Declaración radicaría en incluir en este texto no solo los que podrían considerarse como «pecados» individuales, sino aquellos que implican una responsabilidad comunitaria, como la guerra, la explotación laboral de los extranjeros o los abusos sexuales. De la misma manera, en la misma línea que el Papa Francisco ha ido expresando en sus intervenciones públicas, «Dignitas infinita» alza la voz contra «las violencias contra las mujeres, que es un escándalo global, cada vez más reconocido».
«Aunque de palabra se reconoce la igual dignidad de la mujer, en algunos países las desigualdades entre mujeres y varones son muy graves e incluso en los países más desarrollados y democráticos la realidad social concreta atestigua que a menudo no se reconoce a la mujer la misma dignidad que al varón», se especifica en un documento. Y se añade también que «las desigualdades en estos aspectos son distintas formas de violencia».
En este apartado sobre la mujer, Doctrina de la Fe vuelve a mencionar a aquellas que sufren «coacción» para interrumpir su embarazo, así como la práctica de la poligamia. «Es este horizonte de violencia contra las mujeres no se condenará nunca de forma suficiente el fenómeno del feminicidio», subraya.
También resulta inédito que Roma se adentre en una temática como el universo digital y cómo puede convertirse en «un mundo en el que crecen la explotación, la exclusión y la violencia». «Basta pensar en lo fácil que es, a través de estos medios, poner en peligro la buena reputación de cualquier persona con noticias falsas y calumnias», se deja caer sobre lo que se presenta como «el lado oscuro del progreso digital».
por José Beltran para la Razon
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