Cultura Católica
Temas de reflección para tener un encuentro real y profundo con nosotros mismos, con nuestra vocación cristiana, con los demás y con Dios.
Cultura católica es el cultivo de la inteligencia, de la voluntad y de la sensibilidad según las normas de la moral enseñada por la Iglesia. La cultura católica es una forma de expresión de la religión y esta última es la sustancia, o significado, de dicha cultura.
Otros Temas Tratados
«Los cristianos recordando la palabra del Señor: ‘En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en el amor mutuo que os tengáis’ (Io 13,35), no pueden tener otro anhelo mayor que el de servir con creciente generosidad y con suma eficacia a los hombres de hoy. Por consiguiente, con la fiel adhesión al Evangelio y con el uso de las energías propias de éste, unidos a todos los que aman y practican la justicia, han tomado sobre sí una tarea ingente que han de cumplir en la tierra, y de la cual deberán responder ante Aquel que juzgará a todos en el último día.» Gaudium et Spes
por D Juan Luis Lorda
«Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al amor divino por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé la capacidad de devolverle el amor y de obrar conforme a los mandamientos de la caridad. La esperanza es aguardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios y de provocar su castigo.» Catecismo de la Iglesia Católica
por D Juan Luis Lorda
1.- Crisis actual de la Cultura Católica
“Cultura” y “Cultura Católica”
Es imposible negar que existió una “cultura católica” y, al mismo tiempo, negar que aparece contemporáneamente como “destruida”. Para comprender esta afirmación, debemos preguntarnos qué se entiende por “cultura” y qué por “cultura católica”.
La palabra cultura (perteneciente al verbo latino colo, colere, cultivar) significa etimológicamente “cultivo”. La cultura es, ante todo, una labranza o laboreo. Es también el mejor resultado de ese esfuerzo conseguido a través del tiempo por los diferentes pueblos. Cultura, en su definición verbal-etimológica, es, pues, educación, formación, desarrollo o perfeccionamiento de las facultades intelectuales y morales del hombre; y en su reflejo objetivo, cultura es el mundo propio del hombre; el conjunto de maneras de pensar y de vivir, cultivadas, que suelen designarse con el nombre de civilización.
La cultura deja de ser cultura cuando se aparta de la premisa fundamental que es la de propender a la elevación del espíritu del hombre, a su obligación de mejorar su condición y a su cometido principal que es honrar la vida humana, en todas sus dimensiones constitutivas. Así, nos enseña ya el Concilio Vaticano II en la Constitución pastoral Gaudium et Spes 1 . Y el Evangelio es la más eminente forma de cultura porque integra todos los esfuerzos y posibilidades humanas para que el hombre vaya llegando a ser lo que está llamado a ser: icono, imagen de Dios.
Y Jesucristo, que representa los más altos valores humanos, es el innegable patrimonio cultural de la humanidad. Esto implica una consecuencia vital: todos los católicos que, como tales, deben evangelizar, es decir, todos aquellos cristianos hoy denominados “agentes de evangelización”, debemos, en fidelidad al Evangelio y en perfecta comunión con el auténtico Magisterio de la Iglesia, cumplir nuestra misión decididamente y trasmitir luz, certezas, seguridad. Evitar, pues, todas las fórmulas equívocas o deletéreas; liberar el lenguaje de esas inexactitudes, tergiversaciones y maliciosos abusos que suelen hacerle los intereses disimulados, y aun descarados, de muchos sectores de la sociedad.
La manipulación de las palabras se convierte en mentira porque oculta la verdad y es grave hipocresía. Por la historia de la cultura sabemos que los límites u horizontes del lenguaje, son los límites u horizontes del mundo.
Es evidente que la cultura bien conceptuada, debe estar completamente nutrida por la savia doctrinal de la Religión verdadera. La auténtica cultura involucra la total realidad del hombre, su total “verdad”. Y la verdad integral del hombre es Jesucristo y su Iglesia Católica, a quien le compete enseñarnos en qué consiste la perfección del hombre, la vía para alcanzarla, y los obstáculos que se le oponen.
Así, Nuestro Señor Jesucristo, personificación inefable de toda la perfección, es la personificación, el modelo sublime, el foco, la savia, la vida, la gloria, la norma y, en definitiva, el “arquetipo” la verdadera cultura. Lo que equivale a decir que la cultura verdadera sólo puede estar basada en la verdadera religión. Es decir, la auténtica cultura es la cultura católica.
Y por eso es de importancia primordial, para realizar el mandato del fundador de la Iglesia, Jesucristo, de evangelizar, desarrollar los presupuestos fundamentales de la “cultura católica” y su relación con la modernidad. Y es palmariamente verdadero que la historia de la Iglesia católica ha sido, es y será fuente abundante de experiencias concretas y de compromisos a favor del Amor y de la Verdad. Juan Pablo II, en su encíclica Fides et ratio, nos decía que “el proceso de encuentro y confrontación con las culturas es una experiencia que la Iglesia ha vivido desde los comienzos de la predicación del Evangelio” 3 .
Ahora bien, la auténtica evangelización encuadra en un proceso, que ha sido denominado “inculturación”, la que para ser realmente auténtica debe enmarcarse en dos principios ineludibles. En primer lugar, debe tener una fidelidad absoluta al Evangelio y, en segundo lugar, comunión con la iglesia universal. El Magisterio de la Iglesia, basado en una filosofía realista, siempre sostuvo que el hombre ha de estar conducido por su intelecto especulativo, que es lo más alto y perfecto que en él existe, se halla esencialmente ordenado por propia naturaleza a la verdad.
Afirma Tomás de Aquino, que el primer y principal deseo del hombre es la verdad. Es la afirmación de Aristóteles que “todos los hombres desean por naturaleza saber”. Y a ese saber especulativo se involucra también, en el hombre, el saber operativo, es decir, el saber para actuar. El magisterio de la Iglesia ha hecho suya esta verdad, y la ha enseñado como doctrina desde siempre. Y a Santo Tomás De Aquino formular la más acabada.
“Por eso, el vínculo fundamental del Evangelio, esto es, el mensaje de Cristo y de la Iglesia, con el hombre en su humanidad misma, es creador de cultura en su fundamento más profundo” (Cardenal Paul Poupard, Iglesia y Culturas, México, 1988). 3 fundamentación teológica-metafísica de la cultura católica. La elaboración de Santo Tomás forma parte del tesoro de la Iglesia y así lo ha entendido siempre el Magisterio y la tradición católica. El escritor protestante R. Seeberg ha expresado que Santo Tomás “fue el gran adalid del progreso de los teólogos; el que sometió más que ningún otro la tradición a severa crítica, transformándola. Pero en él fue tan vivo el amor de la ciencia como la devoción y adhesión a la doctrina de la Iglesia. Por eso creó un sistema en el que se dan la mano de una manera admirable, el más fuerte apego a la tradición de la Iglesia con las aspiraciones más audaces de las nuevas conquistas científicas. Este gran teólogo iba en realidad la frente del progreso filosófico, siendo al mismo tiempo el más recio defensor de la tradición de la Iglesia” 4 .
Pero resulta que estas conclusiones a las que hemos llegado, basándonos en el Evangelio y en el más auténtico Magisterio de la Iglesia, hoy es cuestionado e incluso rechazado aún desde el mismo interior de la Iglesia. ¿Por qué? El proceso de descatolización de la sociedad. Pero hoy día, prevalece una profunda desconfianza en las capacidades de la razón humana para conocer la verdad, resultado lógico de negarle a esa razón humana su posibilidad de alcanzar el ser de las cosas, lo que conlleva a un constante cuestionamiento de la verdad. No se acepta, en teoría y en la práctica común, que la verdad sea conocer lo que las cosas son, conocer el ser de las cosas. Dicho escolásticamente, que la verdad sea la adecuación entre el entendimiento y la cosa. Se ha dado, pues en esta postmodernidad, un “oscurecimiento o eclipse de la verdad”.
Esto explica el auge del “relativismo ético”, consecuencia propia del “relativismo cognitivo”, que avanza en la estructura socio-política, adquiriendo características de “único pensamiento correcto”, y que va a derivar, en su lógica férrea interna, en una auténtica “dictadura del relativismo”, como Benedicto XVI caracterizaba la actual situación que vivimos , afirmando que “hoy se trata de crear la impresión de que todo es relativo (…) Pero la Iglesia no puede callar el espíritu de la verdad. No caigamos en la tentación del relativismo…”. Así, la modernidad, procurando una total independencia de la Revelación y proclamando una absoluta autonomía, terminó por desconocer a Tomás de Aquino y separando la cultura de la catolicidad. Así, afirmaba Juan Pablo II, que lo católico será paulatinamente reducido a un culto y obligado a habitar exclusivamente en la individualidad de la conciencia. Y comienza a consolidarse la secularidad, que alcanzará su más elevada expresión en la reforma protestante y el nominalismo, vaciando la metafísica del fundamento de lo real .
La radicalidad de esa denuncia del Magisterio de la Iglesia frente a esta situación, se ejemplifica claramente, en las palabras, quien expresa que “el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos”.
Tras señalar la gravedad de la inserción relativista en la sociedad contemporánea, afirmaba, además, la “pretensión de hegemonía cultural” que el relativismo ostenta, es decir, su pretensión de presentarse como la negación de la intolerancia y del fundamentalismo, ya que sostener la realidad de la existencia de verdades absolutas es, para esta “dictadura del relativismo”, lo propio de la mentalidad fundamentalista, intransigente, intolerante. Así, “a quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Y tres años antes, en una entrevista, denunciaba que “hoy realmente se da una dominación del relativismo. Quien no es relativista parecería que es alguien intolerante. Pensar que se puede comprender la verdad esencial es visto ya como algo intolerante. Pero en realidad esta exclusión de la verdad es un tipo de intolerancia muy grave y reduce las cosas esenciales de la vida a un subjetivismo”. Así, la pretensión hegemónica de imposición del relativismo, se consolida en una cultura que se ufana de lo progresista, lo cambiante, lo efímero; pues bien, en una cultura que por esencia rechaza lo dogmático, se pretende sostener como dogma máximo la “dictadura del relativismo”. Todo es relativo, esa es la única verdad inconmovible que se acepta.
La Iglesia Católica, en su misión de anunciar y enseñar auténticamente la Verdad, que es Cristo, no puede permanecer indiferente frente a la realidad de esta crisis. Ello explicaba la actitud enérgica y persistente del Magisterio de la Iglesia en la defensa de la verdad, como asimismo su radical condena del perverso error de las ideologías fundamentadas en el agnosticismo, el escepticismo o el relativismo, que al negar la capacidad de la razón humana para conocer la verdad; al afirmar que no existe una verdad objetiva válida para todos los hombres, sino que la verdad es un producto construido en cada momento histórico, imponiendo la mera opinión (doxa) de cada uno como eje rector de la vida individual y social, concluye en la imposición de un totalitarismo de alcances extraordinarios.
Pero estamos viviendo hoy un “relativismo agresivo”, ya que los actuales relativistas quieren que el relativismo se convierta en la ley oficial del Estado, y que éste reprima penalmente a los no relativistas; y que conduce fatalmente a un “relativismo como forma de absolutismo”, ya que se pretende imponer a la sociedad leyes «indiscutibles», siendo el absolutismo de la mayoría parlamentaria el único criterio de validez. En tal sentido, el denominado “absolutismo democrático” rechaza siquiera la posibilidad de un límite.
La voluntad de la mayoría, los pactos posteriores, conllevan la posibilidad de dar a los gobernantes un poder desmesurado y difícilmente controlable por los ciudadanos. Lo esencial para los partidos políticos que agotan lo que consideran la única y auténtica expresión de la democracia, es alcanzar como sea y conservar como sea el poder. Para ello, sería necesario obturar la realización de una auténtica educación, para lograr una población meramente instruida, alienada, fácilmente manipulable, dócil a seguir lo “políticamente correcto”, manejable por constantes dádivas, susceptible de muchos derechos y ninguna o pocas obligaciones, sin exigencias de esfuerzos, sin premios al mérito. Una población que sea masa y no pueblo, homogeneizada por abajo. Con este cuadro de situación, se entiende que Benedicto XVI haya enfatizado que “precisamente a causa de la influencia de factores de orden cultural e ideológico, la sociedad civil y secular se encuentra hoy en una situación de desvarío y confusión: se ha perdido la evidencia originaria de los fundamentos del ser humano y de su obrar ético, y la doctrina de la ley moral natural se enfrenta con otras concepciones que constituyen su negación directa” . Y agrega que, como producto de ello, predomina “una concepción positivista del derecho”, al sostenerse que “la mayoría de los ciudadanos, se convierte en la fuente última de la ley civil”, abandonándose “la búsqueda del bien”, sustituyéndola por la búsqueda “del poder, o más bien, del equilibrio de poderes”. Y “la raíz de esta tendencia se encuentra el relativismo ético, en el que algunos ven incluso una de las condiciones principales de la democracia…” (…) Pero, si fuera así, la mayoría que existe en un momento determinado se convertiría en la última fuente del derecho. La historia demuestra con gran claridad que las mayorías pueden equivocarse. La verdadera racionalidad no queda garantizada por el consenso de un gran número de personas, sino sólo por la transparencia de la razón humana a la Razón creadora y por la escucha común de esta Fuente de nuestra racionalidad” 8 .
Los cambios culturales que estamos experimentando son de gran importancia, dado que estamos atravesando un período llamado por los historiadores “cambio de época”. Es decir, un período de la historia donde los viejos valores y concepciones, donde los viejos mecanismos y la tecnología dan paso a cimientos completamente nuevos para la sociedad y la cultura. Lo que salga de este período va a determinar nuestras vidas por varias generaciones. Las ideas y concepciones en aspectos esenciales de los seres humanos como la familia, matrimonio, vida, respeto a los mayores, responsabilidad, realización personal, etc., han cambiado dramáticamente durante los últimos cuarenta años. Bien definió el mismo Juan Pablo II este período como un periodo de “guerra de cultura”. Ahora bien, en este desafío se involucra ineludiblemente lo que Benedicto XVI ha calificado como urgente necesidad de reafirmar “la
obediencia a la verdad”, que “debe 'castificar' nuestra alma y así guiar a la palabra recta y a la recta acción.
En otros términos, hablar para buscar el aplauso, hablar orientándose a todo lo que los hombres quieren oír, hablar obedeciendo a la dictadura de la opinión común debe considerarse una especie de prostitución de la palabra y del alma”. Y esta «castidad» “consiste en no someterse a este estándar, a no buscar el aplauso sino la obediencia de la verdad”. Y en esta urgente necesidad de “obediencia a la verdad”, sin duda alguna que el humanismo tomista se evidencia como una auténtica espuesta para esa exigida «lucha por el alma del mundo»”. En síntesis, para plasmar una respuesta válida (especulativo-práctica), al desafío que implica, para la Filosofía y la Teología, la denominada “postmodernidad”, es necesario comprender que la misma, más que “post-cristiana” se presenta con un contenido radicalmente “cristofóbico”, bajo la pretendidamente neutra presentación de “post-cristiana”. Se dio, así, un proceso de secularización, de constitución de un humanismo secular, radicalmente anti católico.
El proceso de desconstrucción de la cultura católica y sus consecuencias actuales. El Padre Aníbal Fosbery ha sintetizado ese proceso secularista, señalando que “a la antinomia de fe y razón, de mundo y Dios, propia de la Reforma, el Renacimiento, con Descartes va a sumar la antinomia de mente y espíritu (…), espíritu y materia. Estos dos dualismos, el de la Reforma y el de Descartes, no se concilian, aunque mutuamente se convocan. Lutero mató la certeza objetiva de lo religioso. Descartes mata la certeza objetiva de lo filosófico. El hombre queda a la intemperie, sin referente moral: o en manos del consenso social o en manos del estado. La síntesis hay que buscarla en la idea de una religión racional, común a todos los hombres (…) nace la fe laica (…) La religión de la naturaleza termina por sustituir al cristianismo. Se instaura la fe en el progreso, que se convierte en una ideología”. Esta ideología del progreso “terminará instaurando un nuevo proceso de secularización complementario de la Reforma. Ésta separó lo religioso de lo humano, para preservarlo de toda contaminación. Aquél facilitó la conversión de la sociedad religiosa a la vida activa de la sociedad laica”. Así, “la Reforma y el Renacimiento se van acompañando y encontrando mutuamente para, de esta manera, instaurar una nueva ideología.
La ideología del progreso, que por este motivo se transforma en un ideal de acción capaz de movilizar los mismos sentimientos, adhesiones y entusiasmos de una religión”. Y “esta es la génesis del secularismo actual que aparece, al decir de Pablo VI, como un enemigo mortal del cristianismo, que una conciencia cristiana no podría aceptar sin renegar de sí misma; tan es verdad que el ateísmo verdadero, por definición del hombre y del mundo, se sitúa en el plano de una inmanencia cerrada en sí misma” 10 . Y la modernidad se presenta como “una civilización fundada en la ideología del progreso, como una nueva utopía escatológica del inmanentismo. La cultura es desplazada a lo literario, lo artístico, y la virtud, vaciada de contenido moral, se transforma en habilidad científica o técnica, como instrumento del quehacer hedonista y utilitario” 11 .
Por lo tanto, nos encontramos “frente a la civilización del secularismo, que hace del progreso su religión y que se alimenta con la ideología del economicismo instrumentada por el dominio, la eficiencia y el poder. No hay lugar para la cultura, y, consecuentemente, no lo hay para Dios. Lo religioso puede ser tolerado, a lo sumo, como culto encerrado en los pliegues de la conciencia individual” 12 .
En palabras de Pablo, es “prácticamente una secularización radical que elimina de la ciudad humana la referencia a Dios y los signos de su presencia, que vacía los proyectos humanos de toda búsqueda de dios, que suprima las instituciones propiamente religiosas, crea un clima de ausencia de Dios. (…) Así, nuestra responsabilidad de pastor nos crea el deber de poner en guardia contra ese grave peligro” 13 . Pero el cambio de tono que se irradia hoy desde el magisterio no se manifiesta como radicalmente opuesto a lo preseñalado, lo que lleva a desorientación a grandes sectores de la feligresía. Debemos tener en cuenta que, como decía el entonces Cardenal Ratzinger, el Papa es el “abogado de la memoria cristiana”; “no impone desde fuera, sino despliega la memoria cristiana y la defiende” 14 .
El magisterio debe ser afilado y preciso como una espada; no debe disminuir su función específica con la inclusión de teologías privadas; debe ajustarse a afirmar y negar, a confirmar la doctrina revelada, en la unanimidad de padres y doctores, conforme a la tradición, a la memoria cristiana. Y es precisamente esa memoria cristiana que está amenazada por una subjetividad que se olvida de su propio fundamento, y por una violencia que emana del conformismo cultural y social.
Autor:Hugo Alberto Verdera
2 “Por eso, el vínculo fundamental del Evangelio, esto es, el mensaje de Cristo y de la Iglesia, con el hombre en su humanidad misma, es creador de cultura en su fundamento más profundo” (Cardenal Paul Poupard, Iglesia y Culturas, México, 1988).
3 Citado por Santiago Ramírez, Introducción General a la Suma Teológica, edit. BAC, Madrid 1957, T. 1, p. 77. 5 Discurso dado en Cracovia el 26 de mayo de 2006
4 Citado por Santiago Ramírez, Introducción General a la Suma Teológica, edit. BAC, Madrid 1957, T. 1, p. 77.
5 Discurso dado en Cracovia el 26 de mayo de 2006.
6 Encíclica Fides et ratio, N° 45. 7 Homilía de la Misa “Pro Eligendo Pontifice”, del entonces Cardenal Ratzinger, en su carácter de Decano del Colegio Cardenalicio, el 18 de abril de 2005.
8 Discurso del Papa Benedicto XVI sobre la ley natural ante los miembros de la Comisión Teológica Internacional el 5 de octubre de 2007. 9 Homilía de Benedicto XVI a los Miembros de la comisión Internacional de Teólogos, 6 de octubre de 2006.
10 Aníbal E. Fosbery, La Cultura Católica, Edit. Tierra Media, Buenos Aires, 1999, pp. 428-430. La cita de Pablo VI es
del Discurso al Secretariado para los No Creyentes, del 18 de marzo de 1971, en Enseñanzas al Pueblo de Dios, Edit.
Librería Editrice Vaticana, T. 3, p. 249. 11 Ib., p. 434.
11, 12 Ib., p.435.
13 Pablo VI, Ibidem, p. 251.
14 Cardenal Joseph Ratzinger, Alocución en Dallas ante el Sínodo de los Obispos norteamericanos, en 1991, con el lema «Si quieres la paz, respeta la conciencia de todo hombre
2.- La Iglesia y el mundo
La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. Es decir, así como el Verbo asumió una naturaleza humana para cumplir el designio de salvación, del mismo modo para prolongar ese designio a través de los tiempos elige otras “naturalezas humanas” –sus miembros– para que la salvación llegue a todos los hombres, de todos los tiempos. Por tanto decimos que “la Iglesia es Jesucristo continuado, difundido y comunicado”.
Ahora bien, una de las observaciones más interesantes que hizo nuestro Señor con respecto a Su Cuerpo fue la de que sería odiado por el mundo, como Él mismo lo fue. El mundo ama las cosas del mundo, pero odia lo que es divino. Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, él mundo los odia.
De aquí que el problema más apremiante que padece el Cuerpo Místico de Cristo en la actualidad sea la tendencia manifiesta a regatear con el mundo, secularismo que se presenta como un cáncer que invade e intenta destruir los tejidos orgánicos de la Iglesia; es decir, “la mutilación de la parte inalienable del hombre que afecta a su identidad profunda: la dimensión religiosa”. En efecto, presenciamos hoy de una manera sorprendente el avance del “eclipse progresivo de lo sagrado y la eliminación sistemática de los valores religiosos”, como lo advertía San Juan Pablo II.
El autor Massimo Borghesi habla precisamente de este ‘cáncer’. Él sostiene que estamos ante una religiosidad etérea y ligera, informe, que, lejos de abrir lo humano hacia Dios entendido como otro, es, más bien, el elemento llamado a ‘cerrar’ el mundo, a hacer soportable la existencia finita en la era del vacío. Para Borghesi, esta nueva pseudoreligión tiene como característica el rechazo, no sólo de la fe, sino de la razón, y se lleva por delante tanto al cristianismo como a la ilustración, funcionando como una creencia oscurantista en sentido pleno: es un cáncer cultural en toda regla.
Este cáncer tiene sus propios dogmas que se presentan, precisamente, como no dogmáticos, pero que poseen toda la fuerza de la creencia e incluso de la superstición; apología gay, hipersexualidad, multiculturalismo o legalidad internacional se presentan como dogmas incuestionables e incuestionados. Ninguno de ellos se sostiene racionalmente, y ese es precisamente el problema; buscando librar al hombre de la religión, el postmodernismo lo ha liberado también de la razón, y lo ha convertido en un manojo de ilusiones vacías, de emociones instantáneas y de ansias nunca saciadas. Susceptible de ser manipulado e instrumentalizado por una nueva religión que se presenta como no-religión.
Por otro lado, según este autor, el nihilismo contemporáneo afirma que hay que esconderse de un mundo desagradable del que hay que huir; un valle de lágrimas para una cultura que sólo acepta llorar de alegría. Dios está fuera de lugar porque es demasiado serio. Y a la negación de este mundo demasiado serio y arduo le sigue la creación de un mundo virtual: sobran el esfuerzo, el sacrificio, la lucha, la esperanza y la fe en el futuro; se instalan la indiferencia, el hedonismo, el pacifismo, la fe sólo en lo instantáneo. Un mundo virtual para un hombre que no soporta el mundo real. La principal víctima de ello resulta ser el hombre, que queda mutilado, disminuido en su humanidad.
Este panorama no puede sino hacer resonar en nuestras almas aquel lamento sentido y profundo del gran Papa Polaco: “Por primera vez desde el nacimiento de Cristo, acontecido hace dos mil años, es como si Él ya no encontrara lugar en un mundo cada vez más secularizado”.
Por eso con firme y paternal acentos nos advertía el Papa Benedicto XVI: “La secularización, que se presenta en las culturas como una configuración del mundo y de la humanidad sin referencia a la Trascendencia, invade todos los aspectos de la vida diaria y desarrolla una mentalidad en la que Dios de hecho está ausente, total o parcialmente, de la existencia y de la conciencia humanas.
Esta secularización no es sólo una amenaza exterior para los creyentes, sino que ya desde hace tiempo se manifiesta en el seno de la Iglesia misma. Desnaturaliza desde dentro y en profundidad la fe cristiana y, como consecuencia, el estilo de vida y el comportamiento diario de los creyentes. Estos viven en el mundo y a menudo están marcados, cuando no condicionados, por la cultura de la imagen, que impone modelos e impulsos contradictorios, negando en la práctica a Dios: ya no hay necesidad de Dios, de pensar en él y de volver a él. Además, la mentalidad hedonista y consumista predominante favorece, tanto en los fieles como en los pastores, una tendencia hacia la superficialidad y un egocentrismo que daña la vida eclesial.
La ‘muerte de Dios’, anunciada por tantos intelectuales en los decenios pasados, cede el paso a un estéril culto del individuo. En este contexto cultural, existe el peligro de caer en una atrofia espiritual y en un vacío del corazón, caracterizados a veces por sucedáneos de pertenencia religiosa y de vago espiritualismo”.
Las manifestaciones de esa tendencia secularista dentro de la Iglesia son variadas.
“El hombre contemporáneo a menudo tiene la impresión de que no necesita a nadie para comprender, explicar y dominar el universo; se siente el centro de todo, la medida de todo”.
En los ‘creyentes’ eso se manifiesta en el rechazo a la autoridad. Por eso rechazan al Papa, a los Obispos, a los superiores religiosos, a los sacerdotes, porque hay un sentimiento general de que aquellos que han sido revestidos con autoridad no son lo suficientemente santos. Y esto se puede verificar incluso en quienes ejercen autoridad en la Iglesia, de quienes se puede afirmar lo que se decía de Israel: no todos los que descienden de Israel son realmente israelitas. Así lo afirmaba el Aquinate cuando decía: “el Señor tiene siervos malos y buenos”, pues Cristo mismo lo profetizó: habrá trigo y cizaña.
“La luz de la razón, exaltada, pero en realidad empobrecida por la Ilustración, sustituye radicalmente a la luz de la fe, la luz de Dios”. Entonces el aborto, la violencia, el divorcio, la ideología de género son aceptados e incluso defendidos por algunos, entre los cuales, a veces, lamentablemente se encuentran también miembros del clero. Hoy en día ya no se lanza esa falange moral en contra del espíritu del mal. Ya no se habla de lo que la Iglesia cree, o acerca de lo que nos previene la Sagrada Escritura; la conciencia individual en sí misma -sin referencia a la verdad objetiva- se vuelve el estándar de lo que está bien y de lo que está mal. Tratan de justificar su postura en nombre de una religión interior o arguyendo ‘autenticidad personal’ o autonomía y presentan no poca resistencia a las misiones, por ejemplo.
Con razón seguía diciendo el Santo Papa Pablo VI: “Con demasiada frecuencia y bajo formas diversas se oye decir que imponer una verdad, por ejemplo la del Evangelio; que imponer una vía, aunque sea la de la salvación, no es sino una violencia cometida contra la libertad religiosa. Además, se añade, ¿para qué anunciar el Evangelio, ya que todo hombre se salva por la rectitud del corazón? Por otra parte, es bien sabido que el mundo y la historia están llenos de “semillas del Verbo”. ¿No es, pues, una ilusión pretender llevar el Evangelio donde ya está presente a través de esas semillas que el mismo Señor ha esparcido?
Cualquiera que haga un esfuerzo por examinar a fondo, a la luz de los documentos conciliares, las cuestiones de tales y tan superficiales razonamientos plantean, encontrará una bien distinta visión de la realidad.
Sería ciertamente un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer —sin coacciones, solicitaciones menos rectas o estímulos indebidos—, lejos de ser un atentado contra la libertad religiosa, es un homenaje a esta libertad, a la cual se ofrece la elección de un camino que incluso los no creyentes juzgan noble y exaltante. O, ¿puede ser un crimen contra la libertad ajena proclamar con alegría la Buena Nueva conocida gracias a la misericordia del Señor?. O, ¿por qué únicamente la mentira y el error, la degradación y la pornografía han de tener derecho a ser propuestas y, por desgracia, incluso impuestas con frecuencia por una propaganda destructiva difundida mediante los medios de comunicación social, por la tolerancia legal, por el miedo de los buenos y la audacia de los malos?
Este modo respetuoso de proponer la verdad de Cristo y de su reino, más que un derecho es un deber del evangelizador. Y es a la vez un derecho de sus hermanos recibir a través de él, el anuncio de la Buena Nueva de la salvación. Esta salvación viene realizada por Dios en quien Él lo desea, y por caminos extraordinarios que sólo Él conoce[34
En realidad, si su Hijo ha venido al mundo ha sido precisamente para revelarnos, mediante su palabra y su vida, los caminos ordinarios de la salvación. Y Él nos ha ordenado transmitir a los demás, con su misma autoridad, esta revelación…. los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza —lo que San Pablo llamaba avergonzarse del Evangelio—, o por ideas falsas omitimos anunciarlo? Porque eso significaría ser infieles a la llamada de Dios que, a través de los ministros del Evangelio, quiere hacer germinar la semilla; y de nosotros depende el que esa semilla se convierta en árbol y produzca fruto.
Conservemos, pues, el fervor espiritual. Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo —como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia— con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo”.
De hecho, en muchos de los países donde nos toca misionar constatamos la preocupante ausencia de práctica religiosa unida a la indiferencia y a la ignorancia de las verdades de la fe. Hay como un debilitamiento de las convicciones que en muchos ya no tienen la fuerza necesaria para inspirar el comportamiento. “Como suele decirse, la religión se ha privatizado, la sociedad se ha secularizado y la cultura se ha vuelto laica”.
Esto le llevó a decir al Venerable (y próximamente beato) Fulton Sheen que “los actuales enemigos de la Iglesia no son los bárbaros, los cismáticos o los heréticos de otros tiempos sino el mundo en el que vive la Iglesia”. Sostiene el Arzobispo que “durante ciclos de 500 años la Iglesia fue atacada de diferentes maneras. En el primer ciclo la Iglesia fue combatida con herejías centradas en el Cristo histórico: su Persona, su Naturaleza, Intelecto y Voluntad. En el segundo ciclo fue la Cabeza Visible de Cristo lo que negaron. En el tercer ciclo fue la Iglesia o el Cuerpo Místico de Cristo el que fue dividido en secciones o sectas. En nuestros días, el ataque es el secularismo y está dirigido a atacar la santidad, al sacrificio, la abnegación y la kenosis. El nuevo enemigo de la Iglesia es ecológico; pertenece al ambiente en el que vive la Iglesia”. Y con su afilado humor concluía: “si la Iglesia se casa con el espíritu de esta era, será una viuda en la próxima”.
Entonces, frente al llamado eclipse de lo sagrado, es manifiesta la necesidad creciente de la experiencia religiosa, ya que no podemos negar que la nostalgia del Absoluto está enraizada en las profundidades del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios. Si la Iglesia no incomoda los placeres y planes del mundo, si en sus palabras sólo imita los dichos de moda, si no interpela sus costumbres, si no desafía a las personas a tomar una decisión definitiva, si predica la ‘civilización cristiana’ pero sin Cristo o hace alarde de un nuevo Pentecostés pero sin notar que ello exige 30 años de obediencia y un Calvario; si la Eucaristía es un banquete pero no un sacrificio; si quiere un sacerdocio glorioso y secular pero se olvida de su aspecto victimal; entonces no es más el Cuerpo de Cristo. Entonces habrá que recordar la amonestación de San Pablo a Timoteo: habrá hombres que aunque harán ostentación de piedad, carecerán realmente de ella. ¡Apártate de esa gente. Simplemente porque se portan como enemigos de la cruz de Cristo.
Además, debemos decir que hoy el Cuerpo Místico de Cristo, como ayer la adorable Persona del Verbo Encarnado en el desierto, también se enfrenta al príncipe de este mundo. Esto se manifiesta en que este siempre está atacando su unidad, desparramando confusión, acentuando fisuras, y provocando separaciones. El enemigo parece hoy más que nunca estar tentando a la Iglesia para que abandone los elevados pináculos de la verdad donde la fe y la razón reinan, por aquellas profundidades donde las masas viven con slogans y propaganda.
El espíritu del mundo no quiere la proclamación de principios inmutables sino opiniones; comentadores, no maestros; estadísticas, no principios; naturaleza, no la gracia. Y una y otra vez el tentado busca perder a la Iglesia con los reinos de este mundo, es decir, teniendo una religión sin cruz, una liturgia sin un mundo futuro, una religión para invocar la política, o una política que se vuelva religión dándole al César incluso las cosas que pertenecen a Dios.
Por eso, lo nuestro siempre ha sido, es y será el “ofrecer con generosidad y en abundancia la riqueza del Evangelio a todo hombre, a fin de que en todos esos países invadidos por el secularismo nazca una nueva generación de creyentes.
Ya lo decía San Juan Pablo II: “El gran desafío que afronta la Iglesia consiste en encontrar puntos de apoyo en esta nueva situación cultural, y en presentar el Evangelio como una buena nueva para las culturas, para el hombre artífice de cultura. Dios no es el rival del hombre, sino el garante de su libertad y la fuente de su felicidad. Dios hace crecer al hombre dándole la alegría de la fe, la fuerza de la esperanza y el fervor del amor”
Debemos trabajar con fervoroso afán y constancia por “llevar adelante una renovada pastoral de la cultura ya que la cultura constituye el lugar de encuentro privilegiado con el mensaje de Cristo. Pues, ‘una fe que no se convierte en cultura es una fe no acogida en plenitud, no pensada en su totalidad, no vivida con fidelidad’”.
[1] Cf. Jn 17, 14-16.
[2] Cf. Directorio de Espiritualidad, 122.
[3] Cf. Jn 17, 11.
[4] San Ireneo, citado en el Documento de Puebla, 400.
[5] Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento de Puebla (1979), 400; 469.
[6] Cf. Lumen Gentium, 31.
[7] 1 Tes 5, 22.
[8] Constituciones, 11.
[9] Lc 2, 34.
[10] Cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la asamblea plenaria del Consejo Pontificio de la Cultura (08/03/2008).
[11] Mt 10, 16.
[12] Rom 12, 2.
Referencia: https://nuestrocarisma.org/index.php/2019/08/01/estar-en-el-mundo-sin-ser-del-mundo/
3.- El llamado a la familia, a la comunidad y a la participación
La persona no sólo es sagrada sino también social. La manera en que organizamos nuestro sociedad-en lo económico y lo político, en leyes y políticas-afecta directamente la dignidad humana y la capacidad de los individuos para crecer en comunidad. El matrimonio y la familia son las instituciones centrales de la sociedad y éstas deben ser apoyadas y no minadas. Creemos que todas las personas tienen el derecho y el deber de participar en la sociedad buscando juntas el bien común y el bienestar para todos, especialmente para los pobres e indefensos.
La Escritura
Génesis 2, 18
No conviene que el hombre esté solo.
Génesis 4, 8-15
Soy el guardián de mi hermano y mi hermana.
Levítico 25, 23-43
Lo que posees pertenece al Señor y se da para el bien de todos.
Jeremías 7, 5-7
Si actúan con justicia unos con otros, Dios habitará en la tierra.
Miqueas 6, 6-8
Practica la justicia, ama la fidelidad y camina humildemente con Dios.
Juan 15:12-17
Este es mi mandamiento: ámense los unos a los otros, como yo los he amado.
Hechos 2, 43-47
La vida entre los creyentes.
Romanos 12, 4-8
Somos un solo cuerpo, individualmente miembros los unos de los otros.
Hebreos 10, 24-25
Estimularnos en el amor y en las buenas obras.
Santiago 2, 14-17
Nuestra fe está muerta si ignoramos a otros en necesidad.
1 Pedro 4, 8-11
Sírvanse unos a otros con los dones que han recibido.
1 Juan 3, 16-18
Debemos dar nuestras vidas unos por otros.
1 Juan 4, 19-21
Los que aman a Dios deben amar a sus hermanos y hermanas.
Tradición
“La existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro”. (Papa Francisco, Sobre la fraternidad y la amistad social [Fratelli Tutti], n. 66)
“Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud ‘si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás’. Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: ‘Sólo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro’. Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque ‘la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte’”. (Papa Francisco, Sobre la fraternidad y la amistad social [Fratelli Tutti], n. 87)
“La familia se convierte en sujeto de la acción pastoral mediante el anuncio explícito del Evangelio y el legado de múltiples formas de testimonio, entre las cuales: la solidaridad con los pobres, la apertura a la diversidad de las personas, la custodia de la creación, la solidaridad moral y material hacia las otras familias, sobre todo hacia las más necesitadas, el compromiso con la promoción del bien común, incluso mediante la transformación de las estructuras sociales injustas, a partir del territorio en el cual la familia vive, practicando las obras de misericordia corporal y espiritual”. (Papa Francisco, Sobre el amor en la familia [Amoris Laetitia], n. 290, citando el Informe Final del Sínodo de los Obispos, 24/10/15)
“Se deben evaluar continuamente las políticas económicas y sociales y también la manera de organizar el mundo del trabajo a la luz de su impacto sobre la fuerza y la estabilidad de la vida familiar. El futuro de esta nación a largo plazo se halla íntimamente vinculado con el bienestar de las familias, ya que la familia es la forma más básica de comunidad humana. Hay que moderar la eficiencia y la competencia en el mercado, tomando más en cuenta la manera en la que los horarios de trabajo y las remuneraciones apoyan y ponen en peligro los vínculos entre esposos y entre padres e hijos”. (Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, Justicia económica para todos, n. 93)
“La primera estructura fundamental a favor de la ‘ecología humana’ es la familia… fundada en el matrimonio, en el que el don recíproco de sí por parte del hombre y de la mujer crea un ambiente de vida en el cual el niño puede nacer y desarrollar sus potencialidades, hacerse consciente de su dignidad y prepararse a afrontar su destino único e irrepetible”. (San Juan Pablo II, En el centenario [Centesimus annus], n. 39)
“La familia cristiana, como ‘pequeña Iglesia’, está llamada, a semejanza de la ‘gran Iglesia’, a ser signo de unidad para el mundo y a ejercer de ese modo su función profética, dando testimonio del Reino y de la paz de Cristo, hacia el cual el mundo entero está en camino. Las familias cristianas podrán realizar esto tanto por medio de su acción educadora, es decir, ofreciendo a los hijos un modelo de vida fundado sobre los valores de la verdad, libertad, justicia y amor, bien sea con un compromiso activo y responsable para el crecimiento auténticamente humano de la sociedad y de sus instituciones, bien con el apoyo, de diferentes modos, a las asociaciones dedicadas específicamente a los problemas del orden internacional”. (San Juan Pablo II, La familia cristiana en el mundo actual [Familiaris Consortio], n. 48)
“La instancia local puede hacer una diferencia. Pues allí se puede generar una mayor responsabilidad, un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa, un entrañable amor a la propia tierra… A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales”. (Papa Francisco, Sobre el cuidado de la casa común [Laudato Si’], n. 179, 219)
“En cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de sus vidas configurándose como ciudadanos responsables en el seno de un pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas dominantes. Recordemos que ‘el ser ciudadano fiel es una virtud y la participación en la vida política es una obligación moral’”. (Papa Francisco, La alegría del Evangelio [Evangelii Gaudium], n. 220, citando a la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles, marzo de 2019, n. 13)
“La subsidiaridad respeta la dignidad de la persona, en la que ve un sujeto siempre capaz de dar algo a los otros”. (Papa Benedicto XVI, La caridad en la verdad [Caritas in Veritate], n. 57)
“La norma primordial para determinar el alcance y los límites de la intervención del gobierno es el ‘principio de subsidiariedad’ ya citado, según el cual el gobierno, para salvaguardar la justicia fundamental, debe tomar solamente aquellas iniciativas que superan la capacidad de los individuos o de los grupos privados independientes. El gobierno no ha de sustituir o destruir las comunidades menores o la iniciativa de los individuos, sino que, por el contrario debe ayudarlos para que contribuyan más eficazmente al bienestar social, y debe complementar su actividad cuando las exigencias de la justicia superen sus capacidades. Con esto no se quiere decir que el gobierno que gobierna menos gobierna mejor; sino que se quiere afirmar que una buena intervención por parte del gobierno es aquella que por medio de la orientación, el aliento, la restricción y la regulación de la actividad económica, ‘según los casos y la necesidad lo exijan’”. (Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, Justicia Económica para Todos, n. 124)
“Con el fin de llevar a cabo plenamente el derecho al desarrollo: (a) No se impida a los pueblos conseguir el desarrollo en conformidad con los rasgos culturales propios. (b) A través de una cooperación mutua puedan todos los pueblos convertirse en los principales artífices del propio desarrollo económico y social”. (Sínodo Mundial de Obispos Católicos, La Justicia en el Mundo [Justicia in Mundo], p.12)
“Pero Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer (Gen 1, 27). Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás”. (Concilio Vaticano II, La Iglesia en el mundo actual [Gaudium et Spes], n. 12)
4.- Vida y dignidad de la persona humana
La Iglesia Católica proclama que la vida humana es sagrada y que la dignidad de la persona es la base de una visión moral para la sociedad. Esta creencia es el fundamento de todos los principios de nuestra enseñanza social. En nuestra sociedad, la vida humana está bajo el ataque directo del aborto y la eutanasia. La vida humana está amenazada por la clonación, las investigaciones sobre las células madre embrionarias y por la aplicación de la pena de muerte. El poner intencionalmente la mira en la población civil durante una guerra o un ataque terrorista siempre está mal. La enseñanza católica nos llama siempre a hacer todo lo posible para evitar una guerra. Las naciones deben proteger el derecho a la vida encontrando maneras eficaces para evitar los conflictos y para resolverlos por medios pacíficos. Creemos que toda persona tiene un valor inestimable, que las personas son más importantes que las cosas y que la medida de cada institución se basa a en si amenaza o acrecienta la vida y la dignidad de la persona humana.
La Escritura:
Génesis 1, 26-31
Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen.
Deuteronomio 10, 17-19
Dios ama al huérfano, a la viuda y al extranjero.
Salmos 139, 13-16
Dios nos formó a cada uno de nosotros y nos conoce íntimamente.
El rico y el pobre tienen esto en común: el Señor los hizo a los dos.
Lucas 10, 25-37
El buen samaritano reconocía la dignidad del otro y se preocupaba por su vida.
Jesús rompió con las costumbres sociales y religiosas para honrar la dignidad de la mujer samaritana.
Ámense los unos a los otros, apoyen a los demás en sus necesidades, vivan en paz con todos.
1 Corintios 3, 16
Ustedes son templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en ustedes.
Gálatas 3, 27-28
Todos los cristianos son uno en Cristo Jesús.
Honra a los pobres.
1 Juan 3, 1-2
¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios.
1 Juan 4, 7-12
Amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios.
Tradición
“El mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad. Las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos. Por consiguiente, como comunidad estamos conminados a garantizar que cada persona viva con dignidad y tenga oportunidades adecuadas a su desarrollo integral”. (Papa Francisco, Sobre la fraternidad y la amistad social [Fratelli Tutti], n. 118)
“Si hay que respetar en toda situación la dignidad ajena, es porque nosotros no inventamos o suponemos la dignidad de los demás, sino porque hay efectivamente en ellos un valor que supera las cosas materiales y las circunstancias, y que exige que se les trate de otra manera. Que todo ser humano posee una dignidad inalienable es una verdad que responde a la naturaleza humana más allá de cualquier cambio cultural. Por eso el ser humano tiene la misma dignidad inviolable en cualquier época de la historia y nadie puede sentirse autorizado por las circunstancias a negar esta convicción o a no obrar en consecuencia”. (Papa Francisco, Sobre la fraternidad y la amistad social [Fratelli Tutti], n. 213)
“La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente”. (Papa Francisco, Alegraos y regocijaos [Gaudete et Exsultate], n. 101)
“Si tenemos en cuenta que el ser humano también es una criatura de este mundo, que tiene derecho a vivir y a ser feliz, y que además tiene una dignidad especialísima, no podemos dejar de considerar los efectos de la degradación ambiental, del actual modelo de desarrollo y de la cultura del descarte en la vida de las personas”. (Papa Francisco, Sobre el cuidado de la casa común [Laudato Si’], n. 43).
“Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad –por poner sólo algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado”. (Papa Francisco, Sobre el cuidado de la casa común [Laudato Si’], n. 117)
“Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del ‘descarte’ que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son ‘explotados’ sino desechos, ‘sobrantes’”. (Papa Francisco, La alegría del evangelio [Evangelii Gaudium], n. 53)
“La dignidad de la persona y las exigencias de la justicia requieren, sobre todo hoy, que las opciones económicas no hagan aumentar de manera excesiva y moralmente inaceptable las desigualdades”. (Papa Benedicto XVI, La caridad en la verdad [Caritas in Veritate], n. 32)
El ser humano es la única criatura terrestre a la que Dios ha querido por sí misma; están impresos con la imagen de Dios. Su dignidad no procede del trabajo que realizan, sino de las personas que son. (Ver San Juan Pablo II, En el centenario [Centesimus Annus], n. 11)
“Todo lo que la Iglesia cree con respecto a las dimensiones morales de la vida económica se basa en su visión del valor trascendente – el carácter sagrado – de los seres humanos. La dignidad de los seres humanos, realizada en comunión con los demás, es el criterio que hay que usar para medir todos los aspectos de la vida económica. Todo ser humano, por lo tanto, es un fin en sí mismo, de modo que las instituciones que integran la economía deben estar a su servicio; no es un medio que se puede explotar para metas mezquinas. El ser humano debe ser respetado con devoción religiosa. Debemos tratarnos unos a otros con aquel sentido de temor reverencial que sentimos cuando estamos en presencia de lo sagrado, porque eso somos los seres humanos: seres creados a la imagen de Dios (Génesis 1, 27)”. (Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, Justicia económica para todos, n. 28)
“Cada persona, precisamente en virtud del misterio del Verbo de Dios hecho carne (cf. Jn 1, 14), es confiada a la solicitud materna de la Iglesia. Por eso, toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta al núcleo de su fe en la encarnación redentora del Hijo de Dios, la compromete en su misión de anunciar el Evangelio de la vida por todo el mundo y a cada criatura (cf. Mc 16, 15)”. (San Juan Pablo II, El Evangelio de la vida [Evangelium vitae], n. 3)
“Explícitamente, el precepto ‘no matarás’ tiene un fuerte contenido negativo: indica el límite que nunca puede ser transgredido. Implícitamente, sin embargo, conduce a una actitud positiva de respeto absoluto por la vida, ayudando a promoverla y a progresar por el camino del amor que se da, acoge y sirve”. (San Juan Pablo II, El Evangelio de la vida [Evangelium vitae], n. 54)
“El principio capital, sin duda alguna, de esta doctrina afirma que el hombre es necesariamente fundamento, causa y fin de todas las instituciones sociales; el hombre, repetimos, en cuanto es sociable por naturaleza y ha sido elevado a un orden sobrenatural”. (San Juan XXIII, Madre y Maestra [Mater et Magistra], n. 219)
“Existen también desigualdades escandalosas que afectan a millones de hombres y mujeres. Están en abierta contradicción con el Evangelio: ‘La igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de vida más humana y más justa. Pues las excesivas desigualdades económicas y sociales entre los miembros o los pueblos de una única familia humana resultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional’”. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1938 citando [Gaudium et Spes], n. 29).
“Cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador”. (Concilio Vaticano II, La Iglesia en el mundo actual [Gaudium et Spes], n. 27)
Fuente: https://www.usccb.org/es/beliefs-and-teachings/what-we-believe/catholic-social-teaching/life-and-dignity-of-the-human-person
5.- Liturgia y la Eucaristía en la Evangelización
Experto evangelizador responde y da 8 ideas para aplicarla
«Más efectivo que convencer, sentarse y adorar al Santísimo», dice Curtis Martin, fundador de FOCUS
¿Qué importancia tiene la liturgia y la Eucaristía en la evangelización? ¿Puede darse la paradoja de que la mejor manera de aumentar la devoción eucarística en la Misa sea fuera de sus muros? ¿Hay algunos hábitos clave en la evangelización eucarística?
Tras una vida dedicada por entero a la evangelización, Curtis Martin se muestra convencido de que a la hora de evangelizar, los planes, innovaciones o adaptaciones no son nada sin lo «central», «Jesucristo y la Eucaristía».
Como fundador de una de las organizaciones evangelizadoras más exitosas y reconocidas del mundo, FOCUS, se muestra convencido de que es imposible ser un discípulo misionero eficaz sin la gracia de Dios«. Los números no son lo único que corroboran su éxito -empezaron dos en un campus y hoy son cientos a tiempo completo en todo Estados Unidos- sino especialmente sus libros Made for More y Real Story: Understanding the Big Picture of the Bible, su reconocimiento pontificio como Benemerenti por San Juan Pablo II o los miles de personas que junto a FOCUS han hallado a Cristo.
En una reciente entrevista publicada en Catholic World Report, Martin expuso ocho ideas base de los apóstoles misioneros para el éxito en la evangelización eucarística:
1º La importancia de la Eucaristía en la evangelización
«La Eucaristía es Jesucristo y Jesús es la clave de toda eficacia. Sin Él no podríamos hacer nada. Es imposible ser un discípulo misionero eficaz sin la gracia de Dios. No dice que podemos hacer la mayoría de las cosas o incluso algunas por nuestra cuenta: nos dice que no podemos hacer `nada´ sin Él. Dedicar tiempo cada día a recibirlo en la Sagrada Comunión y orar con asombro ante Él en adoración son hábitos regulares, incluso diarios, que cultivamos en nuestro personal y en aquellos a quienes servimos. Simplemente no podríamos hacer nuestro trabajo sin esta devoción al Santísimo Sacramento».
2º ¿Convencer de la presencia real? Mejor invitar, «Cristo hace el resto»
Martin alude a informes como el de Pew Research de 2019 o el más reciente de Vinea Research para remarcar que entre el 34 y el 69% de los católicos practicantes creen en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. En su caso, asegura que tras años de evangelización están descubriendo que al invitar a las personas a tener una relación más profunda con Cristo, «su amor por la Eucaristía y su reconocimiento de la presencia real, crecen».
«Algunos estudiantes y feligreses con los que trabajamos vienen a FOCUS sin tener fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía. Pero en lugar de tratar de convencerlos, simplemente los invitamos a sentarse ante el Santísimo Sacramento en adoración y descubrimos que, al pasar tiempo frente a Jesús en la Eucaristía, estas personas llegan a reconocer la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Nuestra misión está dedicada a la “invitación”, a invitar a las personas a tener una relación con Cristo y a pasar tiempo con Él en la Misa y en la adoración y, a través de eso, Cristo hace el resto«, explica.
3º El estudio y lectura de las Escrituras, esencial
Parte esencial del decálogo del evangelizador eucarístico es también el estudio de las Escrituras, pues «Palabra escrita y Palabra hecha carne van juntas». Referenciando el caso del camino a Emaús, Martin cuenta que «antes de revelar su presencia en la Eucaristía, les explicó las Escrituras que se referían a Él. De todas las cosas que Jesús podría haber hecho, eligió explicar primero a los discípulos cómo todas las Escrituras lo señalaban a Él, y luego caminó junto a ellos. Esto es el discipulado misionero, y es lo que cada uno de nosotros está llamado a hacer».
Y no solo eso, agrega, pues «si Jesús hubiera querido hacerles saber que solo quería que la Eucaristía fuera un símbolo, había podido hacerlo. Pero no lo hizo. Una vez comienzas a leer también el Antiguo Testamento, la enseñanza de la Iglesia se vuelve clara: Dios nos ha estado revelando desde el principio el misterio de su presencia real en la Santa Eucaristía».
Curtis Martin, fundador de FOCUS.
4º La misa, fuente y cumbre de nuestras vidas
Hablando de la misa, el dirigente de FOCUS acude de nuevo al camino de Emaús y las Escrituras para expresar como en la Eucaristía, «Dios obra una conversión que no solo nos libera del pecado, sino que también nos transforma desde dentro«.
«Si nuestra participación en la Misa es la que se supone que debe ser, nos encenderá el amor por los demás: por los pobres materiales, que no tienen comida ni techo, así como por los pobres espirituales, que no saben que Dios los ama y dio su vida por ellos. Y esto no sólo es cierto para los estudiantes universitarios, sino para cualquiera que participe en Misa».
5º La parroquia debe ser un foco evangelizador
Martin valora los frutos de FOCUS evangelizando en los campus universitarios durante 25 años como «extraordinarios». Basándose en el llamado evangélico de Mateo 28 18-20 –Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos-, comenta que las universidades son lugares apropiados para cumplir el mandato de Cristo, pues los estudiantes universitarios que entregan sus vidas a Cristo servirán a la Iglesia durante los próximos 30,40 o 50 años.
Sin embargo, no todos en el mundo están en el campus universitario. De hecho, la mayoría de las personas pasan la mayor parte de sus vidas fuera de la universidad. Pero todos viven cerca de una parroquia. Si vamos a alcanzar al mundo para Jesucristo, entonces nuestras parroquias deben ser efectivas en el trabajo de evangelización. Nosotros comenzamos a evangelizar en los campus universitarios hace más de 25 años y los frutos han sido extraordinarios. Y ahora, después de discernir que Dios nos ha llamado a trabajar también en parroquias, estamos trabajando con pastores y dentro de las parroquias».
6º Cómo evangelizar en un mundo hostil a la fe
En el caso de FOCUS, la preparación principal que se ofrece a sus miembros es la llamada «evangelización encarnada«, en referencia al modelo de cómo Dios evangelizó: «No se quedó en el cielo esperando que lo encontrásemos. Entró en nuestro mundo y nos buscó. Como discípulos misioneros, estamos llamados a hacer lo mismo. Estar dispuestos a salir y encontrarnos con las personas en sus vidas ordinarias, pasar el tiempo donde ellos lo pasan, visitar sus casas, ir a sus eventos favoritos…».
«Jesús no les dijo a sus discípulos que esperaran a que la gente viniera a ellos, se uniera a sus programas, asistiera a sus reuniones o se inscribiera en sus estudios bíblicos. Les dijo que salieran al mundo. Si lo hacemos como testigos generosos, amorosos y fieles del Evangelio, derribaremos muchas barreras. Pero tenemos que estar dispuestos a salir de nuestras zonas de confort e imitar a Cristo en su amor por los que están perdidos», explica.
7º Tres hábitos clave de los discípulos misioneros
Hablando de su experiencia en FOCUS, admite haber aprendido tres hábitos clave de cara a una misión más fructífera:
-Relación íntima con Dios
«Es, con diferencia, el más importante de los tres. Sólo cuando vivamos una relación profunda, íntima y personal con Cristo podremos dar fruto».
-Amistad auténtica
¿Amas a las personas a las que estás evangelizando lo suficiente como para compartir tu yo con ellas? Para evangelizar de manera eficaz, creemos que es fundamental mantener relaciones auténticas y verdaderas basadas en la confianza.
-Claridad y convicción sobre la multiplicación espiritual
Hablando de Jesús y los doce, recuerda que la responsabilidad no es sólo la de formar discípulos fieles a Cristo, sino de que también sean discípulos misioneros.
«Aquellos en quienes invertimos no sólo invertirán en otros, sino que capacitarán a aquellos en quienes ellos invierten para que hagan lo mismo, de modo que el proceso de evangelización se multiplica una y otra vez. Cuando imitamos el modelo de evangelización de Jesús, es más probable que veamos una especie de `multiplicación espiritual´, en la que el Evangelio toque la vida de muchas más personas», asegura.
8º La reforma que necesita la Iglesia de hoy
Para Martin, «cuando la Iglesia pierde de vista quién es, cuando olvida su misión, se enfrenta a todo tipo de desafíos y dificultades». Por eso, preguntado por la reforma más importante que necesita la Iglesia de hoy, concluye apuntando a que los cristianos de a pie, como Iglesia, «nos convirtamos cada vez más en lo que estamos destinados a ser. Es importante que cada uno de nosotros reconozca que la única persona sobre la que tengo control soy yo mismo, y que debo esforzarme por alcanzar la santidad personal y colaborar con Dios Padre en la gran misión para la que fui creado«.
6.- Liturgia y la Eucaristía en la Evangelización
Una enseñanza constante
El compromiso del cristiano en el mundo, en dos mil años de historia, se ha expresado en diferentes modos. Uno de ellos ha sido el de la participación en la acción política: Los cristianos, afirmaba un escritor eclesiástico de los primeros siglos, «cumplen todos sus deberes de ciudadanos».[1]La Iglesia venera entre sus Santos a numerosos hombres y mujeres que han servido a Dios a través de su generoso compromiso en las actividades políticas y de gobierno. Entre ellos, Santo Tomás Moro, proclamado Patrón de los Gobernantes y Políticos, que supo testimoniar hasta el martirio la «inalienable dignidad de la conciencia»[2]. Aunque sometido a diversas formas de presión psicológica, rechazó toda componenda, y sin abandonar «la constante fidelidad a la autoridad y a las instituciones» que lo distinguía, afirmó con su vida y su muerte que«el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral»[3].
Las actuales sociedades democráticas, en las que loablemente[4] todos son hechos partícipes de la gestión de la cosa pública en un clima de verdadera libertad, exigen nuevas y más amplias formas de participación en la vida pública por parte de los ciudadanos, cristianos y no cristianos. En efecto, todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los legisladores y gobernantes y, a través de varios modos, a la formación de las orientaciones políticas y las opciones legislativas que, según ellos, favorecen mayormente el bien común.[5] La vida en un sistema político democrático no podría desarrollarse provechosamente sin la activa, responsable y generosa participación de todos, «si bien con diversidad y complementariedad de formas, niveles, tareas y responsabilidades»[6].
Mediante el cumplimiento de los deberes civiles comunes, «de acuerdo con su conciencia cristiana»,[7] en conformidad con los valores que son congruentes con ella, los fieles laicos desarrollan también sus tareas propias de animar cristianamente el orden temporal, respetando su naturaleza y legítima autonomía,[8] y cooperando con los demás, ciudadanos según la competencia específica y bajo la propia responsabilidad.[9] Consecuencia de esta fundamental enseñanza del Concilio Vaticano II es que «los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la “política”; es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común»,[10] que comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la justicia, la solidaridad, etc.
La presente Nota no pretende reproponer la entera enseñanza de la Iglesia en esta materia, resumida por otra parte, en sus líneas esenciales, en el Catecismo de la Iglesia Católica, sino solamente recordar algunos principios propios de la conciencia cristiana, que inspiran el compromiso social y político de los católicos en las sociedades democráticas.[11] Y ello porque, en estos últimos tiempos, a menudo por la urgencia de los acontecimientos, han aparecido orientaciones ambiguas y posiciones discutibles, que hacen oportuna la clarificación de aspectos y dimensiones importantes de la cuestión.
Algunos puntos críticos en el actual debate cultural y político
La sociedad civil se encuentra hoy dentro de un complejo proceso cultural que marca el fin de una época y la incertidumbre por la nueva que emerge al horizonte. Las grandes conquistas de las que somos espectadores nos impulsan a comprobar el camino positivo que la humanidad ha realizado en el progreso y la adquisición de condiciones de vida más humanas. La mayor responsabilidad hacia Países en vías de desarrollo es ciertamente una señal de gran relieve, que muestra la creciente sensibilidad por el bien común. Junto a ello, no es posible callar, por otra parte, sobre los graves peligros hacia los que algunas tendencias culturales tratan de orientar las legislaciones y, por consiguiente, los comportamientos de las futuras generaciones.
Se puede verificar hoy un cierto relativismo cultural, que se hace evidente en la teorización y defensa del pluralismo ético, que determina la decadencia y disolución de la razón y los principios de la ley moral natural. Desafortunadamente, como consecuencia de esta tendencia, no es extraño hallar en declaraciones públicas afirmaciones según las cuales tal pluralismo ético es la condición de posibilidad de la democracia[12]. Ocurre así que, por una parte, los ciudadanos reivindican la más completa autonomía para sus propias preferencias morales, mientras que, por otra parte, los legisladores creen que respetan esa libertad formulando leyes que prescinden de los principios de la ética natural, limitándose a la condescendencia con ciertas orientaciones culturales o morales transitorias,[13] como si todas las posibles concepciones de la vida tuvieran igual valor. Al mismo tiempo, invocando engañosamente la tolerancia, se pide a una buena parte de los ciudadanos – incluidos los católicos – que renuncien a contribuir a la vida social y política de sus propios Países, según la concepción de la persona y del bien común que consideran humanamente verdadera y justa, a través de los medios lícitos que el orden jurídico democrático pone a disposición de todos los miembros de la comunidad política. La historia del siglo XX es prueba suficiente de que la razón está de la parte de aquellos ciudadanos que consideran falsa la tesis relativista, según la cual no existe una norma moral, arraigada en la naturaleza misma del ser humano, a cuyo juicio se tiene que someter toda concepción del hombre, del bien común y del Estado.
Esta concepción relativista del pluralismo no tiene nada que ver con la legítima libertad de los ciudadanos católicos de elegir, entre las opiniones políticas compatibles con la fe y la ley moral natural, aquella que, según el propio criterio, se conforma mejor a las exigencias del bien común. La libertad política no está ni puede estar basada en la idea relativista según la cual todas las concepciones sobre el bien del hombre son igualmente verdaderas y tienen el mismo valor, sino sobre el hecho de que las actividades políticas apuntan caso por caso hacia la realización extremadamente concreta del verdadero bien humano y social en un contexto histórico, geográfico, económico, tecnológico y cultural bien determinado. La pluralidad de las orientaciones y soluciones, que deben ser en todo caso moralmente aceptables, surge precisamente de la concreción de los hechos particulares y de la diversidad de las circunstancias. No es tarea de la Iglesia formular soluciones concretas – y menos todavía soluciones únicas – para cuestiones temporales, que Dios ha dejado al juicio libre y responsable de cada uno. Sin embargo, la Iglesia tiene el derecho y el deber de pronunciar juicios morales sobre realidades temporales cuando lo exija la fe o la ley moral.[14]Si el cristiano debe «reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales»,[15]también está llamado a disentir de una concepción del pluralismo en clave de relativismo moral, nociva para la misma vida democrática, pues ésta tiene necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos, esto es, de principios éticos que, por su naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son “negociables”.
En el plano de la militancia política concreta, es importante hacer notar que el carácter contingente de algunas opciones en materia social, el hecho de que a menudo sean moralmente posibles diversas estrategias para realizar o garantizar un mismo valor sustancial de fondo, la posibilidad de interpretar de manera diferente algunos principios básicos de la teoría política, y la complejidad técnica de buena parte de los problemas políticos, explican el hecho de que generalmente pueda darse una pluralidad de partidos en los cuales puedan militar los católicos para ejercitar – particularmente por la representación parlamentaria – su derecho-deber de participar en la construcción de la vida civil de su País.[16] Esta obvia constatación no puede ser confundida, sin embargo, con un indistinto pluralismo en la elección de los principios morales y los valores sustanciales a los cuales se hace referencia. La legítima pluralidad de opciones temporales mantiene íntegra la matriz de la que proviene el compromiso de los católicos en la política, que hace referencia directa a la doctrina moral y social cristiana. Sobre esta enseñanza los laicos católicos están obligados a confrontarse siempre para tener la certeza de que la propia participación en la vida política esté caracterizada por una coherente responsabilidad hacia las realidades temporales.
La Iglesia es consciente de que la vía de la democracia, aunque sin duda expresa mejor la participación directa de los ciudadanos en las opciones políticas, sólo se hace posible en la medida en que se funda sobre una recta concepción de la persona.[17] Se trata de un principio sobre el que los católicos no pueden admitir componendas, pues de lo contrario se menoscabaría el testimonio de la fe cristiana en el mundo y la unidad y coherencia interior de los mismos fieles. La estructura democrática sobre la cual un Estado moderno pretende construirse sería sumamente frágil si no pusiera como fundamento propio la centralidad de la persona. El respeto de la persona es, por lo demás, lo que hace posible la participación democrática. Como enseña el Concilio Vaticano II, la tutela «de los derechos de la persona es condición necesaria para que los ciudadanos, como individuos o como miembros de asociaciones, puedan participar activamente en la vida y en el gobierno de la cosa pública»[18].
A partir de aquí se extiende la compleja red de problemáticas actuales, que no pueden compararse con las temáticas tratadas en siglos pasados. La conquista científica, en efecto, ha permitido alcanzar objetivos que sacuden la conciencia e imponen la necesidad de encontrar soluciones capaces de respetar, de manera coherente y sólida, los principios éticos. Se asiste, en cambio, a tentativos legislativos que, sin preocuparse de las consecuencias que se derivan para la existencia y el futuro de los pueblos en la formación de la cultura y los comportamientos sociales, se proponen destruir el principio de la intangibilidad de la vida humana. Los católicos, en esta grave circunstancia, tienen el derecho y el deber de intervenir para recordar el sentido más profundo de la vida y la responsabilidad que todos tienen ante ella. Juan Pablo II, en línea con la enseñanza constante de la Iglesia, ha reiterado muchas veces que quienes se comprometen directamente en la acción legislativa tienen la «precisa obligación de oponerse» a toda ley que atente contra la vida humana. Para ellos, como para todo católico, vale la imposibilidad de participar en campañas de opinión a favor de semejantes leyes, y a ninguno de ellos les está permitido apoyarlas con el propio voto.[19]Esto no impide, como enseña Juan Pablo II en la Encíclica Evangelium vitaea propósito del caso en que no fuera posible evitar o abrogar completamente una ley abortista en vigor o que está por ser sometida a votación, que «un parlamentario, cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, pueda lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la moralidad pública».[
Conclusión
Las orientaciones contenidas en la presente Notaquieren iluminar uno de los aspectos más importantes de la unidad de vida que caracteriza al cristiano: La coherencia entre fe y vida, entre evangelio y cultura, recordada por el Concilio Vaticano II. Éste exhorta a los fieles a «cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico.
Dado en Roma, en la sede de la Congregación por la Doctrina de la Fe, el 24 de noviembre de 2002, Solemnidad de N. S Jesús Cristo, Rey del universo.
+JOSEPH CARD. RATZINGER
Prefecto
+TARCISIO BERTONE, S.D.B.
Arzobispo emérito de Vercelli
Secretario
Notas
[1]CARTA A DIOGNETO, 5, 5, Cfr. Ver también Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2240.
[2]JUAN PABLO II, Carta Encíclica Motu Proprio dada para la proclamación de Santo Tomás Moro Patrón de los Gobernantes y Políticos, n. 1, AAS 93 (2001) 76-80.
[3]JUAN PABLO II, Carta Encíclica Motu Proprio dada para la proclamación de Santo Tomás Moro Patrón de los Gobernantes y Políticos, n. 4.
[4]Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n 31; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1915.
[5]Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n 75.
[6]JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, n. 42, AAS 81 (1989) 393-521. Esta nota doctrinal se refiere obviamente al compromiso político de los fieles laicos. Los Pastores tienen el derecho y el deber de proponer los principios morales también en el orden social; «sin embargo, la participación activa en los partidos políticos está reservada a los laicos» (JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, n. 69). Cfr. Ver también CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31-I-1994, n. 33.
[7]CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n 76.
[8]Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n 36.
[9]Cfr. CONCILIO VATICANO II, Decreto Apostolicam actuositatem, 7; Constitución Dogmática Lumen gentium, n. 36 y Constitución Pastoral Gaudium et spes, nn. 31 y 43.
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